Fredric vaciló. La punta de su espada tembló. La duda asomó a su rostro.
Silvanus intervino desde el interior de la estancia.
– No se la llevarán.
La espada recuperó su firmeza.
– Silvanus, ya no está. Déjala que se vaya en paz. -Era la voz de Jonathan.
– Deberías habernos enviado a Elaine. Ella puede resucitar a Averil. Sé que puede hacerlo.
– No puede. Thordin dice que semejante proeza sólo puede llevarla a cabo la magia de un gran sanador. Y Elaine apenas acaba de aprender -dijo Jonathan.
Elaine se abrió paso a través de la muchedumbre hasta llegar junto al alguacil. Éste le lanzó un rápido vistazo para en seguida volver a centrar toda su atención en el gran guerrero.
– Soy Elaine Clairn. Creo que Silvanus me está esperando.
– Elaine -exclamó Fredric-, estos necios quieren quemar el cuerpo de Averil.
– ¿Quiere decir eso que será imposible resucitarla? -preguntó Elaine.
– Elaine -gritó Silvanus-, ven aquí, no hagas caso de esos necios.
El alguacil y Fredric intercambiaron una mirada. Ninguno de los dos quería ceder su puesto.
– Déjame pasar, alguacil -dijo Elaine-. No sé si puedo hacer lo que Silvanus me pide, pero hasta que lo intente no conseguiréis su cuerpo.
El alguacil vacilaba.
– El anochecer se aproxima -le recordó Elaine con voz suave.
El alguacil dio un paso atrás, todavía blandiendo la espada y el escudo.
– Puedes pasar, pero no esperaremos eternamente.
Fredric retrocedió lo justo para permitirle el paso. Gersalius esperó en la puerta. Elaine volvió la vista hacia él, pero el mago dijo:
– Reuniré un grupo de hombres para nuestro pequeño proyecto de excavación.
– Yo también debería estar presente.
– Puedo hacer lo mismo que tú o incluso más. Pero esto sólo puedes hacerlo tú, Elaine Clairn. Sólo tú.
La muchacha asintió. Tenía razón, como de costumbre.
La estancia estaba abarrotada. Silvanus todavía abrazaba el cuerpo de Averil en su lecho. Randwulf se encontraba al pie de la cama, Jonathan cerca de la ventana y Fredric vigilaba la puerta. Una persona más, y nadie hubiera podido moverse en aquella habitación.
Elaine se sentó al borde del camastro.
– ¿Cómo debo proceder?
Silvanus se apartó del lecho, y depositó a Averil con sumo cuidado sobre las mantas arrugadas. Alguien le había cerrado los ojos, así que casi parecía que estuviera dormida, pero la flaccidez de su cuerpo sólo podía deberse a la muerte. Ni el sueño ni los estados de inconsciencia habrían podido causarla.
Silvanus se arrodilló al lado de la cama.
– Coloca las manos sobre su cuerpo, sobre la herida que acabó con su vida, o bien sobre el centro alrededor del cual giraba su vida, allí donde tú sientas que su fuerza vital era más intensa.
Elaine se puso de rodillas, haciendo una mueca de dolor. En el lugar que había ocupado, las sábanas presentaban una mancha de sangre.
– Estás herida -dijo Silvanus.
– No es nada.
El le alzó las faldas para examinar la herida, con el permiso de Elaine. Se trataba de un corte profundo que sangraba profusamente.
– Tal vez sea mejor que antes cures esta herida. De lo contrario, podría afectar a tu concentración.
Por algún motivo, Elaine no lo creía así. Rechazó la propuesta con un gesto.
– No. Utilizaré el dolor; eso me ayudará.
Ella miró extrañado, pero asintió.
– Como desees. Cada sanador es distinto. Si su herida te impresiona demasiado, puedes empezar por curar la tuya y luego seguir con la otra.
– ¿Cómo se cura la muerte? -preguntó Elaine.
– Se sanan las heridas que causaron la muerte, y el cuerpo funciona de nuevo. -Se encogió de hombros-. No sé cómo explicarlo de otro modo; es algo que simplemente se entiende o no se entiende.
Elaine sabía lo que en ese caso «no se entiende» significaba para ellos: que Averil habría muerto para siempre; y que Blaine estaría muerto para siempre, aunque encontraran su cuerpo. Lo haría. Tenía que hacerlo. Quería hacerlo.
– Os dejo solos con vuestra sanación, Elaine -dijo Jonathan mientras se dirigía hacia la puerta.
Elaine sintió el impulso de pedirle que se quedara, pero no lo hizo. Habían acordado que en ese punto no estaban de acuerdo. Podrían seguir siendo una familia siempre que Jonathan no tuviera que presenciar su magia. Y el precio le parecía razonable.
– Habla con Gersalius. Puede que hayamos encontrado algo -dijo por último Elaine.
Jonathan asintió, sin volver la vista para mirarla. Fredric lo dejó pasar, y en seguida desapareció.
Elaine retiró los vendajes del cuello de Averil. La carne estaba enrojecida por la infección, verde en los bordes de la herida. La gangrena ya había hecho aparición. Eso no era normal. Una herida no se gangrenaba tan rápido. ¿Podría ser uno de los efectos del veneno?
Recorrió los bordes irregulares de la herida. La piel estaba caliente al tacto. Elaine tocó la cara de Averil. Estaba fría. ¿Por qué la herida seguía caliente? Era como si la herida siguiera viva y sólo el cuerpo hubiera muerto.
Elaine volvió a colocar las manos sobre la herida. No importaba. Lo único que importaba era la sensación de la carne triturada, el áspero orificio en su piel. Hundió los dedos en la herida, escarbando en la carne tal como había hecho en el suelo de la tumba. El cuerpo no tenía vida, no podía hacerle más daño; nadie tenía que aguantar ninguna clase de dolor. Aquel cuerpo estaba a su disposición. Y nunca se quejaría. No podía pensar en él como si se tratase de un ser humano. Era una herida en el cuello que había provocado una gran hemorragia; pero el cuerpo estaba muerto.
Suavizó las heridas más profundas, tal como había hecho anteriormente. La estructura de las arterias rotas, una vena rasgada, todo volvía a su estado anterior. Elaine pasó los dedos sobre la garganta hasta que la piel recuperó su suavidad. Pero el cuerpo seguía muerto. Se sentó de cuclillas, observando atentamente, con las manos apenas rozando el cadáver.
– He curado la herida. -Dejó caer las manos sobre el regazo-. No sé qué más hacer.
Silvanus le puso una mano en el hombro.
– Está vacía. Debes volver a llenarla de vida de nuevo.
– ¿Cómo?
Silvanus profirió un suspiro entrecortado.
– No puedo explicártelo, Elaine. Muchos sanadores nunca han podido aprender a resucitar a personas fallecidas. No creo que sea cuestión de habilidad. Creo que es un fallo de comprensión, de visualización de la muerte como una herida más.
– El cuerpo está ahora en perfecto estado. No puedo seguir curando, porque el cuerpo está sano.
Los dedos de Silvanus se clavaron en su carne.
– Elaine, te lo ruego. Debes verlo por ti misma. No puedo hacer esto por ti. -Había algo en sus ojos que superaba incluso el pánico.
Elaine buscó el pulso en su garganta. Si no era capaz de salvar a Averil, Blaine estaría muerto de veras. Pero, por mucho que lo intentaba, no podía sentir nada más aparte de la muerte. El cuerpo estaba muerto, no había nada que curar.
– Por favor -insistió Silvanus.
Elaine volvió a intentarlo. Colocó las manos sobre el cuerpo y empezó a buscar. Suavizó la cicatriz que encontró en un riñón, el resto de alguna enfermedad. Los dedos amasaron la carne y repararon cualquier posible defecto, hasta que el cuerpo de Averil estuvo en perfecto estado, mejor que nunca. Sin embargo, seguía siendo un cuerpo sin vida. Elaine no podía arreglar algo que simplemente ya no estaba: la chispa, el alma, aquello que confería la vida, independientemente del nombre que se le quisiera dar, y que la convertía en algo más que simplemente un amasijo de carne, huesos y nervios. Aquello había dejado de existir. Y Elaine no sabía cómo devolvérselo.
Se dio cuenta de que experimentaba placer al explorar su cuerpo, acariciando sus órganos internos. Disfrutando de las formas como si fuera un escultor, pero ya sin afán de curar. Elaine se limitaba a jugar con el cuerpo. Eso era todo.