Elaine no pudo soportar más. Abrió la puerta de forma brusca y salió disparada hacia el pasillo ahora vacío. El alguacil esperaba al pie de la escalera. Miró a Elaine y preguntó:
– ¿Están preparados?
Elaine lo apartó de un empujón y se precipitó hacia la puerta. De pronto la asaltó un pensamiento: ¡Jonathan tenía razón! ¡Jonathan tenía razón! Estaba corrompida por la magia. O tal vez era incluso peor.
Salió corriendo a la calle, sintió el frío invernal y lo agradeció. No sabía adonde ir, sólo sabía que debía huir. Huir de aquella habitación y de las sanaciones que había hecho. Del recuerdo de la sensación de bienestar que había sentido al sanar. Incluso resucitar a Averil como una obra resultante de su dolor la había hecho sentir bien. Y una pequeña parte de ella había sentido el impulso de tocar a la pequeña criatura, acariciarla, disfrutar de ella. Lo mismo había sentido respecto al miembro que había crecido en el brazo de Silvanus. Se obligó a sentirse horrorizada, pero en realidad se sentía atraída por todo aquello. Una parte de su ser habría disfrutado de sus creaciones si se lo hubiera permitido.
Más que ninguna otra cosa, ésa fue la razón de que se lanzara corriendo a la calle: el hecho de que una parte de sí misma quisiera regresar a aquella habitación para jugar con las obras fruto de su creación.
Capítulo 29
Gersalius se encontraba junto a la tumba, y de sus manos manaba fuego. Habían empapado la tierra con aceite para que el fuego de Gersalius penetrase lo más posible en ella. Bajo el efecto de las llamas, el suelo congelado se había reblandecido lo suficiente para que Thordin y Konrad pudieran empezar a cavar. Cada vez que se encontraban con una nueva capa helada, el mago volvía a arrojar fuego sobre la tumba.
Jonathan se había opuesto al empleo de la magia con semejantes fines, pero no tuvieron en cuenta su opinión. No tenían tiempo que perder: ya había tocado la primera hora de la tarde y anochecería en unas cuantas horas.
Gersalius bajó las manos. Las llamas lamían el suelo aquí y allá, mientras el aceite se consumía. Una vez extinguido el fuego, Konrad saltó al interior de la tumba ya casi vacía. Hundió la pala en la tierra, ahora más blanda. De pronto, el metal golpeó con un chirrido con algo más duro que el suelo.
– Creo que hemos dado con el ataúd -dijo Konrad.
Se dejó caer a cuatro patas en la fosa y retiró la tierra con las manos. Thordin también se introdujo en el hoyo y empezó a excavar en el otro extremo. En efecto, había un ataúd, pero estaba podrido. La madera se astilló con el simple roce de Konrad, desmenuzándose en largas tiras. Thordin quitó la tierra con el máximo cuidado y dejó al descubierto un ataúd muy estrecho.
La parte inferior parecía completamente aplastada debido a la podredumbre y el peso de la tierra. Jonathan atisbo desde la superficie hacia el interior de la sepultura. El sol brillaba con fuerza, arrancando destellos a la nieve e iluminando los huesos y los restos de un vestido estampado.
Thordin alargó una mano hacia Jonathan para que lo ayudase a salir del hoyo, puesto que resultaba imposible abrir el ataúd si ambos permanecían en él.
Konrad intentó abrir la tapa, pero la madera se deshacía en sus manos. En última instancia decidió despedazarla y pasar los fragmentos de madera a Thordin, el cual los colocaba con cuidado en el suelo. Del cuerpo quedaban prácticamente sólo huesos y algunos cabellos adheridos al cráneo.
El género del vestido era un tejido fino, que no había sido concebido para resistir la humedad de una sepultura, y ahora estaba cubierto por una capa de moho.
– ¿Por qué la mujer del enterrador no habrá resucitado también? -preguntó Thordin.
– Tal vez sea más pertinente preguntarse por qué el conjuro que resucita a los muertos tiene su origen en esta tumba -puntualizó Gersalius.
– ¿Acaso sabes algo, mago, que los demás no sabemos? -preguntó Jonathan.
Gersalius se encogió de hombros.
– Sólo suposiciones, pero por la expresión de tu cara veo que tal vez a ti se te haya ocurrido lo mismo.
– Debemos hablar con el enterrador, eso está claro. -Jonathan se asomó a la tumba profanada-. ¿Dónde está el saco que te hice traer, Thordin?
– Aquí -respondió éste mientras alzaba un enorme saco de arpillera del suelo helado.
– Konrad, empieza a pasarnos los huesos.
– Jonathan, ¿no crees que ya hemos profanado bastante el sepulcro?
– Tengo la hipótesis de que alguien ha ideado todo esto con el fin de obtener una categoría superior de zombis. Puede que éste sea en parte el motivo. ¿Y si Ashe quería resucitar a su mujer como algo mejor que un zombi? Elaine dijo que algunos de los zombis parecían muy reales. Los habitantes del pueblo también dijeron que aquellos que murieron hace tiempo regresaron como cuerpos putrefactos, simplemente zombis; sin embargo los fallecidos más recientemente están mejor conservados. Ashe está esperando hasta que el conjuro sea perfecto; sólo entonces hará que su mujer resucite.
– Pero ¿para qué necesitamos el cuerpo? -preguntó Konrad.
– Lo usaremos como rehén -contestó Jonathan.
Gersalius sonrió.
– No es posible resucitar a alguien de entre los muertos sin un cuerpo sobre el que trabajar.
Jonathan asintió.
– Exacto.
Konrad bajó la vista hacia el cráneo con el mechón de cabellos roídos.
– No puedo aprobar los métodos de Ashe, pero comprendo su motivación. La muerte de Beatrice también acabó conmigo.
Sacudió la cabeza como para deshacerse de una pesadilla.
– Pero Elaine te espera en la posada -intervino Gersalius.
Konrad alzó la vista, sobresaltado. Poco a poco una leve sonrisa asomó a su rostro. Después asintió.
– Sí.
En aquel monosílabo, a Jonathan le pareció atisbar el fin de su prolongado luto. El fin de la amargura.
Konrad empezó a pasarles los huesos, tras despegarlos de la tela mohosa. Thordin los introducía en el saco, y éstos producían un ruido seco al entrechocar entre ellos.
Harkon Lukas estaba sentado al pie de la colina, espiándolos. Le había entrado frío, esperando entre la nieve. El tenue sol invernal no calentaba lo suficiente. Habían descubierto el secreto de Ashe mucho antes de lo que a él le hubiera gustado. No había contado con el mago. Ambrose tenía fama de aborrecer la magia. Aquella colaboración lo había sorprendido grandemente.
A Harkon no le gustaban las sorpresas. Si llegaban a interrogar a Ashe, éste podría revelar que había sido Harkon el que le había dado la idea del veneno y el conjuro; quien había susurrado al oído del enterrador que podría devolverle la vida a su mujer; quien le había envenenado la mente hablándole de la putrefacción de la carne y de su amada esposa convertida en alimento para gusanos.
No podía permitir que Ashe revelara su secreto. Harkon Lukas tenía cierta reputación como bardo, pero no como una fuerza del mal. Si la hermandad llegaba a enterarse, eso lo arruinaría todo.
Podía eliminar a Ashe, simplemente, pero quería a Konrad. Tal vez sería mejor ofrecer su ayuda al enterrador. Sí, eso sonaba factible. Se convertiría en cómplice de Ashe, y luego lo traicionaría, le arrebataría el cuerpo a Konrad y quizá incluso adquiriera la categoría de héroe. Rió en silencio; sólo el movimiento convulsivo de los hombros revelaba su regocijo interior. Oh, eso sería delicioso.
Se puso en pie y empezó a descender lentamente la colina. No tenía tiempo que perder, si quería poner en marcha sus planes. Necesitaba a Ashe vivo para preparar su trampa; después lo eliminaría antes de que pudiera revelar la verdad. Tenía que aparentar ser su amigo y al mismo tiempo su enemigo. Un bonito truco si conseguía llevarlo a cabo. Y, tratándose de Harkon Lukas, estaba completamente seguro de que lo haría.
Capítulo 30