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– Sé que no funcionó como esperabas. Yo he tenido el mismo problema durante semanas.

Elaine se apartó del cuerpo de su hermano, para desviar toda su atención hacia el enterrador.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– Perdí a mi mujer, igual que tú perdiste a tu hermano. Tú también quieres que regrese al mundo de los vivos, ¿no es cierto?

Elaine asintió con la cabeza.

– Quiero recuperar a mi esposa. He tenido un éxito considerable con otros cadáveres, pero todavía no es perfecto. Juntos tal vez consigamos solucionar nuestros respectivos problemas.

– Fuiste tú quien envenenó el agua, el responsable de la epidemia. Es por eso por lo que no quemaste los cuerpos. -Su voz era suave, como si estuviera haciendo una mera relación de los hechos. Era mejor que gritar.

– He intentado mejorar el conjuro, en efecto. Hace algunos días alguien propuso por primera vez que quemásemos los cuerpos. Sabía que eso impediría su resurrección; justo lo contrario a mis intereses.

Bajo la luz de la lámpara, Elaine vio su expresión de satisfacción, casi de autosuficiencia. Había perdido por completo la razón. Jonathan tenía razón. Estaba intentando conseguir una categoría mejorada de zombis; pero tampoco era eso exactamente. Lo que Ashe quería era devolver la vida a su esposa, pero no como un zombi.

– Puedo resucitar el cuerpo, pero no el alma -dijo Elaine-. Si has visto el resultado de mis otras sanaciones, ya sabes a qué me refiero.

Ashe depositó la lámpara al borde de la mesa. Su resplandor dorado confería una calidez al rostro de Blaine que hacía pensar que estaba vivo.

– Eres nueva en el arte de la sanación. Pero con la práctica mejorarás, al igual que yo he mejorado mi conjuro con los muertos.

Elaine observó la sonrisa que se dibujaba en su cara y no supo qué responder. ¿Qué podía decir a alguien que había perdido el juicio, que había presenciado las horribles consecuencias de sus sanaciones y sin embargo deseaba que siguiera experimentando, que mejorase su técnica? Ashe parecía creer que con la práctica Elaine conseguiría curar sin causar deformaciones en el paciente. Elaine temía en cambio que la experiencia le proporcionase control sobre sus deformes creaciones. Podría curar, pero ¿a qué precio?

Se oyó un ruido, casi como una explosión, procedente de la planta baja.

– Creo que tenemos compañía -dijo Ashe.

No parecía tener miedo. Caminó hacia la puerta con la precaución de no darle la espalda a Elaine. Estaba loco, pero todavía no confiaba en ella. Le dejó la lámpara.

– Observa la cara de tu hermano mientras yo atiendo a nuestros visitantes. Cuando regrese podrás decirme si no dedicarías hasta el último ápice de tu fuerza vital a devolverle la vida.

Con esas palabras, cerró la puerta. La llave giró en la cerradura. Elaine estaba encerrada, sola, en compañía del cadáver de su hermano.

Capítulo 31

Jonathan atravesó la puerta forzada. Thordin ya se encontraba en la estancia, y su espada desnuda reflejaba la luz de las numerosas lámparas. Gersalius y Konrad entraron tras él. La puerta había cedido bajo la acción combinada del hacha de Konrad y los hechizos del mago.

Jonathan miró hacia atrás, hacia la puerta abierta y la oscuridad que se abría afuera.

– Si nosotros hemos podido entrar, también podrán entrar los zombis. No nos interesa que nos corten la retirada -comentó.

– Entonces será mejor que nos demos prisa -dijo el mago-. Es posible que el tal Ashe controle a los muertos que su conjuro ha resucitado.

– No nos advertiste de ello -dijo Konrad.

El mago se encogió de hombros, un tanto avergonzado.

– Se me acaba de ocurrir.

– El mago tiene una buena parte de razón -dijo una voz desde la puerta que se hallaba en el lado opuesto; Ashe se encontraba en el interior de la estancia, pero fuera del alcance de las espadas-. En efecto, puedo controlar a los muertos.

Algo se movió tras Ashe, atravesando también el umbral. Era el zombi que Teresa había visto moverse a gran velocidad en la primera noche. En esta ocasión, Jonathan pudo examinarlo con todo detalle.

La piel parecía lisa y completa, pero era de color amarillento y presentaba extrañas formas en algunas zonas, como la piel de una serpiente, estampada y moteada. El zombi abrió la boca y emitió un silbido.

Ashe le acarició la cabeza distraídamente, como si se tratara de un perro. Aquel ser se arrimó a sus piernas, aparentemente agradecido por aquella atención.

– Éste fue el primero que resucitó con parte de sus capacidades mentales, pero como podéis ver no ha seguido progresando. Siempre será un animal fiel-. El enterrador sonrió al decir esto-. ¿No habéis echado de menos a vuestra joven acompañante rubia?

Konrad dio un paso adelante, blandiendo el hacha.

– ¿Tienes a Elaine?

– La encontré vagando por las calles, considerablemente angustiada. Está arriba, velando el cuerpo de su hermano. Tiene una buena dosis de talento, a su manera. -Volvió la vista hacia Jonathan y añadió-: ¿Sabes lo que les hizo a tus amigos en la posada?

Las imágenes invadieron la mente de Jonathan. Volvió a revivir lo que se habían encontrado en la posada. Habían pasado por allí de camino a la casa del enterrador, con la esperanza de que Randwulf y Fredric se sumaran a ellos. Encontraron sangre por todas partes. El olor a carne y cabellos quemados era asfixiante. Randwulf yacía boca abajo en el suelo, con la parte posterior del cuello convertida en un amasijo de carne carbonizada. Fredric había prácticamente vaciado sus propios brazos, con la intención de eliminar las escamas que le habían horadado la carne.

El cuerpo de Averil estaba clavado en la cama con sangre por todas partes, como si hubiera muerto por segunda vez.

Silvanus yacía también en el suelo, con el brazo cercenado y el muñón quemado. Se aferró a la toga de Jonathan y susurró:

– No lo hizo a propósito. Fue un accidente.

Jonathan huyó de aquella habitación para echarse en brazos de Teresa, pero se encontró con que ésta ardía de fiebre. Se fue de su lado sin saber si Teresa se había percatado de su presencia. La herida se había infectado. Pero, después de lo que había visto en la habitación contigua, se alegró de que Teresa hubiera rechazado la ayuda de Elaine.

Acto seguido había conducido a los demás hasta la morada de Ashe en el inminente anochecer, decidido a acabar con todo aquello esa misma noche. No había tiempo para buscar a Elaine; Jonathan tampoco estaba seguro de que fuera buena idea. Sus peores sospechas habían quedado confirmadas en aquella pequeña habitación de la posada.

– Creo que Elaine y yo podríamos trabajar juntos -dijo Ashe-. La combinación de nuestros poderes tal vez podría resucitar a los muertos a la verdadera vida.

– Elaine nunca colaborará contigo -afirmó Konrad.

– Oh, yo no estaría tan seguro. Puede que el hecho de estar encerrada en una habitación en compañía de su hermano para contemplar cómo su cuerpo se descompone la haga cambiar de opinión.

– Eres un monstruo mucho más atroz que cualquiera de los zombis -replicó Konrad.

Avanzó indignado hacia él, pero Thordin lo detuvo asiéndolo por un brazo.

– Todavía no -le recordó.

Thordin soltó a Konrad para agarrar una pequeña jarra de arcilla con un tapón de cera. Jonathan y Gersalius extrajeron también pequeños cántaros sellados de sendas bolsas que pendían de sus cinturones. Tras retirar los tapones, Konrad arrojó una de las jarras hacia Ashe, que al quebrarse esparció aceite sobre sus vestiduras. Ashe profirió un grito, y el zombi dio un salto.

Thordin cayó al suelo derribado por la criatura. Dejó caer la espada, puesto que se trataba de una lucha cuerpo a cuerpo, y buscó el cuchillo que pendía de su cinturón.

Konrad hundió el hacha en la espalda de aquel ser. La columna se quebró con un crujido bajo la hoja. La criatura retrocedió con un grito, y Thordin le atravesó el vientre con el cuchillo. La cosa volvió a gritar, pero era inmortal. Thordin introdujo los pies bajo el cuerpo del zombi y lo apartó de una patada. Éste aterrizó a los pies de Ashe, pero en seguida se incorporó para seguir luchando.