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– ¿Tienes algún plan para el resto de la noche? -preguntó entonces Colin.

– No.

– Yo tampoco, da la casualidad.

Maldición. Otra vez. ¿Es que era demasiado desear una maldita hora de soledad?

– Gracias por defender el honor de Francesca -dijo Colin, tranquilamente.

El primer impulso de Michael fue gruñir que no había ningún motivo para darle las gracias, puesto que a él le correspondía defender el honor de Francesca tanto como a cualquier Bridgerton; pero los ojos verdes de Colin se veían especialmente penetrantes esa noche, de modo que simplemente asintió.

– Tu hermana se merece que la traten con respeto -dijo al fin, procurando que la voz le saliera tranquila y pareja.

– Por supuesto -dijo Colin, inclinando la cabeza.

Llegaron las bebidas. Michael resistió el deseo de bebérsela de un trago, pero sí bebió uno largo, para que le quemara la garganta.

Colin, en cambio, bebió apenas un sorbo, exhaló un suspiro de satisfacción y se reclinó en su sillón.

– Excelente whisky -dijo, con mucho sentimiento-. Es lo mejor de Gran Bretaña, en realidad. O una de las mejores cosas. No se puede conseguir nada parecido en Chipre.

Michael se limitó a contestar con un gruñido; eso fue lo único que le pareció necesario.

Colin bebió otro sorbo y estuvo un momento saboreándolo.

– Aahh -exclamó, dejando el vaso en la mesa-. Casi tan bueno como una mujer.

Michael volvió a gruñir y se llevó el vaso a los labios.

– Deberías casarte con ella, ¿sabes? -dijo Colin entonces.

Michael casi se atragantó.

– Perdón, ¿qué has dicho?

– Cásate con ella -repuso Colin, encogiéndose de hombros-. Creo que es algo muy sencillo.

Era demasiado suponer que Colin se refiriera a otra que no fuera Francesca, pero de todos modos, desesperado, Michael probó, diciendo en el tono más glacial que pudo:

– ¿A quién te refieres, si puedo preguntarlo?

Colin arqueó las cejas.

– ¿De veras tenemos que jugar a esto?

– No puedo casarme con Francesca -soltó Michael.

– ¿Por qué no?

– Porque… -Se interrumpió. Eran cientos los motivos que le impedían casarse con Francesca, y de ninguno de ellos podía hablar en voz alta, así que se limitó a decir-: Estaba casada con mi primo.

– La última vez que leí las leyes y normas al respecto, no había nada ilegal en eso.

No, pero sería absolutamente inmoral. Deseaba y amaba a Francesca desde hacía tanto tiempo que le parecía una eternidad, y cuando John todavía estaba vivo. Había engañado a su primo de la manera más ruin posible; no podía agravar la traición robándole a su mujer.

Eso completaría el horrible círculo que lo había llevado a ser el conde de Kilmartin, título que no debería haber sido suyo jamás. Nada de eso debería ser suyo. Y a excepción de esas malditas botas que ordenó a Reivers guardar en un ropero, Francesca era lo único que quedaba de John que no había hecho suyo.

La muerte de John le había dado una fabulosa riqueza; le había dado poder, prestigio y el título de conde.

Si le daba a Francesca también, ¿cómo podría aferrarse al hilillo de esperanza de que no había deseado nunca, ni siquiera en sueños, que ocurriera todo eso?

¿Cómo podría vivir consigo mismo entonces?

– Tiene que casarse con alguien -dijo Colin.

Michael levantó la cabeza, consciente de que llevaba un rato sumido en sus pensamientos, y de que Colin lo había estado observando todo ese tiempo. Se encogió de hombros, tratando de fingir un aire desdeñoso, despreocupado, aunque estaba casi seguro de que no lograría engañar al hombre que lo estaba observando.

– Hará lo que desee -dijo-. Siempre lo hace.

– Podría casarse precipitadamente -musitó Colin-. Desea tener hijos antes de hacerse vieja.

– No es vieja.

– No, pero tal vez ella cree que lo es. También podría pensar que los demás la considerarán vieja. Al fin y al cabo no concibió con tu primo. Bueno, no con éxito.

Michael tuvo que agarrarse del borde de la mesa para no levantarse. Podría tener a Shakespeare a su lado, sirviéndole de intérprete, y ni aún así lograría explicar por qué le enfurecía tanto ese comentario de Colin.

– Si se precipita al elegir -añadió Colin, con la mayor naturalidad-, podría elegir a un hombre que sería cruel con ella.

– ¿Francesca? -dijo Michael, despectivo.

Tal vez otra mujer sería tan tonta, pero no su Francesca.

Colin se encogió de hombros.

– Podría ocurrir -dijo.

– Aun en el caso de que ocurriera -replicó Michael-, ella no continuaría en ese matrimonio.

– ¿Qué opciones tendría?

– Estamos hablando de «Francesca» -dijo Michael.

Y eso debía explicarlo todo.

– Supongo que tienes razón -convino Colin, bebiendo otro sorbo de su whisky-. Siempre encontraría refugio con los Bridgerton. Nosotros no la obligaríamos jamás a volver con un marido cruel. -Dejó su vaso en la mesa y se reclinó en su sillón-. En todo caso, no tiene sentido hablar de esto, ¿verdad?

Michael detectó algo raro en el tono de Colin, algo oculto e irritante. Levantó bruscamente la vista, sin poder resistir el deseo de escrutarle la cara, por si adivinaba qué se proponía.

– ¿Y eso por qué? -preguntó.

Colin bebió otro sorbo. Michael observó que el volumen del licor en el vaso prácticamente no bajaba.

Después Colin estuvo un rato haciendo girar el vaso, hasta que levantó la vista y fijó la mirada en su cara, con una expresión que a cualquiera le parecería sosa, aunque en sus ojos había algo que hizo que Michael deseara revolverse en el asiento. Sus penetrantes ojos parecían perforarlo y, aunque eran de un color distinto a los de Francesca, tenían exactamente la misma forma.

Era casi espeluznante.

– ¿Que por qué no tiene sentido hablarlo? -musitó Colin pensativo-. Bueno, porque está muy claro que no deseas casarte con ella.

Michael abrió la boca para hacer una rápida réplica, y se apresuró a cerrarla al darse cuenta, no sin una tremenda conmoción, que había estado a punto de decir «Sí que lo deseo».

Y lo deseaba.

Deseaba casarse con Francesca.

Simplemente no podría vivir con su conciencia si lo hacía.

– ¿Te sientes mal? -le preguntó Colin.

Michael lo miró sorprendido.

– Estoy muy bien, ¿por qué?

Colin ladeó ligeramente la cabeza.

– No sé, por un momento me ha parecido que estabas… -Negó con la cabeza-. No, nada.

– ¿Qué Bridgerton? -preguntó Michael, casi ladrando.

– Sorprendido. Me ha parecido que estabas sorprendido. Lo he encontrado bastante extraño.

Dios santo, un momento más con Colin Bridgerton y ese maldito cabrón le sacaría a la luz todos sus secretos. Echó atrás el sillón.

– Tengo que irme -dijo bruscamente.

– Ah, muy bien -dijo Colin, con tanta afabilidad como si hubieran estado hablando de caballos y del tiempo.

Michael se levantó e inclinó secamente la cabeza. No era una despedida muy cálida, teniendo en cuenta que en cierto modo eran parientes, pero fue lo único que logró hacer, dadas las circunstancias.

– Piensa en lo que te he dicho -insistió Colin, cuando él ya estaba en la puerta.

Se le escapó una risita áspera cuando abrió la puerta y salió al vestíbulo. Como si fuera a ser capaz de pensar en otra cosa.

Todo el resto de su vida.

Capítulo 13

… todo va bien en casa, todo es agradable, y Kilmartin prospera con la esmerada administración de Francesca. Ella continúa lamentando la muerte de John, pero claro, todos sentimos lo mismo, como lo sientes tú, sin duda. Podrías ver la posibilidad de escribirle directamente a ella. Sé que te echa de menos. Yo le transmito las historias que me cuentas, pero estoy segura de que a ella se las relatarías de manera distinta a como se las relatas a tu madre.