Выбрать главу

Y eso fue lo que ella le dio.

– Hace un día precioso -dijo, sentándose sobre la manta.

Se levantó las faldas para poder sentarse al estilo indio y luego se las arregló bien sobre las piernas. Esa era una postura que no adoptaría jamás en compañía de otros, pero allí era distinto.

John habría querido que ella estuviera cómoda.

– Ha llovido semanas y semanas -continuó-. Algunos días han sido peores que otros, por supuesto, pero no ha habido ningún día sin por lo menos unos minutos de lluvia. A ti no te habría importado, pero yo, lo confieso, estaba deseando que brillara el sol.

Vio que el tallo de una de las flores no estaba tal como lo deseaba y se inclinó a arreglarlo.

– Claro que eso no me ha impedido salir a caminar -dijo, y se le escapó una risita nerviosa-. La lluvia me ha sorprendido fuera bastantes veces últimamente. La verdad es que no sé bien qué me pasa… antes prestaba más atención al tiempo. -Exhaló un suspiro-. No, sí sé qué me pasa. Simplemente me da miedo decírtelo. Tonta que soy, lo sé, pero…

Volvió a reírse, con esa risa tensa que sonaba tan mal en sus labios. Eso era algo que nunca había sentido con John: nerviosismo. Desde el instante en que se conocieron se había sentido cómoda en su presencia, absolutamente cómoda, a gusto, tanto con él como consigo misma.

Pero en esos momentos…

Bueno, tenía motivos para estar nerviosa.

– Ha ocurrido algo, John -continuó, tironeándose la tela del abrigo-. Esto… comencé a sentir algo por alguien, algo que quizá no debería haber sentido.

Miró alrededor, medio esperando que apareciera alguna especie de señal del cielo. Pero no vio nada, sólo sintió el suave murmullo de las hojas de los árboles agitadas por la brisa.

Tragó saliva y volvió a centrar la atención en la lápida de John. Era tonto que un trozo de piedra llegara a simbolizar a un hombre, pero no sabía qué otra cosa mirar cuando le hablaba a su recuerdo.

– Tal vez no debería haberlo sentido, o tal vez debía y simplemente creía que no debía. No lo sé, lo único que sé es que ocurrió. Yo no lo esperaba, pero entonces, ahí estaba el sentimiento y… por…

Se interrumpió, y los labios se le curvaron en una sonrisa que era casi pesarosa.

– Bueno, supongo que sabes por quién es. ¿Te lo imaginas?

Y entonces ocurrió algo extraordinario. Después, pensándolo en retrospectiva, tuvo la sensación de que debió moverse la tierra o que del cielo bajó un rayo de luz que iluminó la tumba. Pero no hubo nada de eso; nada palpable, nada audible ni visible, sino simplemente una extraña sensación de que algo se movía dentro de ella, casi como si algo se hubiera abierto paso para, por fin, ocupar su lugar.

Y entonces supo, de verdad, lo comprendió totalmente, que John podría habérselo imaginado. Y más que eso, que lo habría deseado.

Él habría deseado que se casara con Michael. Habría deseado que se casara con cualquier hombre del que se hubiera enamorado, pero tenía la impresión de que le habría gustado más, que casi le habría alegrado, que eso le hubiera ocurrido con Michael.

Ellos eran las dos personas que más quería y le habría gustado saber que estaban juntos.

– Lo amo -dijo, cayendo en la cuenta de que esa era la primera vez que lo decía en voz alta-. Amo a Michael. Lo quiero, y…, John -pasó un dedo por su nombre grabado en la lápida-, creo que lo aprobarías. A veces casi creo que tú lo dispusiste todo. Es muy extraño -continuó, con los ojos llenos de lágrimas-. Me pasé mucho tiempo pensando para mis adentros que nunca volvería a enamorarme. ¿Cómo iba a poder? Y cuando alguien me preguntaba qué habrías deseado tú para mí, yo contestaba, lógicamente, que desearías que encontrara a otro. Pero por dentro… -Sonrió tristemente-. En mi interior sabía que eso no ocurriría. Que no me enamoraría. Lo sabía. Lo sabía absolutamente. O sea, que en realidad no importaba lo que tú desearas para mí, ¿verdad? Pero ocurrió. Ocurrió, y yo no me lo esperaba. Ocurrió, y ocurrió con Michael. Lo quiero, John. Lo quiero mucho, mucho -continuó, con la voz rota por la emoción-. Me repetía una y otra vez que no, pero cuando pensé que se iba a morir, fue demasiado para mí, y comprendí… ay, Dios, lo supe, John. Lo necesito, lo amo, lo quiero. No puedo vivir sin él, y sólo necesitaba decírtelo, saber que tú… que tú…

No pudo continuar. Era demasiado lo que tenía dentro; demasiadas emociones, todas pugnando por salir. Bajó la cabeza y, cubriéndose la cara con las manos, lloró, no de pena, y tampoco de alegría, sino simplemente porque no pudo contenerse.

– John -sollozó-. Lo amo. Y creo que eso es lo que tú habrías deseado. De verdad lo creo, pero…

Entonces oyó un ruido detrás de ella. Una pisada, una respiración. Se giró, pero ya sabía quién era. Lo sentía en el aire.

– Michael -musitó, mirándolo como si fuera un espectro. Estaba pálido, demacrado, débil, y tuvo que apoyarse en un árbol para sostenerse, pero para ella estaba perfecto.

– Francesca -dijo él, y la palabra pareció salirle con dificultad-. Frannie.

Ella se incorporó, sin dejar de mirarlo a los ojos.

– ¿Me has oído? -le preguntó en un susurro.

– Te quiero -dijo él con la voz ronca.

– ¿Pero me has oído? -insistió ella.

Tenía que saberlo, porque si no la había oído tenía que decírselo.

Él asintió.

– Te quiero -dijo ella. Deseó acercársele, deseó abrazarlo, pero parecía estar clavada en el lugar-. Te quiero -repitió-. Te amo.

– No tienes por qué…

– Sí que tengo. Tengo que decirlo. Tengo que decírtelo. Te amo. Te quiero. Te quiero tanto, tanto…

Y entonces desapareció la distancia entre ellos, y él la rodeó con sus brazos. Ella hundió la cara en su pecho, mojándole la camisa con las lágrimas. No sabía por qué lloraba, pero ya no le importaba. Lo único que deseaba era el calor de su abrazo.

En sus brazos sentía el futuro, y este era maravilloso.

Michael apoyó el mentón en su cabeza.

– No quise decir que no lo dijeras -musitó- sino que no tenías por qué repetirlo.

Ella se echó a reír, aun cuando seguían brotándole lágrimas, y los dos se estremecieron.

– Tienes que decírmelo -dijo él-. Si lo sientes, tienes que decírmelo. Soy un cabrón codicioso y lo quiero todo.

Ella lo miró con los ojos brillantes.

– Te amo.

Él le acarició la mejilla.

– No tengo idea de qué he hecho para merecerte.

– No tenías que hacer nada -musitó ella-, sólo tenías que ser. -Le acarició la mejilla, su gesto un reflejo del suyo-. Simplemente me ha llevado un tiempo comprenderlo.

Él giró la cara para que quedara apoyada en la mano de ella y se la cubrió con las dos suyas. Le besó la palma y luego aspiró el aroma de su piel. Había intentado muchísimo convencerse de que no importaba si ella lo amaba o no, que tenerla por mujer le bastaba. Pero en ese momento…

Ahora que ella lo había dicho, ahora que él sabía, ahora que tenía henchido de dicha el corazón, comprendía que sí le importaba.

Eso era el cielo.

Eso era dicha.

Eso era algo que jamás se había atrevido a esperar sentir, algo que jamás había soñado que existía.

Eso era amor.

– Todo el resto de mi vida te amaré -prometió-. El resto de mi vida. Te lo prometo. Daré mi vida por ti. Te honraré, te mimaré. Te…

Se ahogó con las palabras, pero no le importó. Simplemente deseaba decírselo. Deseaba que ella lo supiera.

– Vámonos a casa -dijo ella dulcemente.

Él asintió.

Ella le cogió la mano, instándolo suavemente a alejarse del claro y caminar hacia la zona boscosa que separaba el camposanto de la casa y sus jardines. Michael aceptó apoyarse en su mano, pero antes de echar a andar, se giró hacia la tumba de John y moduló la palabra «Gracias».

Y entonces se dejó llevar a la casa por su mujer.

– Quería decírtelo después -iba diciendo ella. Todavía le temblaba la voz por la emoción, pero ya empezaba a hablar más parecido a como hablaba habitualmente-. Tenía pensado un gesto muy, muy romántico. Algo grandioso. Algo… -Se volvió a mirarlo con una sonrisa pesarosa-. Bueno, no sé qué, pero habría sido grandioso.