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—Los flujos no pueden tocar a nadie fuera de esta habitación. Es posible que sienta algo de lo que compartáis las dos, debido al vínculo que os une, pero sólo un poco.

Aviendha soltó un suspiro de alivio, coreado por otro de Elayne.

—Bien —continuó Monaelle—. Hay que seguir unos procedimientos. Venid. No somos jefes de clan discutiendo compromisos de agua entre copa y copa de oosquai.

Riendo, haciendo lo que parecían chistes sobre jefes de clan y el fuerte licor Aiel, las otras mujeres formaron un círculo alrededor de Aviendha y Elayne. Monaelle se sentó grácilmente en el suelo, cruzada de piernas, a dos pasos de las jóvenes desnudas. Las risas cesaron cuando su tono se tornó ceremonioso.

—Nos hemos reunido porque dos mujeres desean ser primeras hermanas. Comprobaremos si son lo bastante fuertes y, si lo son, las ayudaremos. ¿Se encuentran sus madres presentes?

Elayne dio un respingo, pero al momento Viendre se situaba detrás de ella.

—Yo actúo como la madre de Elayne Trakand, que no puede estar aquí. —Con las manos en los hombros de Elayne, Viendre la empujó hacia adelante y hacia abajo hasta que la joven se encontró de rodillas en las frías baldosas, delante de Aviendha, y a continuación se arrodilló ella—. Ofrezco a mi hija para su prueba.

Tamela apareció detrás de Aviendha y la empujó hacia abajo hasta que las rodillas de ésta tocaron las baldosas, casi pegadas a las de Elayne, y luego se arrodilló detrás.

—Yo actúo como la madre de Aviendha, que no puede estar aquí. Ofrezco a mi hija para su prueba.

En otro momento Elayne habría soltado una risita. Ninguna de las dos mujeres parecía tener media docena de años más que Aviendha y ella. En otro momento. No en ése. Las Sabias que se habían quedado de pie mostraban un gesto solemne. Las observaban a Aviendha y a ella como si las sopesaran y no estuviesen seguras de que darían la talla.

—¿Quién sufrirá los dolores del parto por ellas? —preguntó Monaelle, y Amys se adelantó.

Otras dos la siguieron, una pelirroja llamada Shyanda, a la que Elayne había visto con Melaine, y una mujer canosa a la que no conocía. Ayudaron a desnudarse a Amys. Orgullosa en su desnudez, Amys se volvió hacia Monaelle y se palmeó el terso y duro vientre.

—Yo he dado a luz. He dado de mamar —dijo, rodeando con las manos unos pechos que no parecían haber hecho tal cosa—. Me ofrezco.

Tras el circunspecto gesto de aceptación de Monaelle, Amys se puso de rodillas a dos pasos, al otro lado de Elayne y Aviendha, y se sentó sobre los talones. Shyanda y la canosa Sabia se arrodillaron flanqueándola, y de repente el brillo del Poder rodeó a todas las mujeres de la habitación, salvo a Elayne, Aviendha y Amys.

Elayne respiró profundamente y vio que Aviendha hacía lo mismo. De vez en cuando, un brazalete tintineaba contra otro entre las Sabias, el único sonido en el cuarto aparte de las respiraciones y el débil y lejano trueno. Fue casi un sobresalto cuando Monaelle habló.

—Las dos haréis lo que se os ordene. Si flaqueáis o tenéis dudas, vuestra devoción no es lo bastante fuerte. Os mandaré salir y ése será el final de esto, para siempre. Haré preguntas, y responderéis con sinceridad. Si rehusáis contestar, se os mandará salir. Si alguna de las presentes cree que mentís, se os mandará salir. Y podéis marcharos en cualquier momento que queráis, desde luego. Lo cual pondrá fin a esto de manera definitiva. Aquí no hay segundas oportunidades. Bien. ¿Cuál crees que es la mejor cualidad de la mujer que quieres como hermana primera?

Elayne casi esperaba esa pregunta. Era una de las cosas en las que le dijeron que pensara. Elegir una virtud entre tantas no había sido fácil, aunque ya tenía preparada la respuesta. Cuando habló, flujos de saidar se tejieron repentinamente entre Aviendha y ella, y de su boca no salió sonido alguno, ni de la de Aviendha. Sin pensarlo, una parte de su mente memorizó la forma de los tejidos; incluso en ese momento, intentar aprender era una parte de sí misma, tanto como el color de sus ojos. Los tejidos desaparecieron cuando cerró los labios.

Aviendha se siente muy segura de sí misma, muy orgullosa. No le importa lo que nadie piense que debería hacer o ser; es quien ella quiere ser, oyó Elayne decir a su propia voz, a la par que las palabras de Aviendha se hacían audibles de repente, al mismo tiempo. Incluso cuando Elayne está tan asustada que se le queda seca la boca, su espíritu no se doblega. Es la persona más valiente que conozco.

Elayne miró de hito en hito a su amiga. ¿Aviendha creía que era valiente? Luz, no era cobarde, pero ¿valiente? Curiosamente, Aviendha la miraba intensamente a ella, con incredulidad.

—La valentía es un pozo —le susurró Viendre al oído—, profundo en algunas personas, somero en otras. Profundos o someros, los pozos acaban secándose, aunque vuelvan a llenarse después. Afrontarás lo que no eres capaz de afrontar, las piernas te temblarán como si fuesen gelatina, y tu cacareado coraje te dejará tirada en el polvo, sollozando. Llegará el día.

Lo dijo como si quisiese estar allí para verlo. Elayne asintió con un seco cabeceo. Sabía todo sobre temblarle las piernas como si fuesen gelatina; se enfrentaba a ello a diario, al parecer.

Tamela hablaba al oído de Aviendha en un tono casi tan satisfecho como el de Viendre:

—El ji’e’toh te ata como bandas de acero. Por el ji, actúas exactamente como se espera de ti, hasta lo más mínimo. Por el toh, si es preciso te rebajas y te arrastras sobre el vientre. Porque te importa, y mucho, lo que todo el mundo piensa de ti.

Elayne casi soltó una exclamación ahogada. Eso era cruel. E injusto. Sabía algo del ji’e’toh, pero Aviendha no era así. Sin embargo, Aviendha estaba asintiendo, igual que había hecho ella antes. Una aceptación impaciente de lo que ya sabía.

—Buenas características que apreciar en una hermana primera —dijo Monaelle, que dejó resbalar el chal hasta los codos—, pero ¿qué es lo peor que ves en ella?

Elayne rebulló sobre las heladas rodillas y se lamió los labios antes de hablar. Había temido esto. No era sólo la advertencia de Monaelle; Aviendha había dicho que debían decir la verdad. Tenían que hacerlo, pues si no ¿qué valor tenía la unión de hermanas? De nuevo los tejidos retuvieron cautivas sus palabras hasta que desaparecieron.

Aviendha… dijo de repente la voz de Elayne, vacilante. Cree… Cree que la violencia es siempre la respuesta. A veces no piensa más allá de su cuchillo. ¡A veces es como un muchachito que nunca se hará mayor!

Elayne sabe que… empezó la voz de Aviendha, que tragó saliva y continuó de corrido. Sabe que es hermosa, sabe el poder que eso le da sobre los hombres. A veces va con la mitad del busto al aire, a la vista de todos, y sonríe para conseguir que los hombres hagan lo que quiere.

Elayne se quedó boquiabierta. ¿Aviendha pensaba eso de ella? ¡La hacía parecer una lagarta! Aviendha la miró ceñuda y empezó a abrir la boca, pero Tamela le apretó de nuevo los hombros y empezó a hablarle.

—¿Crees que los hombres no contemplan tu cara con aprobación? —Había un timbre incisivo en la voz de la Sabia, y «firme» sería el término más comedido para describir su rostro—. ¿Acaso no miran tus pechos en la tienda de vapor? ¿No admiran tus caderas? Eres hermosa, y lo sabes. ¡Niégalo, y te negarás a ti misma! Te han complacido las miradas de los hombres, y les has sonreído. ¿De verdad no sonreirás a un hombre para dar más peso a tus argumentos, o no le tocarás el brazo para distraerlo de la debilidad de tus razonamientos? Lo harás, y no serás menos por ello.

Las mejillas de Aviendha se tiñeron de rojo, pero Elayne tenía que escuchar lo que Viendre le decía a ella. E intentar no ponerse colorada.