Cuando apartó a un lado la lona de la entrada, alrededor de veinte hermanas ocupaban ya el pasillo central flanqueado con habitaciones de lona. Aquí y allí, unas pocas hablaban en murmullos, pero las demás evitaban los ojos de sus compañeras, aunque perteneciesen al mismo Ajah. El miedo estaba presente, pero era una vergüenza que se reflejaba en la mayoría de las caras. Akoure, una fornida Gris, se miraba fijamente la mano en la que normalmente lucía su anillo. Desandre, una esbelta Amarilla, tenía escondida la mano del anillo en el hueco de la axila del otro brazo.
Las quedas conversaciones cesaron cuando Toveine apareció. Varias mujeres la miraron hostilmente, sin tapujos. ¡Incluidas Jenare y Lemai, de su propio Ajah! Desandre recobró la compostura lo suficiente para volverse de espaldas fríamente. En el espacio de dos días, cincuenta y una Aes Sedai habían caído prisioneras de los monstruos de chaquetas negras, y cincuenta culpaban de ello a Toveine Gazal como si Elaida a’Roihan no hubiese tenido nada que ver con el desastre. De no haber sido por la intervención de Logain, se habrían cobrado venganza en su primera noche allí. No le agradecía que hubiese parado la paliza y que hubiera obligado a Carniele a Curarle los verdugones causados por cinturones y los cardenales dejados por puños y pies. Habría preferido que la mataran a golpes antes que estar en deuda con él.
Se echó la capa sobre los hombros y caminó orgullosamente pasillo adelante hasta salir al pálido sol matinal, tan acorde con su ánimo decaído. A su espalda, alguien gritó unas palabras acres antes de que la puerta las acallara al cerrarse. Se subió la capucha con manos temblorosas y ajustó la piel del forro en torno a la cara. Nadie avasallaba impunemente a Toveine Gazal. Hasta la señora Espigo, que la había reducido a una especie de sumisión con el transcurso de los años, descubrió tal cosa cuando su exilio finalizó. Ya les enseñaría. ¡Les enseñaría a todas!
El dormitorio que compartía con las otras se encontraba a un extremo de un pueblo grande, aunque extraño. Un pueblo de Asha’man. En algún otro lugar, según le habían contado, se estaba marcando el terreno para levantar un conjunto de estructuras que, por lo que se decía, haría parecer pequeña a la Torre Blanca, pero era aquí donde vivía la mayoría de ellos ahora. Cinco barracones grandes y amazacotados, repartidos a lo largo de calles tan anchas como cualquiera de Tar Valon, podían albergar a un centenar de soldados Asha’man. Todavía no estaban ocupados al completo, gracias a la Luz, pero los andamios cubiertos de nieve esperaban la llegada de los obreros en torno a las gruesas paredes de otros dos más, casi acabados para techarlos con paja. También había casi una docena de esos edificios en construcción. Esparcidas alrededor de ellos se alzaban unas doscientas casas, del tipo que podría encontrarse en cualquier pueblo, donde vivían algunos de los hombres casados y las familias de otros que estaban siendo entrenados.
Los varones que podían encauzar no la asustaban. Una vez se había dejado llevar por el pánico, cierto, pero eso no venía al caso. Sin embargo, quinientos hombres capaces de encauzar eran como una astilla de hueso encajada entre sus dientes que no podía sacarse. ¡Quinientos! Y algunos podían Viajar. Sí, una esquirla de hueso muy afilada. Además, había recorrido a través del bosque los casi dos kilómetros que había hasta el muro. Eso, lo que significaba, sí la asustaba.
El muro no estaba acabado en ninguna parte ni tenía más de cuatro metros de altura, y ninguna torre o bastión se encontraba más allá de los inicios de su construcción. En algunos sitios podría haber pasado por encima de los montones de piedra negra, de no ser por la orden de no intentar escapar. No obstante, tenía ya una extensión de trece kilómetros, y creía la afirmación de Logain de que su construcción se había iniciado hacía menos de tres meses. Ese hombre la tenía demasiado agarrada para molestarse en mentir. Según Logain, el muro era una pérdida de tiempo y de esfuerzo, y quizá lo fuese, pero a ella le hacía castañetear los dientes. Sólo tres meses. Hecho mediante el Poder. Con la mitad masculina del Poder. Cuando pensaba en ese muro negro, veía una fuerza implacable a la que no se podía parar, una avalancha de piedra negra que se deslizaba por la pendiente para enterrar a la Torre Blanca. Imposible, por supuesto. Imposible; pero, cuando no soñaba que estrangulaba a Elaida, soñaba con eso.
Había nevado por la noche y una espesa capa blanca cubría todos los tejados, pero no tuvo que andar con cuidado por las anchas calles. Se había limpiado el suelo de tierra apisonada, una tarea que correspondía a los hombres en fase de entrenamiento y que llevaban a cabo antes de salir el sol. ¡Utilizaban el Poder para todo, desde llenar las leñeras hasta limpiar sus ropas! Hombres con chaquetas negras iban presurosos de aquí para allí por las calles, y otros se agrupaban en filas delante de los barracones, con órdenes de pasar lista en voz alta. Mujeres abrigadas para combatir el frío pasaban junto a ellos llevando cubos de agua de la fuente más cercana, aunque cómo era posible que cualquiera de ellas se hubiese quedado después de saber lo que era su esposo escapaba a la comprensión de Toveine. Aun más extraño era el que los niños corriesen de aquí para allí, alrededor de los escuadrones de hombres que podían encauzar, chillando y riendo, haciendo rodar aros, lanzándose pelotas pintadas de colores, jugando con muñecas y perros. Un toque de normalidad que acentuaba el maligno hedor de lo demás.
Al frente, un grupo montado se aproximaba calle arriba, al paso. En el poco tiempo que llevaba allí —el interminable tiempo— no había visto a nadie del pueblo utilizar animales para desplazarse, excepto a los obreros en carretas o carros. Y tampoco a las visitas, cosa que debía de ser aquel grupo —escoltado por cinco hombres de negro—, una docena de soldados con chaquetas rojas y capas de la Guardia Real, con dos mujeres de cabello rubio al frente, una abrigada con una capa roja y blanca, forrada con pieles negras, y la otra… Las cejas de Toveine se enarcaron. La otra llevaba unos pantalones verdes kandoreses y una chaqueta que correspondía al capitán general de la Guardia. ¡Incluso tenía los nudos dorados del rango en los hombros! A lo mejor estaba equivocada respecto a los hombres. Ésa se iba a encontrar en un aprieto cuando se topara con verdaderos soldados de la Guardia Real. En cualquier caso, era una hora muy temprana para visitas.
Cada vez que el peculiar grupo llegaba ante una de las formaciones, el hombre que caminaba delante de ésta gritaba «¡Asha’man, vista al frente!» Y los tacones de las botas golpeaban la tierra apisonada cuando los hombres se ponían firmes como pilares de piedra.
Toveine tiró de la capucha para ocultar mejor la cara y, desviándose a un lado de la amplia calle, se pegó a la esquina de uno de los barracones de piedra más pequeños. Un viejo con barba salió del edificio; en el cuello de la chaqueta lucía el alfiler en forma de espada, y la miró con curiosidad, aunque sin aflojar el paso.
Lo que acababa de hacer le causó una gran impresión, como si le hubiesen arrojado un cubo de agua fría, y faltó muy poco para que se echase a llorar. Ahora, ninguno de aquellos extraños descubriría un rostro Aes Sedai, si sabía reconocerlo. Y si una de esas mujeres encauzaba, por inverosímil que fuera tal cosa, no pasaría lo bastante cerca para percibir que ella también lo hacía. Mucho preocuparse y enfurecerse rumiando cómo desobedecer a Logain, ¡y luego iba y hacía lo necesario para cumplir sus instrucciones incluso sin pensarlo!
Como un acto de desafío, se paró donde estaba y se volvió hacia las visitas para observarlas. De manera automática, sus manos comprobaron que tenía la capucha bien echada antes de que ella tuviese tiempo de bajarlas bruscamente a los costados. Era lastimoso, ridículo. Conocía, de vista al menos, al Asha’man que guiaba al grupo —un tipo corpulento, de mediana edad, negro cabello engominado, sonrisa untuosa y ojos agoreros—, pero no a los otros. ¿Qué esperaba sacar de esto? ¿Cómo podía confiar un mensaje a cualquiera del grupo? Aun en el caso de que la escolta desapareciera, ¿cómo iba a lograr acercarse lo bastante para pasar un mensaje, cuando tenía prohibido dejar que ningún forastero descubriese la presencia de Aes Sedai allí?