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—¿Estás seguro? —preguntó Rand mientras cogía los dibujos arrugados al sirviente de cara afilada al que había llevado a un lado de la sala.

—Me parece que es él —contestó el tipo con incertidumbre al tiempo que se limpiaba las manos en el largo delantal, adornado con el bordado de una rueda amarilla—. Se parece. No tardará en regresar. —Sus ojos fueron más allá de Rand y suspiró—. Será mejor que encarguéis un trago u os vayáis. A la señora Gallger no le gusta que hablemos cuando deberíamos estar trabajando. Y le gustaría menos que estuviera hablando de un cliente, en este o en cualquier otro momento.

Rand miró hacia atrás. Una mujer delgada, con una peineta de marfil hincada en el oscuro moño, se encontraba de pie en el arco pintado de amarillo que conducía a la Sala de Mujeres. Por el modo en que contemplaba la sala común —mitad reina supervisando sus dominios, mitad granjera supervisando sus campos, y en ambos casos contrariada por el escaso movimiento del negocio— la señalaba como la posadera. Cuando su mirada cayó sobre Rand y el tipo de cara afilada, frunció el entrecejo.

—Ponche de vino y especias —pidió Rand mientras entregaba unas monedas al hombre, de cobre por el vino y marcos de plata por su información, por incierta que ésta fuese. Había pasado más de una semana desde que había matado a Rochaid y Kisman se había escapado, y en todos esos días ésta era la primera vez que había conseguido algo más que un encogimiento de hombros o una sacudida de cabeza cuando mostraba los dibujos.

Había una docena de mesas vacías cerca, pero Rand quería estar en un rincón, en la parte delantera de la sala, desde donde podría ver quién entraba sin que lo vieran a él; y, mientras se dirigía allí entre las mesas, captó fragmentos de conversaciones.

Una mujer alta y pálida, con un vestido de seda en color verde oscuro, sacudió la cabeza al hombre fornido y bajo que tenía delante, un tipo con una chaqueta negra teariana demasiado ajustada; de perfil, y con el moño gris acerado, la mujer guardaba cierto parecido con Cadsuane. El hombre parecía estar hecho con bloques de piedra, pero su rostro moreno y cuadrado tenía una expresión preocupada.

—Podéis tranquilizaros respecto a Andor, maese Admira —dijo ella en un tono confortador—. Creedme, los andoreños gritarán y se amenazarán con espadas, pero nunca llegan a entablar la lucha. Lo mejor que podéis hacer por vuestro propio interés es mantener la ruta actual para vuestras mercancías. Cairhien os gravará un quinto más que Far Madding. Pensad en el gasto extra.

El teariano torció el gesto como si lo estuviera pensando. O preguntándose si realmente sus intereses coincidían con los de la mujer.

—Oí comentar que el cuerpo estaba negro e hinchado —dijo en otra mesa un enjuto illiano de barba blanca, que llevaba una chaqueta azul oscuro—. Y que las Consiliarias ordenaron que se incinerara. —Alzó las cejas en un gesto significativo y se dio golpecitos en la nariz puntiaguda, que le daba aspecto de comadreja.

—Si hubiese una plaga en la ciudad, maese Azereos, las Consiliarias lo habrían anunciado —contestó sosegadamente la delgada mujer que se encontraba sentada enfrente de él. Lucía dos complejas peinetas en el cabello recogido, y su rostro de rasgos zorrunos resultaba bonito, y tan impasible como el de una Aes Sedai, aunque se le marcaban finas arrugas en el rabillo de los ojos castaños—. Mi opinión es contraria a que trasladéis cualquiera de vuestros negocios a Lugard. Murandy pasa por una situación agitada e inestable al máximo. Los nobles jamás tolerarán que Roedran reúna un ejército. Y hay Aes Sedai involucradas, como sin duda habréis oído comentar. Sólo la Luz sabe lo que harán ellas.

El illiano se encogió de hombros con gesto desasosegado. En la actualidad nadie sabía lo que harían las Aes Sedai, si es que se había sabido alguna vez.

Un kandorés con pinceladas grises en la barba dividida y una gran perla en la oreja izquierda se inclinaba hacia una mujer robusta vestida con ropas de color gris oscuro que llevaba el pelo recogido en un prieto moño enroscado en lo alto de la cabeza.

—He oído que el Dragón Renacido ha sido coronado rey de Illian, señora Shimel. —Encogió la frente, de manera que se le marcaron más las arrugas—. Considerando la proclamación de la Torre Blanca, me estoy planteando enviar mis carretas en primavera a lo largo del Erinin hasta Tear. La calzada del Río será una ruta más dura, pero Illian no es tan buen mercado para pieles como para que me anime a correr demasiados riesgos.

La robusta mujer sonrió, una sonrisa apenas insinuada para aquella cara tan redonda.

—Me han contado que casi no se lo ha visto en Illian desde que se puso la corona, maese Posavina. En cualquier caso, la Torre se encargará de él, si es que no lo ha hecho ya, y esta mañana he recibido información de que la Ciudadela de Tear se encuentra bajo asedio, Tampoco ésa me parece una situación muy propicia para un buen mercado de pieles, ¿no creéis? No, Tear no es el lugar indicado para evitar riesgos.

Las arrugas en la frente de maese Posavina se marcaron más aún.

Al llegar a la pequeña mesa del rincón, Rand echó la capa sobre el respaldo de la silla y se sentó de espaldas a la pared; se subió el cuello de la chaqueta. El tipo de cara afilada le llevó una copa de peltre con vino caliente con especias, murmuró un apresurado «gracias» por las monedas de plata, y se marchó corriendo para atender a otra mesa desde la que llamaban. Dos grandes chimeneas a ambos lados de la sala caldeaban el ambiente, pero si alguien reparó en que Rand se dejaba los guantes puestos nadie prestó atención al detalle. Rand fingió estar mirando el contenido de su copa, que rodeaba con las dos manos, aunque en realidad no perdía de vista la puerta de la calle.

La mayoría de los fragmentos de conversaciones que había escuchado casi no le interesaba. Había oído más o menos lo mismo con anterioridad, y a veces sabía más que la gente a la que escuchaba por casualidad. Elayne coincidía con la opinión de la mujer pálida, por ejemplo, y ella tenía que conocer Andor mucho mejor que cualquier comerciante de Far Madding. Sin embargo, lo de que la Ciudadela estaba bajo asedio era algo nuevo. Con todo, no se preocupó por ese rumor todavía. La Ciudadela nunca había caído, salvo en su caso, y sabía que Alanna se encontraba en algún lugar de Tear. Había sentido el salto justo desde un punto al norte de Far Madding hasta algún sitio mucho más al norte, y luego, un día después, a otro lugar lejano hacia el sudeste. La mujer se encontraba lo bastante distante para que Rand no pudiera distinguir si era Haddon Mirk o la propia ciudad de Tear, pero no le cabía duda de que era en uno de esos dos lugares; además, iba acompañada por cuatro hermanas en las que él confiaba. Si Merana y Rafela habían conseguido lo que quería de los Marinos, también lo conseguirían de los tearianos. Rafela era de allí, y eso podría ser una ventaja. El mundo podía continuar sin él un poco más de tiempo. Tenía que hacerlo.

Un hombre alto, arrebujado en una capa larga y mojada, con la capucha ocultándole la cara, entró de la calle, y los ojos de Rand lo siguieron hasta la escalera situada al fondo de la sala. Al alzar la cabeza para mirar hacia arriba, el tipo se echó la capucha hacia atrás de manera que asomó debajo un poco de cabello gris y una cara pálida y cansada. No podía ser el tipo al que se había referido el criado. Nadie que tuviese ojos en la cara lo confundiría con Perel Torvil.

Rand volvió a contemplar el vino de la copa mientras sus ideas se tornaban amargas. Min y Nynaeve se habían negado a pasar una hora más «pateando» las calles, como lo había expresado Min, y Rand sospechaba que Alivia sólo cubría el expediente en cuanto a enseñar los dibujos. Si es que hacía siquiera eso. Las tres se encontraban fuera de la ciudad durante todo el día, en las colinas, calculó Rand por lo que le revelaba el vínculo con Min. La joven se sentía muy excitada por algo. Las tres creían que Kisman había huido tras su fallido intento de matarlo, y que los otros Asha’man renegados o se habían ido con Kisman o ni siquiera habían llegado a la ciudad. Hacía días que intentaban convencerlo para marcharse de Far Madding. Al menos Lan no se había dado por vencido.