—Entonces, decidle que… —Hizo una pausa para respirar hondo. ¡Luz, quería estrangular a Kisman y a Dashiva y a todos los otros con sus propias manos!—. Decidle que me marcho mañana de Far Madding, y que espero que venga conmigo, como mi consejera. —Lews Therin suspiró con alivio por la primera parte de la frase, y, si hubiese sido algo más que una voz, Rand habría jurado que se puso tenso al escuchar la segunda—. Decidle que acepto sus condiciones, que me disculpo por mi comportamiento en Cairhien y que haré todo lo posible por cuidar mis modales en el futuro. —Decir aquello no lo mortificó. Bueno, un poco; pero, a menos que Min se equivocara, necesitaba a Cadsuane, y Min nunca erraba en sus visiones.
—¿Así que has encontrado lo que viniste a buscar? —Verin sonrió y le dio unas palmaditas en el brazo cuando Rand frunció el ceño—. Si hubieses venido a Far Madding esperando conquistar la ciudad anunciando quién eres, te habrías marchado nada más darte cuenta de que aquí no puedes encauzar. Eso sólo deja la posibilidad de que buscases algo o a alguien.
—Quizás haya encontrado lo que necesitaba —repuso secamente. Lo que necesitaba, tal vez, pero no lo que quería.
—Entonces ve esta noche al palacio de Barsalla, en Las Cumbres. Cualquiera puede indicarte cómo llegar allí. Estoy completamente convencida de que querrá escucharte. —Se colocó mejor la capa y pareció advertir por primera vez la humedad de la prenda—. Oh, vaya. He de ir a ponerme algo seco, y sugiero que tú hagas lo mismo. —Se volvió a medias para marcharse, pero hizo una pausa y giró la cabeza para mirar a Rand. Sus oscuros ojos no parpadearon. De repente su modo de hablar no sonó aturullado en absoluto—. Podrías hacer una elección mucho peor eligiendo consejera, pero dudo que encuentres otra mejor que Cadsuane. Si acepta, y en verdad no eres un necio, prestarás oídos a sus consejos. —Sin más echó a andar, como si se deslizase bajo la lluvia cual un cisne regordete.
«A veces esa mujer me asusta», murmuró Lews Therin, y Rand asintió. Cadsuane no lo asustaba, pero despertaba su recelo. Cualquier Aes Sedai que no le hubiese jurado lealtad lo hacía recelar, a excepción de Nynaeve. Y a veces tampoco estaba muy seguro con ella.
Dejó de llover mientras recorría los tres kilómetros de vuelta a La Cabeza de la Consiliaria, si bien el viento cobró fuerza, y el letrero que colgaba sobre la puerta, pintado con el severo semblante de una mujer que lucía la diadema de Primera Consiliaria, se mecía en los oxidados goznes. La sala común era más pequeña que la de La Rueda Dorada, pero los paneles de madera estaban tallados y pulidos, y las mesas bajo las vigas rojas del techo no se encontraban tan apiñadas. También era de color rojo el arco que conducía a la Sala de Mujeres, y cincelado con tallas delicadas como encaje, al igual que los dinteles de las chimeneas de mármol. En La Cabeza de la Consiliaria, los sirvientes llevaban sujeto el cabello con prendedor de plata. Sólo se veía a dos de ellos, de pie cerca de la puerta de la cocina, pero en las mesas sólo había tres hombres, mercaderes forasteros sentados muy separados entre ellos y cada cual centrado en lo que bebía. Quizás eran competidores, ya que de vez en cuando uno u otro rebullía en la silla y miraba ceñudo a los otros dos. Uno, un hombre canoso, llevaba una chaqueta de seda gris oscura, y un tipo delgado, de rostro duro, lucía en una oreja una gema roja, del tamaño de un huevo de paloma. La Cabeza de la Consiliaria albergaba a los mercaderes extranjeros más prósperos, y actualmente no había muchos de ésos en Far Madding.
El reloj sobre una repisa de la Sala de Mujeres —un reloj con caja de plata, según Min— tocó la hora con delicados campanillazos en el momento en que Rand entraba en la sala común, y, antes de que hubiese acabado de sacudir el agua de su capa, entró Lan. No bien se encontraron los ojos del Guardián con los suyos, el otro hombre sacudió la cabeza. En fin, Rand no había esperado realmente encontrarlos tan pronto. Hasta para un ta’veren sería como forzar lo imposible.
Una vez que los dos tuvieron sendas copas de humeante vino y se hubieron acomodado en un largo banco rojo, delante de una de las chimeneas, le dijo a Lan la decisión que había tomado y el porqué; parte del porqué. La parte importante.
—Si les pusiera las manos encima en este momento, los mataría y aprovecharía la oportunidad para huir, pero matarlos no cambia nada. Es decir, no cambia lo suficiente —se corrigió, mirando ceñudo las llamas—. Puedo pasarme semanas, meses, esperando un día más, confiando en dar con ellos al siguiente. Sólo que el mundo no me esperará a mí. Creía que habría acabado con ellos a estas alturas, pero los acontecimientos se han adelantado más de lo que esperaba. Y eso sólo de los que tengo noticia. Luz, ¿qué estará ocurriendo que yo ignoro porque no he escuchado la cháchara de algún mercader mientras toma su vino?
—Nunca puede saberse todo —respondió quedamente Lan—, y parte de lo que se sabe siempre es erróneo. Quizás hasta las cosas más importantes. Una parte de sabiduría es ser consciente de eso. Una parte del valor radica en seguir adelante a pesar de ello.
Rand estiró las piernas y acercó los pies al fuego.
—¿Te ha contado Nynaeve que ella y las demás han estado viendo a Cadsuane? Precisamente hoy han ido a cabalgar juntas. —Al parecer se encontraban ya de regreso, pues podía sentir a Min más y más cerca. No tardaría mucho en llegar. Todavía seguía excitada por algo, una sensación que aumentaba o disminuía, como si ella intentara contenerla.
Lan sonrió, algo que rara vez hacía sin hallarse presente Nynaeve. Sin embargo, el gesto no se reflejó en sus ojos.
—Me prohibió que te lo dijera, pero ya que lo sabes… Ella y Min convencieron a Alivia de que, si lograban despertar el interés de Cadsuane hacia ellas, quizá podrían aproximarla a ti. Se enteraron dónde se alberga y le pidieron que les enseñara. —Su sonrisa desapareció, dejando un rostro duro como piedra—. Mi esposa ha hecho un sacrificio por ti, pastor —añadió quedamente—. Espero que recuerdes eso. No habla mucho de ello, pero creo que Cadsuane la trata como si aún fuese una Aceptada, o quizás una novicia. Sabes lo duro que es para Nynaeve aguantar algo así.
—Cadsuane trata a todo el mundo con si fuese una novicia —rezongó Rand. ¿Soberbio? Luz, ¿cómo iba a arreglárselas con esa mujer? Y, no obstante, tenía que hallar un modo. Guardaron silencio y contemplaron el fuego hasta que empezó a salir vaho de las suelas de sus botas, casi pegadas a la chimenea.
El vínculo le advirtió, y Rand giró la cabeza justo a tiempo de ver aparecer a Nynaeve por la puerta del patio del establo. A continuación entraron Min y Alivia, sacudiéndose la lluvia de las capas y arreglándose las faldas de los trajes de montar, y torciendo el gesto al ver las manchas de humedad, como si hubiesen esperado no mojarse si salían a cabalgar con aquel tiempo. Como siempre, Nynaeve llevaba puesto su ter’angreal enjoyado que incluía cinturón, collar, brazaletes y anillos, así como el extraño angreal de brazalete y anillos.
Todavía arreglándose, Min miró a Rand y sonrió, en absoluto sorprendida de verlo allí, por supuesto. La calidez fluyó desde ella a través del vínculo cual una caricia, aunque Min seguía tratando de suprimir su excitación. Las otras dos mujeres tardaron un poco más en reparar en Lan y en él; pero, cuando lo hicieron, tendieron sus capas a uno de los sirvientes para que las subiese a sus habitaciones y, tras reunirse con los dos hombres junto a la chimenea, extendieron las manos hacia el calorcillo del fuego.
—¿Disfrutasteis del paseo a caballo con Cadsuane? —preguntó Rand y se llevó la copa a los labios para beber un trago del dulce vino.