Min volvió bruscamente la cabeza hacia él, y un fugaz chispazo de culpabilidad se transmitió por el vínculo, pero la expresión de su rostro fue de pura indignación. Rand casi se atragantó con el vino. ¿Cómo era posible que esos encuentros con Cadsuane a su espalda fuesen culpa suya?
—Deja de mirar así a Lan, Nynaeve —dijo cuando pudo hablar—. Me lo contó Verin.
Nynaeve dirigió entonces su severa mirada hacia él y sacudió la cabeza. Había oído comentar a mujeres que cualquier cosa, fuera lo que fuera, siempre era culpa de un hombre, ¡pero es que a veces hasta lo creían!
—Me disculpo por todo lo que hayáis tenido que aguantar con ella a mi costa —continuó—, pero ya no será necesario que sigáis soportándolo. Le he pedido que sea mi consejera. O, más bien, le he pedido a Verin que le comunique que deseo pedírselo. Esta noche. Con suerte, partirá mañana con nosotros.
Esperaba exclamaciones de sorpresa y alivio, pero no fue eso lo que obtuvo.
—Una mujer notable, Cadsuane —comentó Alivia mientras se arreglaba el cabello rubio plateado. Su voz, de acento lento y ronco, sonaba impresionada—. Una mujer estricta y exigente; puede enseñar.
—A veces eres capaz de ver el bosque, pedazo de asno, si se te lleva por la nariz —dijo Min mientras se cruzaba de brazos. El vínculo transmitía aprobación, pero Rand no creía que fuera por la decisión de renunciar a encontrar a los Asha’man renegados—. Recuerda que quiere una disculpa por lo de Cairhien. Piensa en ella como en una tía, esa que no pasa tonterías, y te irá bien con ella.
—Cadsuane no es tan mala como parece. —Nynaeve miró ceñuda a las otras dos mujeres, y su mano hizo intención de ir hacia la trenza echada sobre el hombro, aunque lo único que habían hecho era mirarla—. ¡Bueno, no lo es! Arreglaremos nuestras… diferencias con el tiempo. No hará falta nada más. Sólo un poco de tiempo.
Rand intercambió una mirada con Lan, que se encogió de hombros ligeramente y bebió otro trago. Rand respiró con lentitud. Nynaeve tenía diferencias con Cadsuane que arreglaría con el tiempo; Min veía en ella a una tía estricta; y Alivia, a una maestra estricta. En el primero caso, saltarían chispas hasta que aquello funcionara, si conocía a Nynaeve; y, en los otros dos, no quería pensarlo siquiera. Tomó otro sorbo de vino.
Los hombres en las mesas no se encontraban lo bastante cerca para oírlos a menos que hablasen alto, pero aun así Nynaeve bajó la voz y se inclinó sobre Rand.
—Cadsuane me enseñó lo que hacen mis dos ter’angreal —susurró con un brillo de excitación en los ojos—. Apuesto a que esos adornos que lleva en el pelo también son ter’angreal. Identificó los míos nada más tocarlos. —Sonriendo, Nynaeve acarició uno de los tres anillos de la mano derecha, el que tenía una gema verde pálido—. Yo sabía que esto detectaría a alguien encauzando saidar a cinco kilómetros de distancia, si lo enfoco, pero ella dice que también detecta el saidin. Parece pensar que indica la dirección en la que se encuentre esa persona, aunque no logramos discernir cómo.
Alivia dio la espalda a la chimenea y resopló sonoramente, pero también bajó la voz cuando habló.
—Y te sentiste muy satisfecha cuando le fue imposible descubrirlo. Lo vi en tu cara. ¿Cómo puede complacerte no saber, seguir en la ignorancia?
—Me complace que ella no lo sepa todo —rezongó Nynaeve, que contempló malhumorada a la otra mujer, bien que al cabo de un instante su sonrisa reapareció—. Lo más importante, Rand, es esto. —Sus manos se posaron sobre el fino cinturón que le ceñía el talle—. Lo llamó un «Pozo». —Rand dio un respingo al sentir que algo le rozaba la cara, y Nynaeve soltó una risita. ¡Nynaeve riendo como una chiquilla!—. Es realmente un Pozo —dijo riendo, y se tapó la boca con los dedos—, o un barril, en cualquier caso. Y está rebosante de saidar. No mucho, pero lo único que he de hacer para rellenarlo es abrazar la Fuente a través de él como si fuese un angreal. ¿No te parece maravilloso?
—Maravilloso, sí —contestó Rand sin demasiado entusiasmo. De modo que Cadsuane iba por ahí con ter’angreal en el cabello, ¿verdad? Y casi con toda seguridad con uno de esos «Pozos» entre ellos, o de otro modo no habría reconocido el de Nynaeve. Luz, no creía que se hubiesen encontrado dos ter’angreal que sirviesen para hacer lo mismo. Encontrarse con ella esa noche ya habría sido bastante malo de por sí sin saber que la mujer podía encauzar incluso en esta ciudad.
Iba pedirle a Min que lo acompañara, cuando la señora Keene entró; llevaba el blanco moño tan tirante que parecía que intentaba arrancarse la piel de la cara. Lanzó una ojeada de sospecha y desaprobación a Rand y a Lan y frunció los labios, como si considerara qué habrían hecho mal. Rand la había visto dirigir esa mirada a los mercaderes de la posada. Bueno, a los hombres en general. Si el alojamiento no hubiese sido tan cómodo y las comidas tan buenas, posiblemente no habría tenido clientes.
—Esto lo trajeron para vuestro esposo esta mañana, señora Farshaw —dijo al tiempo que le tendía a Min una carta sellada con un descuidado lacre de cera roja. La puntiaguda barbilla de la posadera se alzó un poco más—. Y una mujer vino preguntando por él.
—Verin —se apresuró a decir Rand a fin de anticiparse a las preguntas y librarse de la mujer. ¿Quién lo conocía allí para enviarle cartas? ¿Cadsuane? ¿Uno de los Asha’man que iban con ella? ¿Tal vez una de las otras hermanas? Miró con el entrecejo fruncido el papel doblado que Min tenía en la mano, impaciente porque la posadera se marchara.
Los labios de Min se curvaron fugazmente, y ella evitó mirarlo con tanto empeño que Rand comprendió que él era la causa de la sonrisa. Su alborozo se transmitió como un cosquilleo a través del vínculo.
—Gracias, señora Keene —respondió Min—. Verin es una amiga.
Aquella afilada barbilla se alzó más aún.
—Si queréis saber mi opinión, señora Farshaw, cuando se tiene un marido guapo hay que vigilar también a las amigas.
Siguiendo con la mirada a la posadera mientras ésta volvía hacia el arco rojo, los ojos de Min chispearon con la hilaridad que fluía por el vínculo, y se notó su esfuerzo por contener la risa. En lugar de entregarle la carta a Rand, rompió el sello con el pulgar y desdobló el papel, tal como si fuera oriunda de esa desquiciada ciudad.
Frunció levemente el entrecejo a medida que leía, pero un fugaz destello de ira fue la única advertencia que tuvo Rand. Acto seguido arrugó el papel en una bola y se volvió hacia la chimenea; Rand se incorporó rápidamente del banco para cogérselo de la mano antes de que pudiera arrojarlo al fuego.
—No hagas una tontería —dijo Min agarrándole la muñeca. Lo miró a los ojos; en los suyos, grandes y oscuros, había una expresión terriblemente seria. A través del vínculo sólo le llegaba una severa intensidad—. Por favor, no cometas una estupidez.
Rand alisó el papel sobre su pecho. Era una letra de trazos delgados e inseguros que no conocía, e iba sin firmar.
«Sé quién eres y te deseo lo mejor, pero también deseo que te marches de Far Madding. El Dragón Renacido deja un rastro de muerte y destrucción por donde pasa. Asimismo sé por qué has venido. Mataste a Rochaid, y Kisman también ha muerto. Torvil y Gedwyn se albergan en el último piso de la tienda de un fabricante de botas llamado Zeram, en la calle de la Carpa Azul, justo en la puerta de Illian. Mátalos y vete, y deja en paz a Far Madding».
El reloj de la Sala de Mujeres dio la hora. Todavía quedaban horas de luz antes de que tuviera que reunirse con Cadsuane.
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Calle de la Carpa Azul