Min estaba sentada en la cama, cruzada de piernas, una postura no tan cómoda con el traje de montar como lo era con pantalones, y hacía girar uno de sus cuchillos sobre el envés de los dedos. Thom le había dicho que era una habilidad sin utilidad ninguna, pero a veces atraía los ojos de la gente y captaba su atención sin necesidad de hacer nada más. En mitad de la habitación que compartían, Rand sostenía en alto la espada envainada para examinar los cortes que había hecho al nudo de paz, y no le hacía el menor caso. Los colores rojo y dorado de las cabezas de los dragones marcadas en el envés de sus manos relucían con un brillo metálico.
—Admites que esto tiene que ser una emboscada —dijo, mirándolo ceñuda—. Lan lo admite también. ¡Hasta una cabra medio ciega del Seleisin tiene suficiente sesera para no meterse de cabeza en una trampa! ¡«Sólo los necios besan avispones o comen fuego»! —citó.
—Una trampa no lo es realmente si se sabe que está ahí —respondió con aire absorto mientras doblaba ligeramente la punta de uno de los alambres cortados para que se alinease mejor con su pareja—. Si sabes que está, quizá puede encontrarse el modo de meterte en ella sin que resulte una trampa en absoluto.
Min lanzó el cuchillo con todas sus fuerzas. El arma pasó zumbando por delante de la cara de Rand para ir a hundirse en la puerta, donde cimbreó unos segundos, y la joven dio un brinco al recordar la última vez que había hecho eso. Bueno, ahora no estaba tumbada encima de él y Cadsuane no entraría en la habitación, sorprendiéndolos. ¡Qué se le iba a hacer! Maldito hombre; aquel nudo pétreo de emociones que era dentro de su cabeza no acusó reacción alguna cuando el cuchillo le pasó rozando, ¡ni siquiera un atisbo de sorpresa!
—Aun en el caso de que veas a Gedwyn y a Torvil, sabes que los otros estarán allí, escondidos. ¡Luz, pueden tener cincuenta mercenarios esperándote!
—¿En Far Madding? —Rand dejó de mirar el cuchillo clavado en la hoja de madera, pero enseguida sacudió la cabeza y reanudó el examen del nudo de paz—. Dudo que haya dos mercenarios en toda la ciudad, Min. Créeme, no es mi intención encontrar la muerte aquí. A menos que descubra cómo hacer saltar la trampa sin quedar atrapado en ella, no me acercaré.
¡Una roca habría demostrado más miedo que él! ¡Y casi más inteligencia! ¡Que no era su intención encontrar la muerte, como si alguien la buscara a propósito!
Min se bajó de la cama y abrió la puerta de la mesilla para sacar la correa que la señora Keene dejaba en todas las habitaciones, aun cuando la alquilasen forasteros. Era tan larga como su brazo y ancha como su mano, con un mango de madera a un extremo, y el otro partido en tres colas.
—¡Quizá si utilizo esto contigo conseguiré que el olfato se te afine lo suficiente para que ventees lo que tienes delante de las narices! —gritó.
En ese momento Nynaeve, Lan y Alivia entraron en el cuarto. Nynaeve y Lan llevaban puestas las capas, y el Guardián, la espada a la cadera. Por su parte, la antigua Zahorí se había despojado de todas las joyas excepto un brazalete enjoyado, y el cinturón, el Pozo. Lan cerró la puerta sin hacer ruido. Nynaeve y Alivia se habían quedado paradas, mirando fijamente a Min, que tenía la correa levantada sobre la cabeza.
Min la tiró precipitadamente al suelo y la metió debajo de la cama con el pie.
—No entiendo por qué permites que Lan haga esto, Nynaeve —dijo con tanta firmeza como fue capaz, que a decir verdad no era mucha en ese instante. ¿Por qué tenía la gente que entrar siempre en el peor momento?
—A veces una hermana tiene que confiar en la opinión de su Guardián —repuso fríamente Nynaeve mientras se ponía los guantes. Su semblante semejaba el de una muñeca de porcelana, vacío de toda expresión. Oh, sí, estaba siendo una Aes Sedai hasta la médula.
«No es tu Guardián, sino tu marido —habría querido contestar Min—, y al menos tú puedes ir para cuidar de él. Yo ignoro si mi Guardián se casará alguna vez conmigo, ¡y me ha amenazado con atarme si intento ir tras él!»
Tampoco había insistido excesivamente. Si quería ser un completo necio, había mejores medios de salvarlo que tratar de clavar un cuchillo a alguien.
—Si vamos a hacer eso, pastor —intervino seriamente Lan—, más vale que nos pongamos a ello mientras quede luz para ver. —Sus azules ojos parecían más fríos que nunca, y tan duros como piedras pulidas. Nynaeve le dirigió una mirada preocupada que casi consiguió que Min sintiese lástima de ella. Casi.
Rand se ciñó la espada encima de la chaqueta, se puso la capa, con la capucha colgando a la espalda, y luego se volvió hacia Min. Su expresión era tan dura como la de Lan, y sus ojos azulgrisáceos casi igual de fríos, pero dentro de su cabeza aquella piedra congelada ardía con vetas de intenso oro. Deseaba agarrarle el pelo teñido de negro y besarlo, por mucha gente que hubiese mirando. Sin embargo, se cruzó de brazos y alzó la barbilla para dejar muy claro su desaprobación. Tampoco tenía intención de que acabara muriendo allí, y no estaba dispuesta a que él empezara a pensar que cedería porque él era un cabezota.
Rand no hizo intención de abrazarla. Asintió, como si la hubiese entendido, y recogió los guantes de la mesita que había junto a la puerta.
—Volveré lo antes posible, Min. Después iremos a visitar a Cadsuane.
Aquellas vetas de oro continuaron brillando incluso después de que hubo salido de la habitación, seguido de Lan. Nynaeve se quedó parada, sujetando la puerta.
—Cuidaré de ambos, Min. Alivia, quédate con ella y ocúpate de que no haga una tontería, por favor. —Toda ella era frialdad, digna compostura Aes Sedai. Hasta que miró hacia el pasillo—. ¡Malditos! —chilló—. ¡Se marchan! —Y echó a correr dejando la puerta medio abierta.
Alivia la cerró.
—¿Quieres que juguemos a algo para pasar el tiempo, Min? —Cruzó el cuarto y se sentó en la banqueta, delante de la chimenea, y sacó una cuerda de la bolsita del cinturón—. ¿A las cunitas?
—No, gracias, Alivia —contestó Min, casi sacudiendo la cabeza ante la ansiedad que denotaba la voz de la otra mujer. Rand estaría satisfecho con lo que Alivia iba a hacer, pero Min se había propuesto conocerla, y lo que había descubierto era sorprendente. A primera vista, la antigua damane era una mujer adulta que parecía estar en la madurez, de carácter serio, fuerte e incluso intimidante. Desde luego conseguía intimidar a Nynaeve, quien rara vez pedía nada por favor excepto a Alivia. Pero la habían hecho damane a los catorce años, y su inclinación por los juegos infantiles no era el único rasgo extraño que tenía.
Min habría querido que hubiese un reloj en la habitación, aunque la única posada que imaginaba con un reloj en todas las habitaciones sería una destinada a reinas y reyes. Paseó de un lado a otro del cuarto bajo la atenta mirada de Alivia, contando los segundos para sus adentros e intentando calcular cuánto tiempo tardarían Rand y los demás en perder de vista la posada. Cuando decidió que habían pasado suficiente tiempo, cogió la capa del armario.
Alivia corrió a ponerse delante de la puerta, con los brazos en jarras, y nada infantil en su expresión.
—No irás tras ellos —manifestó firmemente—. Sólo ocasionarías problemas, así que no puedo permitirlo.
Considerando que era rubia y tenía los ojos azules, Min ignoraba por qué, pero le recordaba a su tía Rania, que siempre parecía saber lo que uno había hecho mal y que se ocupaba del asunto de manera que uno deseaba no volver a hacerlo.
—¿Recuerdas las conversaciones que tuvimos sobre los hombres, Alivia? —La otra mujer se puso muy colorada y Min se apresuró a añadir—: Me refiero a lo de que no siempre piensan con el cerebro. —A menudo había oído decir a las mujeres que algunas no sabían nada sobre los hombres, pero en realidad nunca había conocido a una así hasta que encontró a Alivia. ¡De verdad no sabía nada sobre ellos!—. Rand se meterá en problemas más que suficientes sin mi participación. Voy a ver a Cadsuane, y si intentas impedírmelo… —Alzó el puño bien prieto.