Kajima sacudió la cabeza con irritación, haciendo tintinear las campanillas.
—Sabéis que en la lista nunca se explican las razones. Sólo se dan nombres.
—Pues adiós en buena hora —rezongó Kurin—. Al menos, sería así si no tuviésemos que darles caza ahora.
—Es lo de los otros lo que no consigo entender —intervino Sandomere—. Estuve en los pozos de Dumai, y vi al lord Dragón escoger después. Dashiva tenía la cabeza en las nubes, como siempre. Pero ¿Flinn, Hopwil y Narishma? Jamás encontraríais hombres más complacidos por esa elección. Eran como corderos sueltos en el cobertizo de cebada.
—Bien, yo no estuve en los pozos, pero sí en el sur, contra los seanchan —espetó un tipo fornido, con cabello canoso, que tenía acento andoreño—. Quizás a los corderos no les gustó el patio del matarife tanto como el cobertizo de cebada.
Logain había estado escuchando sin tomar parte en la conversación, cruzado de brazos. Su semblante era tan indescifrable como una máscara.
—¿Te preocupa el patio del matarife, Canler? —inquirió ahora.
El andoreño torció el gesto y después se encogió de hombros.
—Comprendo que todos iremos allí antes o después, Logain. No veo que tengamos muchas opciones, pero no tengo por qué ir sonriente.
—No, siempre y cuando estés allí el día señalado —respondió en tono quedo Logain.
Aunque sus palabras iban dirigidas al tipo llamado Canler, varios de los otros asintieron. Su mirada pasó por encima de los hombres y se fijó en Toveine y Gabrelle. Toveine intentó aparentar que no había estado escuchando y procurando recordar los nombres que había oído.
—Entrad y resguardaos del frío —les dijo—. Tomad té para entrar en calor. Me reuniré con vosotras tan pronto como pueda. Y no tocad mis papeles.
Tras reunir a los otros hombres con un gesto, los condujo en la dirección por la que había llegado Kajima.
Toveine apretó los dientes con frustración. Por lo menos no tendría que seguirlo a los campos de instrucción, pasando por el así llamado Árbol de los Traidores, en cuyas ramas peladas colgaban cabezas como frutas malsanas, y contemplar a los varones practicando cómo destruir con el Poder, pero había confiado en disponer del día libre para deambular por ahí y ver qué podía descubrir. Ya había oído hablar anteriormente a los hombres sobre el «palacio» de Taim, y hoy había esperado encontrarlo y, quizá, alcanzar a ver al hombre cuyo nombre era tan aciago como el de Logain. En cambio, siguió dócilmente a la otra mujer a través de la puerta roja. No tenía sentido resistirse.
Dentro, recorrió con la mirada la pieza principal mientras Gabrelle colgaba la capa en una percha. A despecho del aspecto exterior, había esperado algo más espléndido para Logain. Un fuego bajo ardía en el hogar de una tosca chimenea. Sobre las baldosas desnudas había una mesa larga y estrecha y unas sillas con el respaldo de travesaños. Un escritorio, realizado sólo con un poco más de esmero que el resto del mobiliario, le llamó la atención. Cajas de correspondencia tapadas y carpetas de piel llenas de hojas de papel cubrían el tablero. Se moría de ganas por echar un vistazo, pero sabía que aunque se sentase al escritorio no podría poner ni un dedo sobre uno solo de aquellos papeles.
Con un suspiro, siguió a Gabrelle hasta la cocina, donde una estufa de hierro irradiaba demasiado calor y los platos sucios del desayuno se apilaban sobre una repisa, debajo de la ventana. Gabrelle llenó de agua un recipiente y lo puso a hervir en la estufa; después cogió una tetera vidriada en color verde y un bote de madera de otro armario. Toveine dejó la capa en una silla y se sentó junto a la mesa cuadrada. No quería té a menos que lo acompañara el desayuno que se había perdido, pero sabía que iba a tomárselo.
La estúpida Marrón se puso a parlotear mientras realizaba las tareas domésticas como la esposa satisfecha de cualquier granjero.
—Me he enterado de un montón de cosas. Logain es el único varón con el rango de Asha’man que vive en este pueblo. Todos los demás viven en el «palacio» de Taim. Tienen sirvientes, pero Logain ha contratado a la esposa de un hombre que está entrenándose, para que cocine y haga la limpieza. No tardará en llegar, y siente devoción por él, así que mejor será que hablemos sobre cualquier cosa importante antes de que aparezca. Logain encontró tu escribanía.
Toveine sintió como si una mano helada le apretase la garganta. Intentó ocultarlo, pero Gabrelle la observaba atentamente.
—La quemó, Toveine. Después de leer el contenido. Cree que nos ha hecho un favor.
La mano aflojó su presa y Toveine pudo respirar de nuevo.
—La orden de Elaida se encontraba entre esos papeles —repuso; se aclaró la garganta para librarse de la repentina ronquera. Dicha orden disponía que se amansara a todos los varones que encontraran allí y se los ahorcara acto seguido, sin el juicio en Tar Valon que estipulaba la ley de la Torre—. Imponía condiciones rigurosas, y estos hombres habrían reaccionado con violencia si se hubiesen enterado. —A despecho del calor que soltaba la estufa se estremeció. Por ese único papel todas habrían acabado neutralizadas y colgadas—. ¿Por qué nos hace favores?
—No sé por qué, Toveine. No es un villano. No más que la mayoría de los hombres. Podría deberse a algo tan sencillo como eso. —Gabrelle dejó un plato con panecillos y otro con queso blanco sobre la mesa—. O quizás es porque este vínculo se asemeja al de un Guardián en más aspectos de lo que imaginamos. Tal vez no deseaba presenciar cómo nos ejecutaban a las dos.
A pesar de que su estómago no dejaba de hacer ruidos, la Roja cogió uno de los panecillos como si sólo le apeteciera picotear un poco.
—Sospecho que «rigurosas» es un modo comedido de calificar esas instrucciones —siguió Gabrelle mientras echaba cucharadas de té en la tetera—. He visto tu reacción cuando te lo he dicho. Por supuesto, se han metido en un buen problema para traernos aquí. Cincuenta y una hermanas en su terreno… E incluso con el vínculo deben de temer que encontremos un modo de sortear sus órdenes, algún cabo suelto que se les haya pasado por alto. La respuesta obvia es que nuestra muerte desataría las iras de la Torre. Teniéndonos vivas y prisioneras, hasta Elaida actuará con comedimiento. —Se echó a reír con jocosidad—. ¡Oh, Toveine, tendrías que verte la cara! ¿Acaso pensabas que he pasado todo el tiempo fantaseando con enredar mis dedos en el cabello de Logain?
La Roja cerró la boca y soltó el panecillo que no había probado. De todos modos estaba frío y se había puesto duro. Siempre era un error dar por sentado que las Marrones vivían al margen de la realidad del mundo, absortas en sus libros y estudios, excluyendo todo lo demás.
—¿Qué más has visto? —preguntó.
Todavía sujetando la cuchara, Gabrelle se sentó al otro lado de la mesa y se echó hacia adelante con un aire de intensa atención.
—Su muro puede que sea fuerte cuando se haya acabado, pero este lugar está lleno de fisuras. Está la facción de Mazrim Taim y la de Logain, aunque no estoy segura de que ellos se vean unos a otros como tal. Tal vez existan otras facciones. Cincuenta y una hermanas deberían ser capaces de sacar provecho de eso, a pesar del vínculo. La segunda cuestión es, ¿aprovecharlo para qué?
—¿La segunda cuestión? —demandó Toveine, pero la otra mujer guardó silencio—. Si conseguimos ensanchar esas fisuras —continuó la Roja—, dispersaremos diez o cincuenta o cien grupos por el mundo, cada cual más peligroso que cualquier ejército conocido. Atraparlos a todos podría tardar toda una vida, además de hacer pedazos el mundo, como un nuevo Desmembramiento, y eso con el Tarmon Gai’don en puertas. Es decir, si es que ese tipo, al’Thor, es el Dragón Renacido. —Gabrelle abrió la boca, pero Toveine desestimó lo que fuese a decir con un gesto de la mano. Seguramente que el chico lo era realmente, pero eso no tenía importancia en aquel momento—. Sin embargo, si no lo hacemos… Aun sofocando la rebelión e incorporando a esas hermanas a la Torre, convocando a todas las hermanas retiradas, no sé si todas juntas seríamos capaces de destruir este sitio. Sospecho que la mitad de la Torre moriría en el intento, en cualquier caso. ¿Cuál es la primera cuestión?