Como era de esperar, Cadsuane se puso al mando dando secas órdenes. Ya fuera de un modo u otro, las Aes Sedai siempre lo hacían si se les daba la menor oportunidad, y Rand no intentó impedírselo. Lan, Nethan y Bassane siguieron montados y descendieron hasta internarse en el bosque, para vigilar, y los otros Guardianes retiraron presurosos los caballos y los ataron a ramas bajas. Min se alzó sobre los estribos y tiró de la cabeza de Rand para llegar a besarle los ojos. Sin pronunciar palabra, se marchó para unirse a los hombres con los caballos. El vínculo rebosaba de amor, de una seguridad y una confianza tan plenas en él que la siguió con la mirada, sorprendido.
Eben se acercó a coger el caballo de Rand, sonriendo de oreja a oreja. Junto con su nariz, aquellas orejas parecían formar la mitad de su cara, pero ahora era un joven esbelto más que desgarbado.
—Será maravilloso encauzar sin la infección, milord Dragón —dijo excitado. Rand creía que Eben debía de tener unos diecisiete años, pero al hablar parecía más joven—. Siempre hace que me den ganas de vomitar, si lo pienso. —Se alejó trotando con el zaino, sonriendo todavía.
El Poder rugía violentamente dentro de Rand, y la infección que empañaba la pura vida del saidin se filtraba en su interior como malolientes riachuelos que portaban la locura y la muerte.
Cadsuane reunió a las Aes Sedai a su alrededor, así como a Alivia y a la Detectora de Vientos de los Marinos. Harine rezongó de manera audible sobre ser excluida hasta que un dedo de Cadsuane, señalando, la indujo a cruzar a zancadas la cima de la colina. Moad, con su extraña chaqueta azul acolchada, condujo a Harine hasta un afloramiento rocoso y la ayudó a sentarse, tras lo cual empezó a hablarle en tono apaciguador, bien que sus ojos no dejaban de vigilar los árboles de alrededor; su mano se desvió hasta la larga empuñadura de marfil de su espada. Jahar apareció por la dirección hacia la que habían llevado los caballos; iba quitando el trapo que envolvía Callandor. La espada de cristal, con la larga y transparente empuñadura y la hoja ligeramente curvada, centelleó con la pálida luz del sol. A un gesto imperioso de Merise, el joven apretó el paso para reunirse con ella. También estaban Damer y Eben en aquel grupo. Cadsuane había pedido que no se utilizara Callandor, eso podía pasarse. De momento, sí.
—¡Esa mujer acabaría hasta con la paciencia de una piedra! —rezongó Nynaeve mientras se acercaba a Rand. Con una mano sujetaba firmemente la correa de la bolsa cargada al hombro, mientras que con la otra asía con igual firmeza la gruesa trenza que asomaba debajo de la capucha—. ¡A la Fosa de la Perdición con ella, es lo que yo digo! ¿Seguro que Min no puede estar equivocada esta vez? Bueno, supongo que no. ¡Pero aun así…! ¿Quieres dejar de sonreír de ese modo? ¡Pondrías nervioso hasta a un gato!
—Podríamos empezar ya —contestó Rand, y ella parpadeó.
—¿No deberíamos esperar a Cadsuane?
Nadie habría imaginado que un momento antes protestaba a causa de la Aes Sedai. Si acaso, cualquiera pensaría que su tono denotaba el deseo de no incomodarla.
—Ella hará lo que tenga que hacer, Nynaeve. Con tu ayuda, yo haré lo que tengo que hacer.
La antigua Zahorí siguió vacilando, apretando la bolsa contra el pecho y echando miradas preocupadas hacia las mujeres reunidas alrededor de Cadsuane. Alivia se alejó del grupo y corrió hacia ellos por el desnivelado terreno, sujetándose la capa con las dos manos.
—Cadsuane dice que yo he de tener los ter’angreal, Nynaeve —anunció con aquel acento suave que arrastraba las vocales—. Vamos, no discutas, no es momento para eso. Además, a ti no te servirán de nada si vas a estar coligada con él.
Esta vez, la mirada que Nynaeve lanzó hacia las mujeres fue casi asesina, pero se quitó anillos y brazales mientras mascullaba entre dientes, y le tendió también el cinturón enjoyado y el collar a Alivia. Al cabo de un momento, suspiró y se desabrochó el peculiar brazalete que se conectaba con los anillos por cadenitas planas.
—Coge esto también. Supongo que no necesito un angreal si voy a utilizar el sa’angreal más poderoso que se ha creado. Pero quiero que se me devuelvan, ¿entendido? —terminó, ferozmente.
—No soy una ladrona —replicó, remilgada, la mujer de ojos de halcón mientras se ponía los anillos en los dedos de la mano izquierda. Curiosamente, el angreal que se ajustaba tan bien a Nynaeve encajó en su mano, más grande, con igual facilidad. Las dos mujeres miraron el objeto de hito en hito.
A Rand se le ocurrió entonces que ninguna de ellas había mencionado la posibilidad de que él pudiera fallar. Deseó tener tanta seguridad como ellas. Sin embargo, lo que debía hacerse tenía que hacerse.
—¿Vas a esperar todo el día, Rand? —preguntó Nynaeve cuando Alivia regresó junto a Cadsuane, aún más deprisa de lo que había ido. Alisando la capa debajo, Nynaeve se sentó en una piedra gris, del tamaño de un banco pequeño, puso la bolsa sobre su regazo y abrió la solapa de cuero.
Rand se acomodó en el suelo delante de ella, cruzado de piernas, mientras Nynaeve sacaba las dos llaves de acceso, unas estatuillas blancas, pulidas, de un palmo de altura, cada una de las cuales sostenía una esfera transparente en la mano alzada. La figura de un hombre barbudo, con túnica, se la tendió a él. La de una mujer con vestiduras semejantes la colocó en el suelo, a sus pies. Los rostros de ambas figuras eran serenos, firmes y con la sabiduría de los años.
—Debes llegar justo al punto de abrazar la Fuente —lo instruyó a Rand al tiempo que se alisaba la falda, que en realidad no necesitaba de ello—. Entonces podré coligarme contigo.
Con un suspiro, Rand dejó en el suelo la estatuilla del hombre barbudo y soltó el saidin. Desapareció la rugiente avalancha de fuego y hielo, y con ella la infección untuosa; también pareció que la vida perdía intensidad, convirtiendo el mundo en un lugar desdibujado y monótono. Apoyó las manos en el suelo, en previsión del mareo que se apoderaría de él cuando volviera a asir la Fuente, pero fue un mareo distinto el que de repente hizo que le diese vueltas la cabeza. Durante un instante la vaga imagen de un rostro apareció ante sus ojos, ocultando el de Nynaeve; la cara de un hombre, casi reconocible. Luz, si aquello ocurría mientras asía el saidin… Nynaeve se inclinó hacia él; la preocupación se dibujaba en su semblante.
—Ya —dijo Rand, y buscó el contacto con la Fuente a través de la figurilla del hombre barbudo, aunque sin llegar a asirla. Se quedó justo al borde de hacerlo, deseando aullar de dolor cuando las lenguas llameantes parecieron achicharrarlo mientras ululantes vientos le clavaban partículas de arena helada en la piel. Al ver a Nynaeve hacer una inhalación rápida comprendió que sólo llevaba así unos instantes, por más que le parecía estar soportándolo durante horas…
El saidin fluyó a través de él, toda la abrasadora furia y el hielo arrasador, toda la infección, y no podía controlar ni un flujo fino como un cabello. Pudo ver el flujo pasando de él a Nynaeve, lo sintió bullir, hirviente, notó las corrientes traicioneras y el fondo inestable que podían destruirlo en un abrir y cerrar de ojos. Sentir aquello sin poder luchar ni controlarlo era en sí una agonía. De repente se dio cuenta de percibir a Nynaeve de un modo muy parecido a como percibía a Min, pero en lo único que era capaz de pensar era en el saidin que fluía a través de él, incontrolable.