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La mujer inhaló aire, temblorosa.

—¿Cómo puedes aguantar… eso? —preguntó con voz enronquecida—. Todo caos, furia y muerte. Bien, debes intentar con todas tus fuerzas controlar los flujos mientras yo… —Desesperado por recobrar el equilibrio en aquella inacabable batalla contra el saidin, Rand hizo lo que le decía—. Se suponía que tenías que esperar hasta que yo… —empezó ella furiosa, y después siguió en tono simplemente irritado—: Bien, al menos me he librado de eso. ¿Por qué me miras tan sorprendido? ¡Soy yo a la que le han arrancado la piel!

—El saidar —murmuró él, maravillado. Era tan… diferente.

Junto a la tumultuosa avalancha del saidin, el saidar era una plácida corriente que fluía con suavidad. Se sumergió en ella, y de repente se encontró debatiéndose contra corrientes que intentaban arrastrarlo más y más, con remolinos que trataban de tirar de él hacia el fondo. Cuando más se debatía, más fuertes se volvían los flujos. Sólo había transcurrido un instante desde que había intentado controlar el saidar y ya se sentía como si se hundiera en él, arrastrado hacia la eternidad. Nynaeve le había dicho lo que tenía que hacer, pero le parecía tan extraño que realmente no lo había creído hasta ese momento. Merced a un esfuerzo, se obligó a dejar de luchar contra las corrientes, y con igual instantaneidad el río volvió a ser una corriente tranquila.

Ésa era la primera dificultad, luchar contra el saidin mientras se rendía al saidar. La primera dificultad y la primera clave de lo que tenía que hacer. Las mitades masculina y femenina de la Fuente Verdadera eran semejantes y disparejas; se atraían y repelían, luchando entre sí al mismo tiempo que trabajaban juntas para impulsar la Rueda del Tiempo. La infección de la mitad masculina también tenía su igual opuesta. La herida que le había infligido Ishamael palpitaba al mismo compás que la infección, mientras que la otra, ocasionada por la daga de Fain, marcaba el contrapunto al ritmo del mal que había acabado con Aridhol.

Torpemente, obligándose a actuar sin brusquedad y a usar la inmensa y desconocida fuerza propia del saidar para dirigirla como deseaba, tejió un conducto que tocó la mitad masculina de la Fuente por un extremo y la lejana ciudad con el otro. El conducto tenía que ser del saidar no contaminado. Si esto funcionaba como él esperaba, un tubo de saidin se rompería en pedazos cuando la infección empezara a adherirse a él, corroyéndolo. Pensaba en ello como en un tubo, aunque no lo era. El tejido no se formó en absoluto como había esperado que lo hiciera. Como si el saidar tuviese voluntad propia, el tejido creó vueltas y espirales que le hicieron recordar una flor. No se veía nada, no surgieron espectaculares tejidos descendiendo desde el cielo. La Fuente se encontraba en el centro de la creación. La Fuente se hallaba en todas partes, incluso en Shadar Logoth. El conducto salvaba distancias que escapaban a su imaginación y, al mismo tiempo, no tenía longitud alguna. Tenía que ser un conducto, fuese cual fuese su apariencia. Si no lo era…

Absorbió saidin, combatiéndolo, dominándolo en la mortal danza que tan bien conocía, y lo obligó a entrar por el florido tejido de saidar. Y el saidin fluyó a través de éste. Saidin y saidar, iguales y distintos, no podían mezclarse. El flujo de saidin se contraía, apartándose del envolvente saidar, y éste lo empujaba desde todas direcciones, comprimiéndolo más y más, haciendo que el flujo fluyera más deprisa. Puro saidin —puro a excepción de la infección— tocó Shadar Logoth.

Rand frunció el entrecejo. ¿Se habría equivocado? No ocurría nada. Salvo… Las heridas de su costado parecían latir más y más deprisa. En medio de la tormenta de fuego y la furia de hielo que era el saidin, parecía que la mácula rebullía y se movía. Sólo un ligero movimiento que habría podido pasar inadvertido si no hubiese estado esforzándose en descubrir algún cambio. Una ligera agitación en medio del caos, pero todo en la misma dirección.

—Adelante —urgió Nynaeve. Los ojos le brillaban como si el mero hecho de tener el flujo del saidar dentro de ella fuera gozo suficiente.

Rand absorbió más de ambas mitades de la Fuente, fortaleciendo el conducto al tiempo que obligaba a entrar más saidin a través de él, absorbió del Poder hasta que no quedó nada que pudiese hacer para absorber más. Deseaba gritar cuánto fluía a través de él, tanto que parecía que no existía más, sólo el Poder Único. Oyó a Nynaeve gemir, pero el mortífero combate que sostenía con el saidin lo consumía.

Toqueteando el anillo de la Gran Serpiente, que llevaba en el índice de la mano izquierda, Elza observaba fijamente al hombre al que había jurado lealtad. Estaba sentado en el suelo, severo el gesto, mirando ante sí como si no viera a la espontánea Nynaeve, sentada justo delante de él, brillando como el sol. Quizá no podía. Elza sentía el saidar fluyendo en torrentes inimaginables a través de Nynaeve. Todas las hermanas de la Torre juntas habrían podido reunir sólo una fracción de aquel océano. Envidiaba por ello a la espontánea, y al mismo tiempo pensaba que podría haberse vuelto loca de puro placer. A despecho del frío, el rostro de Nynaeve estaba perlado de sudor; tenía los labios entreabiertos, y sus ojos miraban al vacío, más allá del Dragón Renacido, con éxtasis.

—No tardará en empezar, me temo —anunció Cadsuane. Dio la espalda a la pareja sentada, se puso en jarras y recorrió con una mirada penetrante la cumbre de la colina—. Sentirán eso en Tar Valon y puede que incluso al otro lado del mundo. Todo el mundo a sus puestos.

—Vamos, Elza —dijo Merise, a la que rodeaban el brillo del saidar.

Elza se dejó conducir a la coligación con la hermana de rostro serio, pero dio un respingo cuando Merise incorporó a su Guardián Asha’man al círculo. Era muy atractivo, pero la espada de cristal que tenía en las manos emitía una suave luz y Elza pudo percibir el increíble y bullente tumulto que debía de ser el saidin. Aun cuando Merise controlaba los flujos, la infección del saidin revolvió el estómago a Elza. Era un montón de estiércol pudriéndose en mitad de un caluroso verano. La otra Verde era una mujer encantadora a pesar de su seriedad, pero sus labios también se apretaron como los de Elza por el esfuerzo de contener las ganas de vomitar.

Por toda la cumbre de la colina se formaban círculos, Sarene y Corele coligadas con el hombre mayor, Flinn, y Nesune, Beldeine y Daigian con el muchacho, Hopwil. Verin y Kumira hicieron incluso un círculo con la espontánea Atha’an Miere, quien, de hecho, era muy fuerte, y hacía falta todo el mundo. Tan pronto como los círculos se formaban, se marchaban de la cumbre, y cada uno desaparecía entre los árboles en una dirección distinta. Alivia, la peculiarísima espontánea que no parecía tener otro nombre, se encaminó hacia el norte, con la capa ondeando tras ella y envuelta por el brillo del saidar. Una mujer muy perturbadora, con aquellas pequeñas arrugas alrededor de los ojos, e increíblemente fuerte. Elza habría dado cualquier cosa por tener en sus manos aquellos ter’angreal que llevaba la mujer.

Alivia y los tres círculos proporcionarían una defensa circular si llegaba el caso, pero donde más hacía falta era allí, en la cumbre de la colina. Había que proteger al Dragón Renacido costara lo que costara. Esa tarea, por supuesto, se la había reservado para sí misma Cadsuane, pero el círculo de Merise también se quedaría allí. Cadsuane debía de tener un ter’angreal propio a juzgar por la cantidad de saidar que estaba absorbiendo, más que Merise y Elza juntas; mas, aun así, palidecía en comparación con el que fluía a través de Callandor.