La elevada cumbre de la colina no se encontraba muy cerca de la llave de acceso, pero aun así la llave resplandecía tan intensamente en la mente de Moghedien que ésta ansió absorber una pizca de aquel inmenso flujo de saidar. Llenarse de tanto, incluso de una milésima parte de esa cantidad, sería un éxtasis. Lo ansiaba como un sediento ansia un poco de agua, pero aquella ventajosa posición alta era lo más cerca que se proponía llegar. Sólo la amenaza de las manos de Moridin acariciando su cour’souvra la había inducido a Viajar hasta allí, y lo había retrasado, rogando porque todo hubiera acabado antes de que se viera obligada a ir. Siempre había trabajado a la sombra, pero había tenido que huir de un ataque tan pronto como había llegado; y, en lugares muy distantes en el bosque que se extendía ante ella, centelleaban rayos y fuegos tejidos con saidar y otros que debían estar creados con saidin, y estallaban bajo el sol de media tarde. Se elevaban columnas de humo negro de los troncos de árboles incendiados, y unas explosiones ensordecedoras se propagaban por el aire.
Quién luchaba, quién moría, quién vivía eran asuntos que no le importaban en absoluto. Sólo que sería agradable si Cyndane o Graendal perecían. O ambas. Ella no, desde luego; no moriría retorciéndose en medio de aquella batalla. Y, como si todo aquello no fuera bastante, estaba lo que se alzaba más allá de la resplandeciente llave: una inmensa bóveda achatada y negra sobre el bosque, como si la noche se hubiese convertido en algo sólido. Moghedien se encogió cuando una onda cruzó sobre la oscura superficie, y la bóveda creció haciéndose perceptiblemente más alta. Sería una locura acercarse más a eso, fuera lo que fuera. Moridin no sabría lo que había hecho o dejado de hacer allí.
Retrocedió a la otra ladera de la colina, lejos de la brillante llave y de la extraña bóveda, y se sentó para hacer lo que con tanta frecuencia había hecho en el pasado: observar desde las sombras y sobrevivir.
Dentro de su cabeza Rand estaba gritando. No le cabía duda de que gritaba él y gritaba Lews Therin, pero con el ensordecedor fragor no oía ninguna de las dos voces. El repulsivo océano de infección fluía a través de él, tan rápido que parecía aullar. Olas inmensas de la repugnante mácula rompían sobre él. Rugientes vendavales de contaminación lo desgarraban. La única razón por la que sabía que seguía asiendo el Poder era la infección. El saidin podía estar bullendo, cambiando, creciendo, a punto de acabar con él, y nunca lo sabría. Aquel flujo pútrido se imponía y ahogaba todo lo demás, y él se aferraba con uñas y dientes para impedir que lo arrastrara en su violenta corriente. La contaminación se movía, y eso era lo único que importaba. ¡Tenía que aguantar!
—¿Qué puedes decirme, Min? —Cadsuane aguantaba de pie a pesar del cansancio. Mantener aquel escudo a lo largo de casi todo el día bastaba para agotar a cualquiera.
No había habido ataques a la cumbre de la colina desde hacía un rato y, de hecho, parecía que el único encauzamiento activo que podía percibir era el que Nynaeve y el chico llevaban a cabo. Elza paseaba en un incansable círculo alrededor de la cresta de la colina, todavía coligada a Merise y a Jahar, pero de momento no tenía nada que hacer salvo escudriñar las colinas circundantes. Jahar se encontraba sentado en una piedra, con Callandor brillando tenuemente sobre el doblez del brazo. Merise se había sentado en el suelo, a su lado, y apoyaba la cabeza en su rodilla mientras él le acariciaba el cabello.
—¿Y bien, Min? —demandó Cadsuane.
La chica alzó la mirada, furiosa, desde la depresión en el rocoso terreno en la que Tomás y Moad las habían metido a ella y a Harine. Al menos los hombres tenían el sentido común de aceptar que ellos no podían participar en aquella lucha. Harine exhibía un ceño sombrío, y en más de una ocasión había sido necesario que uno de los hombres impidiera a Min ir hacia el joven al’Thor. De hecho, habían tenido que quitarle los cuchillos después de que intentó utilizarlos contra ellos.
—Sé que está vivo —rezongó la muchacha—, y creo que está sufriendo. Sólo que si puedo percibir lo suficiente para pensar que está sufriendo, entonces es que el dolor que experimenta ha de ser espantoso. Dejadme que vaya con él.
—Ahora sólo lo estorbarías.
Haciendo caso omiso del gemido frustrado de la chica, Cadsuane atravesó el irregular terreno hacia donde Rand y Nynaeve permanecían sentados, pero durante un instante no los miró. Incluso a una distancia de kilómetros, la bóveda negra parecía inmensa; se elevaba trescientos metros en la parte más alta, y seguía creciendo. Su superficie semejaba acero negro, si bien no brillaba bajo la luz del sol. Si acaso, la luz parecía disminuir a su alrededor.
Rand continuaba sentado en la misma postura que había adoptado al principio, cual una estatua inmóvil, con el sudor resbalando por su cara. Si experimentaba un dolor inmenso, como decía Min, no daba señales de ello. Y, si era cierto, Cadsuane no sabía qué hacer al respecto. Molestarlo ahora, podría tener consecuencias terribles. Al contemplar aquella bóveda creciente, negra como la noche, Cadsuane gruñó. Haberlo dejado empezar aquello también podía tener consecuencias horribles.
Con un gemido, Nynaeve se deslizó desde la piedra donde estaba sentada hasta el suelo. La transpiración había empapado su vestido, y los mechones del pelo se le pegaban a la sudorosa cara. Sus párpados aletearon débilmente y sus pechos se alzaron cuando inhaló aire con desesperación.
—Más no —gimió—. No puedo soportarlo más.
Cadsuane vaciló, algo que no estaba acostumbrada a que le pasara. La chica no podía abandonar el círculo hasta que el joven al’Thor la soltara; pero, a menos que esos Choedan Kal tuvieran algún fallo como ocurría con Callandor, debía de estar protegida con una barrera que le impidiera absorber demasiado Poder para perjudicarla. Sólo que estaba actuando como un conducto para una cantidad de saidar infinitamente superior a lo que la Torre Blanca al completo habría podido absorber utilizando todos los angreal y sa’angreal que poseía. Después de aguantar aquel flujo pasando a través de ella durante horas, el mero agotamiento físico podía acabar con ella.
Se arrodilló junto a ella y, dejando en el suelo la golondrina, tomó la cabeza de la muchacha en sus manos y rebajó la cantidad de saidar que estaba utilizando en el escudo. Su habilidad con la Curación no sobrepasaba lo normal, pero podía borrar parte del agotamiento de la chica para que no se desplomara de bruces. No obstante, tenía muy presente el debilitamiento del escudo por encima de ellos, y creó los tejidos sin perder tiempo.
Al alcanzar lo alto de la colina, Osan’gar se echó al suelo y sonrió mientras se arrastraba hacia un lado para buscar refugio detrás de un árbol. Desde allí, henchido de saidin, podía ver la cresta de la siguiente colina con claridad, así como la gente que había en ella. No tanta como había esperado. Una mujer caminaba lentamente en círculo por el perímetro, escudriñando los alrededores, pero todos los demás estaban quietos, Narishma entre ellos, que tenía la reluciente Callandor en las manos y la cabeza de una mujer apoyada en su rodilla. Que Osan’gar viera, había otras dos mujeres, una arrodillada junto a la otra, pero casi las tapaba el hombre que se encontraba de espaldas. No necesitó ver su rostro para reconocer a al’Thor. La llave que había en el suelo, a su lado, lo identificaba. A sus ojos, brillaba intensamente; para su mente resplandecía con mayor intensidad que el sol, que mil soles. ¡Lo que podría hacer con eso! Lástima que tuviera que destruirse junto con al’Thor. Aun así, podría apoderarse de Callandor después de que al’Thor hubiera muerto. Ninguno de los Elegidos poseía siquiera un angreal. Incluso Moridin temblaría ante él una vez que poseyera esa espada de cristal. ¿Nae’blis? Él sería nombrado Nae’blis después de que destruyera a al’Thor y deshiciera todo lo que éste había hecho allí. Riendo suavemente, tejió fuego compacto. ¿Quién habría imaginado que acabaría siendo el héroe del día?