¿Simplemente? Casi se echó a reír. Sin embargo, así era como actuaban las Aes Sedai. ¿Y Shalon, la Detectora de Vientos? Tenerla en su poder podría proporcionar a Cadsuane influencia sobre Harine, la Señora de las Olas, pero sospechaba que la Verde se la había llevado junto con Ailil para intentar ocultar quién tenía a la noble. Habría que sacar a Cadsuane de su error. Ya se había decidido quién gobernaría Tear y Cairhien. Se lo dejaría muy claro. Pero más adelante. Ese asunto se encontraba muy abajo en su lista de prioridades.
—Antes de marcharme, Dobraine, tengo que daros… —Las palabras se le quedaron paralizadas en la lengua.
En el patio, el hombre calvo había tirado de una manivela en la carreta, y uno de los extremos de un largo astil horizontal se levantó de golpe; después bajó, empujando otro astil mas pequeño a través de un agujero abierto en la base de la carreta. Y, vibrando hasta dar la impresión de que las sacudidas la harían pedazos, y echando humo por la chimenea, la carreta se movió hacia adelante mientras el astil subía y bajaba, lentamente al principio y después más deprisa. ¡Se movía, sin caballos!
No se dio cuenta de que había hablado en voz alta hasta que la rectora le respondió.
—¡Oh, eso! Es la carreta de vapor de Mervin Poel, como él la llama, milord Dragón. —Su voz, de timbre alto y sorprendentemente joven, estaba cargada de desaprobación—. Afirma que puede tirar de cien carretas con ese artilugio, aunque lo dudo, a menos que consiga hacer que se mueva más de cincuenta pasos sin que se le rompan piezas y se congele. Que yo sepa, ésa es la mayor distancia que ha recorrido.
En realidad, la… ¿carreta de vapor? se detuvo con una sacudida a menos de veinte pasos del punto de donde había partido. Fue una buena sacudida; y seguía estremeciéndose, más y más violentamente a cada segundo. La mayoría de los hombres se agolparon de nuevo a su alrededor, uno de ellos giraba frenéticamente algo, con la mano envuelta en un trapo. De repente, el vapor salió disparado por un tubo, y el cacharro empezó a estremecerse con mas lentitud hasta que se paró del todo.
Rand sacudió la cabeza. Recordaba a ese tipo, Mervin, con un artilugio que temblaba sobre el tablero de una mesa y no hacía nada. ¿Y esa maravilla había salido de aquello? Entonces había pensado que el aparato era para hacer música. El que ahora daba brincos y sacudía los puños a los otros debía de ser Mervin. ¿Qué otras cosas extrañas, qué maravillas, estaba construyendo la gente allí, en la Academia?
Cuando lo preguntó, todavía con la vista prendida en los trabajos con la carreta que seguían realizándose en el patio, Idrien aspiró aire por la nariz de forma sonora, despectiva. Sólo su respeto por el Dragón Renacido contuvo el tono cortante de su voz cuando empezó a hablar, que rápidamente dejó paso al desagrado.
—Como si no fuese bastante con tener que acoger a filósofos, historiadores, aritméticos y similares. Pero dijisteis que admitiese a cualquiera que desease construir algo nuevo y que los dejara quedarse si hacían progresos. Supongo que lo que esperabais eran armas, pero ahora tengo docenas de soñadores y gandules, todos con un libro antiguo o un manuscrito o más, los cuales, del primero al último, datan del Pacto de las diez naciones, ojo, si no de la propia Era de Leyenda, o eso dicen ellos, y todos intentan encontrar sentido a dibujos y bocetos y descripciones de cosas que jamás han visto y que quizá nadie vio nunca. He visto viejos manuscritos que hablan de gente con los ojos en la tripa, y de animales de tres metros de altura, con colmillos más largos que un hombre, y de ciudades donde…
—Pero ¿qué es lo que hacen, rectora Tarsin? —preguntó Rand. Los hombres del patio se movían con aire resuelto, no como si se enfrentaran a un fracaso. Y esa cosa se había movido.
En esta ocasión, la mujer resopló más fuerte aún.
—Estupideces, milord Dragón, eso es lo que hacen. Kin Tovere construyó un enorme visor de lentes, con el que podéis ver la luna tan clara como vuestra propia mano, así como lo que él afirma que son otros mundos, pero ¿para qué sirve eso? Y ahora quiere construir otro mayor aún. Maryl Harke construye inmensas cometas a las que llama planeadores, y cuando entre la primavera se volverá a lanzar desde las colinas. Le pone a uno el corazón en un puño verla deslizarse colina abajo en esas cosas; se romperá algo más que un brazo la próxima vez que uno de esos trastos se pliegue sobre ella, eso lo garantizo. Jander Parentakis cree que puede mover barcos fluviales con ruedas de molinos de agua, o algo parecido, pero cuando metió en el barco a los hombres suficientes para dar vueltas a las manivelas, no quedaba espacio para llevar carga, y cualquier velero podía dejarlo atrás. Ryn Anhara atrapa rayos en enormes tarros, aunque dudo que incluso él mismo sepa por qué. Y Niko Tokama está igual de tonta con su…
Rand se volvió tan deprisa que la mujer dio un paso atrás, e incluso Dobraine desplazó los pies, un movimiento de espadachín. No, no estaban seguros de él en absoluto.
—¿Que atrapa rayos? —preguntó en voz queda.
La comprensión se reflejó en el franco rostro de la mujer, que agitó las manos.
—¡No, no! No… de ese modo. —No como vos, era lo que había estado a punto de decir—. Es una cosa con cables y ruedas y grandes jarros de arcilla y la Luz sabe qué más. Él lo llama acumulador de chispas, y una vez vi a una rata caer en uno de los jarros, sobre las varillas metálicas que salen por la boca. Ciertamente parecía que la hubiese alcanzado un rayo. —Un tono esperanzado asomó a su voz—. Puedo ordenarle que lo deje, si queréis.
Rand intentó imaginar a alguien montado en una cometa, pero la idea era absurda. Atrapar rayos en jarros estaba más allá de su capacidad imaginativa. Y, sin embargo…
—Dejadlos que sigan como hasta ahora, rectora. ¿Quién sabe? A lo mejor uno de esos inventos resulta ser importante. Si alguno funciona como su creador afirma, dadle una recompensa.
El curtido y arrugado rostro de Dobraine traslucía duda, aunque casi consiguió disimularlo. Idrien inclinó la cabeza en un gesto de hosco asentimiento, e incluso hizo una reverencia, pero saltaba a la vista que pensaba que le pedía que dejase que los cerdos volaran si podían hacerlo.
Rand no estaba seguro de no coincidir con ella. Claro que, a lo mejor, a uno de los cerdos le crecían alas. La carreta realmente se había movido. Ansiaba muchísimo dejar algo al mundo, algo que lo ayudase a superar el nuevo Desmembramiento que las Profecías anunciaban que él traería. El problema era que no tenía ni idea de qué podría ser, aparte de los propios estudiosos. ¿Quién sabía qué maravillas serían capaces de crear? Luz, deseaba construir algo que perdurase, lo que fuera.
«Yo pensé que podía construir algo —murmuró Lews Therin dentro de su cabeza—. Me equivoqué. No somos constructores, ni tú ni yo ni el otro. Somos destructores. Destructores».
Rand se estremeció y se pasó las manos por el pelo. ¿El otro? A veces la voz sonaba más cuerda cuanto mayor era su demencia. Dobraine y la señora Tarsin lo estaban observando; el noble casi conseguía ocultar la incertidumbre, pero la rectora no se esforzaba lo más mínimo en disimularla. Actuando como si no pasara nada, Rand sacó dos delgados envoltorios de papel de su chaqueta. Ambos tenían estampado el dragón en sendos lacres de cera roja. La hebilla del cinturón que ahora no llevaba puesto resultaba un imponente sello.
—El primero os nombra mi administrador en Cairhien —explicó mientras le entregaba los envoltorios a Dobraine. Un tercero seguía guardado contra su pecho, para Gregorin den Lushenos, designándolo administrador en Illian—. Así no habrá problemas de que alguien cuestione vuestra autoridad durante mi ausencia. —Dobraine podía solucionar ese tipo de problema con sus mesnaderos, pero mejor era asegurarse para que nadie adujese desconocimiento o duda. Seguramente no habría ningún problema que solucionar si todos sabían que el Dragón Renacido caería sobre los transgresores—. Hay órdenes sobre cosas que quiero que se hagan; pero, aparte de ésas, podéis actuar como juzguéis oportuno. Cuando lady Elayne presente su reclamación al Trono del León, dadle completo apoyo.