—¿Y la señora de una reina? —inquirió extrañada—. ¿Eso significa que la reina le ha jurado lealtad? Entonces, es una mujer poderosa. ¡Respóndeme, Galina!
La gai’shain vestida de seda encorvó los hombros y dedicó una sonrisa rastrera a la mujer montada.
—Una mujer muy poderosa, si una reina le ha jurado lealtad, Sevanna —contestó anhelante—. Nunca había oído nada semejante, pero creo que es quien afirma ser. Vi a Alliandre una vez, hace años, y la muchacha que recuerdo podría haberse convertido en la mujer que está ahora aquí. Y fue coronada reina de Ghealdan. Ignoro por qué está en Amadicia. Los Capas Blancas o Roedran le echarían mano de inmediato si…
—Basta, Lina —instó firmemente Therava. La mano que descansaba sobre el hombro de Galina se apretó visiblemente—. Sabes que detesto que parlotees.
La gai’shain se encogió como si la hubiese golpeado, y cerró bruscamente la boca. Casi retorciéndose, sonrió a Therava con mayor adulación incluso que a Sevanna. El oro centelleó en uno de sus dedos al retorcerse las manos. También el miedo brilló en sus ojos. Unos ojos oscuros. Definitivamente no era Aiel. Therava parecía ajena al sometimiento de la mujer; había llamado al orden a un perro y éste había obedecido, simplemente. Su atención se centraba ahora en Sevanna. Someryn miró de reojo a la gai’shain, los labios fruncidos con desprecio, pero se cruzó el chal sobre el pecho y también volvió la vista hacia Sevanna. Los Aiel no dejaban traslucir apenas nada en sus semblantes, pero saltaba a la vista que Sevanna no le caía bien, y que al mismo tiempo era cautelosa con ella.
La mirada de Faile fue hacia la mujer del caballo, por encima del borde de la taza. En cierto modo, era como ver a Logain o a Mazrim Taim. Sevanna también había pintado su nombre en el cielo con sangre y fuego. Cairhien necesitaría años para recuperarse de lo que esa mujer había hecho allí, y las consecuencias se habían extendido a Andor, Tear y más allá. Perrin culpaba de ello a un hombre llamado Couladin, pero Faile había oído hablar lo suficiente sobre esa mujer para tener la perspicacia de adivinar de quién era la mano que estaba detrás de todo. Y nadie discutía que la matanza en los pozos de Dumai era culpa de Sevanna. Perrin había estado a punto de morir allí. Tenía una cuenta pendiente con Sevanna por eso. Accedería de buena gana a dejar que Rolan conservara sus orejas si podía resarcir esa cuenta.
La mujer vestida extravagantemente condujo su montura lentamente a lo largo de la hilera de mujeres arrodilladas. Sus ojos verdes eran casi tan fríos como los de Therava., El sonido de la nieve crujiendo bajo los cascos del animal pareció de repente muy fuerte.
—¿Cuál de vosotras es la doncella?
Extraña pregunta. Maighdin vaciló, prietas las mandíbulas, antes de levantar la mano por debajo de la manta. Sevanna asintió con gesto pensativo.
—¿Y la… señora de la reina?
Faile se planteó no contestar, pero, de un modo u otro, Sevanna se enteraría de lo que quería saber. De mala gana, levantó la mano. Y tembló por algo más que por el frío. Therava observaba la escena con aquellos ojos crueles, prestando mucha atención. A Sevanna y a aquellas que le interesaban.
Que ninguna advirtiera aquella mirada taladradora era algo que Faile no entendía, y sin embargo Sevanna no pareció darse cuenta mientras daba media vuelta al castrado al final de la fila.
—No pueden caminar con los pies así —dijo al cabo de un momento—. Y no veo razón para que vayan en las carretas con los niños. Cúralas, Galina.
Faile dio un respingo y casi dejó caer la jarra. Se la tendió al gai’shain, procurando disimular que era ésa exactamente su intención desde el principio. De todos modos estaba vacía. El tipo de la cara con cicatrices empezó a llenarla otra vez calmosamente. ¿Curar? No podía referirse a…
—De acuerdo —dijo Therava al tiempo que le propinaba un empujón a la gai’shain que la hizo trastabillar—. Hazlo rápido, pequeña Lina. Sé que no querrás decepcionarme.
Galina evitó por poco la caída, sólo para acercarse a trancas y barrancas hacia las prisioneras. Arrastraba la túnica y en algunos sitios se hundía en la nieve hasta más arriba de la rodilla, pero siguió con todo empeño hacia su meta. En su cara redonda se mezclaban el miedo y el asco con… ¿ansiedad, tal vez? En cualquier caso, era una combinación desagradable.
Sevanna completó el circuito, volviendo de nuevo donde Faile podía verla sin dificultad, y frenó al castrado frente a las Sabias. La boca de labios turgentes estaba tirante. El viento helado agitó su capa, pero ella no pareció advertirlo, como tampoco parecía notar la nieve que caía sobre su cabeza.
—Acabo de enterarme, Therava. —Su voz sonaba tranquila, pero sus ojos parecían a punto de descargar rayos—. Esta noche acampamos con los Jonine.
—Un quinto septiar —replicó fríamente Therava. Para ella tampoco parecían existir el viento y la nieve—. Cinco, mientras que aún quedan setenta y ocho esparcidos en el viento. Bueno será que recuerdes tu promesa de reunir de nuevo a los Shaido, Sevanna. No esperaremos para siempre.
Nada de rayos ahora: los ojos de Sevanna eran como volcanes verdes en erupción.
—Siempre hago lo que digo, Therava. Bueno será que lo recuerdes. Y recuerda que tú sólo me aconsejas, y que soy yo quien habla por el jefe del clan.
Hizo volver grupas al castrado y taconeó los flancos del animal intentando que galopara de vuelta al río de personas y carretas, aunque ningún caballo podía hacer tal cosa con una nieve tan profunda. El castrado negro consiguió avanzar a un ritmo algo más rápido que al paso, pero no mucho. Con los rostros tan inexpresivos como máscaras, Therava y Someryn siguieron con la mirada la marcha de caballo y amazona hasta que el blanco velo de copos casi los ocultó.
Un intercambió interesante, al menos para Faile. Sabía reconocer una tensión tan tirante como cuerdas de arpa, y un odio mutuo. Una debilidad de la que podría sacar partido si se le ocurría un modo de hacerlo. Y al parecer no todos los Shaido se encontraban allí, después de todo. Aunque eran más que suficientes, a juzgar por el interminable discurrir de personas y carros. Galina llegó entonces ante ella, y todo lo demás desapareció de su mente.
Relajando la expresión hasta adoptar una pobre semejanza de compostura, Galina tomó la cabeza de Faile con ambas manos, sin pronunciar palabra. Quizá Faile soltó una exclamación ahogada; no habría podido asegurarlo. El mundo pareció girar a su alrededor mientras su cuerpo se ponía tenso con una sacudida que casi la levantó sobre los pies. Transcurrieron horas en un suspiro, o quizá los segundos se dilataron. La mujer vestida de blanco se apartó, y Faile cayó de bruces sobre la manta marrón, donde yació jadeante, con la mejilla pegada a la tosca lana. Los pies ya no le dolían, pero la Curación despertaba el apetito, y ella no había comido nada desde el desayuno del día anterior.
Podría haber engullido platos y platos de cualquier cosa. También había desaparecido el cansancio, pero ahora sus músculos parecían agua en lugar de masa de pastel. Se empujó con los brazos, que no querían sostener su peso, y se sentó arrodillada mientras se envolvía de nuevo en la manta de rayas grises. Estaba conmocionada tanto por lo que había visto en la mano de Galina justo antes de que la mujer le cogiese la cabeza, como por el proceso de la Curación. Agradeció que el hombre de las cicatrices sostuviese la humeante taza de té contra sus labios. No estaba segura de que sus dedos hubiesen podido hacerlo.
Galina no había perdido el tiempo. Alliandre, aturdida, intentaba en ese momento levantarse, ya que también había caído de bruces, y la manta de rayas que la cubría se deslizó al suelo sin que ella se percatara. Los verdugones habían desaparecido, por supuesto. Maighdin todavía yacía despatarrada boca abajo entre las dos mantas, sacudiendo espasmódicamente las extremidades en todas direcciones mientras se retorcía débilmente en un intento de recobrar el control de su cuerpo. Chiad, con las manos de Galina a ambos lados de la cabeza, se sacudió hasta incorporarse del todo al tiempo que agitaba los brazos y exhalaba de golpe todo el aire que tenía en los pulmones. La contusión amarillenta de su cara se borró ante los ojos de Faile. La Doncella se desplomó como si la hubiesen tumbado de un golpe cuando Galina la soltó para pasar a Bain, aunque empezó a rebullir casi de inmediato.