—Tendremos que encontrarlas esta noche —dijo finalmente Maighdin, que se las arreglaba para caminar con pasos enérgicos, aunque de un modo un tanto torpe. Sus azules ojos echaban chispas debajo de la capucha, y asía con una mano la ancha cadena que le rodeaba el cuello, como si deseara quitársela de un tirón—. Ahora mismo, lo único que estamos consiguiendo es dar diez pasos por cada uno que dan los demás. O veinte. No será de mucha ayuda que lleguemos al campamento esta noche demasiado exhaustas para movernos.
Al otro lado de Faile, Alliandre salió de su aturdimiento lo bastante para enarcar una ceja ante el tono contundente de Maighdin. Faile se limitó a mirar de soslayo a su doncella, pero bastó para que Maighdin enrojeciera y tartamudeara. ¿Qué le pasaba a esa mujer? No obstante, no sería lo que esperaba de una criada; pero, como compañera en la huida, desde luego no podía ponerle defectos a su temple. Lástima que su capacidad de encauzar fuese tan mínima. Hubo un tiempo en que Faile había albergado grandes esperanzas respecto a eso, hasta que se enteró de que Maighdin poseía tan poca habilidad que no servía de nada.
—Sí, será esta noche, Maighdin —convino. O todas las noches que fueran necesarias, pero eso no lo mencionó. Echó una rápida ojeada en derredor para comprobar que no había nadie lo bastante cerca para escucharlas. Los Shaido, vestidos con cadin’sor o sin él, avanzaban resueltamente bajo la nevada, dirigiéndose hacia una meta invisible. Los gai’shain, los otros gai’shain, se movían impulsados por un propósito distinto: obedecer o ser castigados—. Por el poco caso que nos prestan —continuó—, a lo mejor sería posible quedarse por el camino, siempre y cuando no se intente ante las narices de un Shaido. Si cualquiera de vosotras tiene oportunidad de hacerlo, adelante. Estas ropas os ayudarán a ocultaros en la nieve; y, una vez que encontréis un pueblo, el oro que tan generosamente nos han proporcionado servirá para que encontréis a mi esposo. Estará siguiéndonos. —No demasiado deprisa, esperaba. Al menos, no demasiado cerca. Los Shaido eran un ejército, tal vez pequeño comparado con otros, pero mayor que el de Perrin.
El semblante de Alliandre se endureció con una expresión de determinación.
—No me marcharé sin vos —dijo quedamente, pero en tono firme—. No tomo a la ligera mi juramento de fidelidad, milady. ¡O escapo con vos, o no lo haré!
—Habla en nombre de las dos —manifestó Maighdin—. Seré una simple doncella —pronunció la palabra con un tono desdeñoso—, pero no dejaré atrás a nadie con esos… ¡esos bandidos!
Su voz no sólo era firme: no admitía discusión. ¡Realmente, después de esto Lini tendría que mantener una larga conversación con ella para ponerla en su sitio! Faile abrió la boca para discutir; no, para ordenar. Alliandre le debía obediencia como su vasalla, y Maighdin como su doncella, por mucho que la hubiera desequilibrado la experiencia de la captura. ¡Seguirían sus órdenes! Pero dejó que las palabras murieran en su lengua.
Unas formas oscuras que se aproximaban en medio de la oleada de Shaido y la copiosa nevada se concretaron en un grupo de mujeres Aiel con el chal enmarcándoles el rostro. Therava iba al frente de ellas. Musitó una palabra, y las demás aflojaron el paso para quedarse un poco retrasadas, en tanto que Therava se unía a Faile y sus compañeras. Es decir, empezó a caminar a su lado. Sus fieros ojos parecieron helar hasta el entusiasmo de Maighdin, a pesar de que la Sabia se limitó a dirigirles una rápida ojeada. Para ella, no eran merecedoras de su mirada.
—Estáis pensando en escapar —empezó. Ninguna abrió la boca, pero la Sabia añadió en un tono desdeñoso—: ¡No intentéis negarlo!
—Intentaremos servir como debemos, Sabia —contestó con cuidado Faile. Mantenía la cabeza agachada, poniendo buen cuidado en no encontrarse con los ojos de la mujer.
—Conoces algo de nuestras costumbres. —Therava parecía sorprendida, pero eso desapareció de inmediato—. Bien. Pero me tomas por necia si piensas que creo que servirás mansamente. Veo carácter en vosotras tres, para ser habitantes de las tierras húmedas. Algunos nunca tratan de escapar y unos pocos lo intentan, pero sólo los que mueren lo consiguen. A los vivos siempre se los trae de vuelta. Siempre.
—Tendré en cuenta vuestras palabras, Sabia —repuso sumisamente Faile. ¿Siempre? Bien, tenía que haber una primera vez para todo—. Todas nosotras las tendremos en cuenta.
—Oh, muy bien —murmuró Therava—. Podrías convencer incluso a alguien tan ciega como Sevanna. Sin embargo, ten presente esto, gai’shain. Los habitantes de las tierras húmedas no son como los otros que visten de blanco. En lugar de ser liberadas al cabo de un año y un día, serviréis hasta que estéis demasiado encorvadas y arrugadas para que podáis trabajar. Yo soy vuestra única esperanza de eludir ese destino.
Faile tropezó en la nieve y, si Alliandre y Maighdin no la hubiesen agarrado por los brazos, se habría ido de bruces al suelo. Therava ordenó con un gesto impaciente que siguiesen caminando. Faile se sentía enferma. ¿Que Therava las ayudaría a escapar? Chiad y Bain afirmaban que los Aiel no sabían nada del Juego de la Casas y despreciaban a los habitantes de las tierras húmedas por utilizarlo, pero Faile percibió claramente todas las corrientes subterráneas que la rodeaban ahora. Unas corrientes que las arrastrarían al fondo si daba un paso en falso.
—No entiendo, Sabia. —Ojalá su voz no sonara tan ronca de repente.
Empero, quizá fue ese timbre enronquecido lo que convenció a Therava. La gente como ella creía en el miedo como motivación antes que cualquier otro sistema. Fuera como fuese, la mujer sonrió. No fue una sonrisa afable, sino simplemente una mueca que curvaba sus finos labios, y la única emoción que transmitía era satisfacción.
—Vosotras tres observaréis y escucharéis mientras servís a Sevanna, Una Sabia os preguntará a diario, y repetiréis cada palabra pronunciada por Sevanna y por la persona con la que hable. Si habla en sueños, también repetiréis lo que murmura. Complacedme, y yo me ocuparé de que se os deje atrás.
Faile no quería saber nada de eso, pero negarse quedaba descartado. Si rehusaba, ninguna de ellas estaría viva al día siguiente. De eso no le cabía la menor duda. Therava no correría riesgos. Puede que ni siquiera llegaran vivas a la caída de la noche; la nieve ocultaría rápidamente tres cadáveres vestidos de blanco, y dudaba mucho que alguien de alrededor protestase lo más mínimo si Therava decidía cortar unas cuantas gargantas aquí o allí. Además, todo el mundo estaba concentrado en seguir caminando a través de la nieve. Puede que ni siquiera lo vieran.
—Si se entera… —Faile tragó saliva. Therava les estaba pidiendo que caminaran al borde de un precipicio. No, les estaba ordenando que lo hicieran. ¿Matarían los Aiel a los espías? Nunca se le había ocurrido preguntarles ese detalle a Chiad y a Bain—. ¿Nos protegeréis, Sabia?
La mujer de rasgos duros asió la barbilla de Faile con dedos acerados, obligándola a detenerse bruscamente y a alzarse sobre las puntas de los pies. Los ojos de Therava se clavaron en los suyos y los retuvieron con idéntica firmeza. A Faile se le quedó la boca seca. Aquella mirada prometía dolor.
—Si se entera, gai’shain, yo misma os destriparé y os prepararé para cocinar, de modo que aseguraos de que no lo descubra. Esta noche serviréis en sus tiendas. Vosotras y un centenar más, así que no tendréis muchas ocupaciones que os distraigan de lo que es importante.
Tras unos instantes de observarlas intensamente a las tres, Therava asintió con la cabeza, satisfecha. Veía tres mujeres de las tierras húmedas, demasiado blandas y débiles para hacer otra cosa que no fuese obedecer. Sin añadir nada más, soltó a Faile y se dio media vuelta; en cuestión de segundos la nieve pareció tragárselas a ella y a las otras Sabias.