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Durante un rato, las tres mujeres caminaron trabajosamente, en silencio. Faile no sacó el tema de que cualquiera huyese sola, cuanto menos el de dar órdenes. Estaba segura de que, si lo hacía, las otras rehusarían de nuevo. Aparte de todo lo demás, acceder ahora podría parecer que Therava las había hecho cambiar de idea, que lo había hecho el miedo. Faile conocía lo suficiente a las dos mujeres para estar convencida de que ninguna de ellas admitiría que esa mujer la asustaba. A ella sí, desde luego. «Y antes me tragaría la lengua que admitirlo en voz alta», pensó malhumorada.

—Me pregunto a qué se refería con eso de… cocinar —dijo finalmente Alliandre—. Los interrogadores de los Capas Blancas a veces atan a los prisioneros a un espetón y les dan vueltas encima del fuego, según me han contado.

Maighdin se rodeó a sí misma con los brazos, sacudida por un escalofrío, y Alliandre sacó la mano de la manga justo lo suficiente para darle unas palmaditas en el hombro.

—No te preocupes —dijo—. Si Sevanna tiene un centenar de sirvientes, puede que nunca tengamos que acercarnos lo bastante para escuchar lo que habla. Y podemos elegir lo que les contemos, de manera que no pueda rastrearnos por lo que se ha filtrado.

Maighdin rió amargamente bajo la capucha.

—Piensas que todavía tenemos opción de elegir algo. Pues no la tenemos. Te hace falta aprender qué es no tener opciones. Esa mujer no nos ha escogido porque tengamos «carácter». —Casi escupió la palabra—. Apuesto que Therava ha dado la misma charla a todos los sirvientes de Sevanna. Si se nos escapa una sola palabra que deberíamos haber escuchado, ten por seguro que se enterará.

—Puede que tengas razón —concedió Alliandre al cabo de un momento—. Pero no vuelvas a hablarme en esos términos, Maighdin. Las circunstancias que atravesamos son duras, por no decir algo peor, pero no olvides quién soy.

—Hasta que escapemos —replicó Maighdin—, eres una sirvienta de Sevanna. Si no piensas en ti misma como en una sirvienta cada momento, entonces es posible que acabes en el espetón. Y con sitio para nosotras, porque nos arrastrarás contigo.

La capucha de Alliandre le ocultaba el rostro, pero su espalda se puso más y más tensa con cada palabra. Era inteligente, y sabía cómo hacer lo que debía, pero tenía el genio de una reina cuando no lo controlaba, así que Faile habló antes de que estallase.

—Hasta que consigamos huir, todas somos sirvientas —manifestó firmemente. Luz, sólo le faltaba que esas dos empezaran a pelearse—. Pero tendrás que disculparte, Maighdin. ¡Ahora!

Con la cabeza agachada, su doncella murmuró algo que podría ser una disculpa. Prefería tomarlo como tal, en cualquier caso.

—En cuanto a ti, Alliandre, espero que seas una buena sirvienta. —Alliandre dejó escapar un sonido, una medio protesta, que Faile pasó por alto—. Si queremos tener una oportunidad de escapar, debemos hacer lo que nos manden, trabajar duro, y atraer la atención lo menos posible. —¡Como si no hubiesen llamado la atención ya, y de sobra!—. Y le contaremos a Therava hasta si Sevanna estornuda. No sé lo que Sevanna haría si se enterara, pero creo que todas tenemos una buena idea de lo que Therava hará si la contrariamos.

Aquello bastó para sumir a las dos mujeres en el mutismo. Sí, tenían una idea bastante clara de lo que Therava haría, y matarlas no sería lo peor.

La nevada se redujo a unos pocos copos sueltos al mediodía. Negros nubarrones seguían cubriendo el cielo, pero Faile llegó a la conclusión de que debía de ser más o menos esa hora porque les dieron de comer. Nadie se paró, pero cientos de gai’shain recorrieron la columna con cestos y bolsas llenos de pan y carne seca, así como odres que, esta vez, contenían agua, lo bastante fría para que le dolieran los dientes. Curiosamente, no sentía más hambre que la que podía justificarse a causa de caminar durante horas a través de la nieve. Sabía que a Perrin le habían practicado la Curación una vez y que a consecuencia de ello había tenido un hambre devoradora durante dos días. Quizá se debiera a que sus heridas habían sido muchos menos importantes que las de él. Advirtió que el apetito de Alliandre y Maighdin no era mayor que el suyo.

La Curación le recordó a Galina, y en el cúmulo de preguntas repetidas que se reducían a un incrédulo «¿por qué?» ¿Por qué una Aes Sedai —tenía que serlo— iba a adular a Sevanna y a Therava? O a cualquiera. Una Aes Sedai podría ayudarlas a escapar. O tal vez no. Podría traicionarlas si ello convenía a sus propósitos. Las Aes Sedai hacían lo que hacían, y al resto sólo le quedaba la alternativa de aceptarlo a menos que una fuera Rand al’Thor. Pero él era ta’veren y, encima, el Dragón Renacido; por el contrario, ella era una mujer con escasos recursos en ese momento y un peligro considerable pendiendo sobre su cabeza. Por no mencionar la cabeza de unas mujeres de las que era responsable. Cualquier tipo de ayuda sería bienvenido, procediese de quien procediese. La cortante brisa amainó mientras Faile consideraba el asunto de Galina desde todos los ángulos que se le ocurrían, y la nieve volvió y fue haciéndose más y más copiosa hasta que la visibilidad se redujo a diez pasos de distancia. Faile seguía sin decidir si podía confiar en esa mujer.

De pronto reparó en que otra mujer de blanco la observaba, casi oculta por los copos de nieve. Sin embargo, no eran tan abundantes como para tapar el ancho cinturón enjoyado. Faile tocó a sus acompañantes y señaló hacia Galina con un gesto de la cabeza.

Cuando la mujer se dio cuenta de que la habían visto, se acercó y se situó entre Faile y Alliandre. Seguía careciendo de garbo para moverse por la nieve, pero parecía estar más acostumbrada que ellas a caminar a través del blanco manto. En la mujer no había nada de adulador ahora. Su cara redonda mostraba una expresión dura bajo la capucha, y sus ojos eran penetrantes. Aun así, no dejaba de echar ojeadas hacia atrás, de lanzar miradas cautelosas para comprobar quién había cerca. Parecía un gato casero fingiendo ser un leopardo.

—¿Sabéis quién soy? —demandó, pero en un tono de voz que no habría sido audible a diez pasos de distancia—. ¿Lo que soy?

—Pareces una Aes Sedai —contestó con precaución Faile—. Por otro lado, ocupas una posición peculiar aquí para ser una Aes Sedai.

Ni Alliandre ni Maighdin dieron la menor señal de sorpresa. Obviamente ya se habían fijado en el anillo de la Gran Serpiente que Galina toqueteaba con nerviosismo. Las mejillas de la mujer se tiñeron de rojo, y ella intentó dar a entender que se debía a la cólera.

—Mi labor aquí es de gran importancia para la Torre, pequeña —repuso fríamente. Su expresión indicaba que tenía razones que ellas ni siquiera imaginarían ni entenderían. Sus ojos seguían lanzando ojeadas penetrantes en un intento de ver a través de la densa nevada—. No puedo fracasar. Eso es lo único que necesitáis saber.

—Lo que necesitamos saber es si podemos confiar en ti —contestó sosegadamente Alliandre—. Debes de haber sido entrenada en la Torre o, de otro modo, no sabrías realizar la Curación, pero hay mujeres que se ganan el anillo sin haber alcanzado el chal, y no puedo creer que seas Aes Sedai.

Al parecer, Faile no había sido la única que le había estado dando vueltas al asunto de Galina. La boca de la mujer se apretó en un gesto duro, y su puño apretado se alzó ante Alliandre, ya fuese como una amenaza o para mostrar el sello o ambas cosas.

—¿Crees que te darán un trato distinto porque llevas una corona? —Ahora no cabía duda de que su cólera no era fingida. La mujer se olvidó de vigilar si había alguien que pudiese escucharla, y el tono de su voz era agrio. La fuerza con que soltó su diatriba hizo que las palabras salieran acompañadas por gotitas de saliva—. Servirás el vino a Sevanna y restregarás su espalda en el baño igual que las demás. Todos sus sirvientes son nobles, o mercaderes ricos, u hombres o mujeres que saben cómo servir a la nobleza. A diario hace que azoten a cinco para que sirva de escarmiento a los demás y les sirva de estímulo en su trabajo, para que así todos vayan a contarle lo que han oído con la esperanza de ganarse su favor. La primera vez que intentéis escapar, os darán varazos en las plantas de los pies de manera que no podáis caminar, y os subirán a un carro, atadas y dobladas como los rompecabezas de los herreros, hasta que podáis hacerlo de nuevo. La segunda vez, será peor. Y la tercera, mucho peor. Hay un tipo aquí que antes era un Capa Blanca. Intentó escapar nueve veces. Un hombre duro, pero la última vez que lo trajeron de vuelta empezó a suplicar y a llorar antes incluso de que empezaran a despojarlo de las ropas para castigarlo.