Выбрать главу

Birgitte era muy consciente de la maraña que era su propia mente. Justo en ese instante su expresión era impertérrita, pero por dentro rebosaba rabia y vergüenza, y la primera se imponía más y más por momentos. Con un atisbo de irritación, Elayne abrió la boca para continuar con el asunto de la guerra civil mencionada por Dyelin, antes de que empezara a reflejarse en ella la ira de Birgitte.

Sin embargo, antes de que hubiese pronunciado una palabra, las altas puertas rojas se abrieron. Su esperanza de que fuesen Nynaeve o Vandene se borró de un plumazo con la entrada de dos mujeres de los Marinos, descalzas a pesar del tiempo desapacible.

Una oleada de perfume almizcleño las precedía, y por sí mismas constituían un espectáculo de brillante seda brocada, dagas enjoyadas y collares de oro y marfil. Y otro tipo de alhajas. El liso y negro cabello, con aladares blancos, casi ocultaba los diez aros pequeños y gruesos que adornaban las orejas de Renaile din Calon, pero la arrogancia en sus oscuros ojos era tan evidente como la dorada cadena con medallones que unía una de las orejas con el anillo de la nariz. Su semblante mostraba un gesto inflexible y, a despecho del grácil contoneo en sus andares, la mujer parecía dispuesta a caminar a través de una pared. Casi un palmo más baja que su compañera y de tez más oscura que el carbón, Zaida din Parede lucía sobre su mejilla izquierda un cincuenta por ciento más de medallones dorados que Renaile, y su actitud no denotaba arrogancia sino autoridad, una certeza absoluta de que se la obedecería. Las canas salpicaban su negro cabello ensortijado, pero aun así era deslumbrante, una de esas mujeres que se volvían más bellas con la edad.

Dyelin se encogió al verlas e hizo intención de llevarse la mano a la nariz instintivamente, si bien reprimió el gesto. Era una reacción muy habitual en la gente que no estaba acostumbrada a los Atha’an Miere. Elayne torció el gesto, y no precisamente por los anillos de la nariz. Hasta se planteó el pronunciar otra maldición aún más… cáustica. A excepción de los Renegados, no sabía de ninguna otra persona a la que tuviera menos deseos de ver en ese momento que a esas dos mujeres. ¡Se suponía que Reene debía procurar que aquello no ocurriera!

—Disculpadme —dijo mientras se levantaba despacio—, pero estoy muy ocupada ahora. Asuntos de estado, ya sabéis, o de otro modo os recibiría como vuestro rango merece.

Los Marinos eran muy estrictos en la ceremonia y las normas, al menos en cuanto a su propio sistema. Seguramente habían conseguido pasar a la señora Harfor limitándose a no decirle que querían ver a Elayne, pero era más que probable que se dieran por ofendidas si las recibía sentada antes de que la corona fuera de ella. Y, así la Luz las cegara a las dos, ella no podía permitirse el lujo de ofenderlas. Birgitte apareció a su lado e hizo una reverencia formal antes de cogerle la copa. Siempre se mostraba cautelosa en presencia de las mujeres de los Marinos; también había hablado más de la cuenta delante de ellas.

—Os veré más tarde, en el transcurso del día —acabó Elayne, que añadió—. Si la Luz quiere.

También eran fanáticos del intercambio de frases solemnes, y ésa demostraba cortesía y dejaba abierta una salida. Renaile no se paró hasta encontrarse delante de Elayne, y demasiado cerca. Su mano tatuada gesticuló bruscamente dándole permiso para sentarse. ¡Permiso!

—Has estado evitándome. —Su voz era profunda para una mujer, y sonaba tan fría como la nieve que caía sobre el tejado—. Recuerda que soy la Detectora de Vientos de Nesta din Reas Dos Lunas, Señora de los Barcos de los Atha’an Miere. Todavía tienes que cumplir el resto del acuerdo que hiciste en nombre de tu Torre Blanca.

Las mujeres de los Marinos estaban enteradas de la división de la Torre —a estas alturas, lo sabía hasta el último mono—, pero Elayne no había considerado oportuno incrementar sus problemas haciendo público de qué lado estaba. Todavía no.

—¡Hablarás conmigo, ahora! —terminó Renaile con un timbre imperioso, y al diablo con la ceremonia y las normas.

—Creo que es a mí a quien ha estado evitando, no a ti, Detectora de Vientos. —En contraste con Renaile, Zaida hablaba como si sólo estuviesen manteniendo una charla. En lugar de cruzar la sala a grandes zancadas, deambuló sin prisa por la estancia, deteniéndose para tocar un jarrón alto de fina porcelana verde, y luego poniéndose de puntillas para atisbar a través de un caleidoscopio de cuatro tubos que había encima de un pedestal. Cuando miró hacia Elayne y Renaile, un brillo divertido surgió en sus negros ojos—. Al fin y al cabo, el acuerdo fue con Nesta din Reas, en representación de los barcos. —Además de Señora de las Olas del clan Catelar, Zaida era embajadora de la Señora de los Barcos. Ante Rand, no ante Andor, pero su acreditación la autorizaba a hablar y a alcanzar compromisos en nombre de la propia Nesta. Cambiando de un tubo cincelado en oro a otro, siguió de puntillas para atisbar de nuevo por el ocular—. Prometiste a los Atha’an Miere veinte maestras, Elayne. Hasta ahora, nos has facilitado sólo una.

Su entrada había sido tan repentina, tan histriónica, que Elayne se sorprendió al ver a Merilille volverse hacia la sala después de cerrar las puertas. Más baja aún que Zaida, la hermana Gris lucía un elegante vestido de paño azul oscuro, ribeteado con piel gris y el corpiño adornado con pequeñas piedras de la luna; sin embargo, poco más de dos semanas de impartir sus enseñanzas a las Detectoras de Vientos habían originado cambios. La mayoría de éstas eran mujeres poderosas, sedientas de conocimientos, más que dispuestas a exprimir a Merilille como un racimo de uvas en el lagar, exigiendo hasta la última gota de zumo. Antaño, Elayne había tenido a la Gris por una persona dueña de sí misma y a la que no sorprendía nada, pero ahora Merilille tenía los ojos muy abiertos constantemente, los labios siempre un tanto separados, como si acabara de llevarse una sorpresa tal que la hubiera dejado aturdida y esperase otro sobresalto en cualquier momento. Enlazó las manos sobre la cintura y esperó junto a la puerta, al parecer aliviada de no ser el centro de atención.

Emitiendo un sonido gutural y desaprobador, Dyelin se puso de pie y asestó una mirada ceñuda a Zaida y a Renaile.

—Tened cuidado con el modo en que habláis —gruñó—. Ahora estáis en Andor, no en uno de vuestros barcos, ¡y Elayne Trakand será reina de Andor! Vuestro acuerdo se cumplirá a su debido tiempo. En estos momentos tenemos asuntos más importantes de los que ocuparnos.

—Por la Luz que no hay ninguno más importante —replicó a su vez Renaile mientras se volvía hacia ella—. ¿Decís que el acuerdo se cumplirá? Así que salís como garante. Bien, pues sabed que también habrá sitio para colgaros por los tobillos en los aparejos si…

Zaida chasqueó los dedos. Eso fue todo, pero un temblor sacudió a Renaile, que asió una de las cajitas de perfume doradas que colgaban de uno de sus collares, se la llevó a la nariz e inhaló profundamente. Sería la Detectora de Vientos de la Señora de los Barcos, una mujer con gran autoridad y poder entre los Atha’an Miere, pero ante Zaida… no era más que una Detectora de Vientos. Lo que crispaba en exceso su orgullo. Elayne estaba convencida de que tenía que haber un modo de utilizar aquello para quitárselas de encima, pero todavía no había dado con ello. Oh, sí, para bien o para mal, ahora llevaba el Da’es Daemar metido en la sangre.

Pasó junto a Renaile, que hervía de rabia en silencio, como si pasara junto a una columna, un mueble cualquiera de la sala, pero no en dirección a Zaida. Si en la habitación había alguien que estaba en su derecho de actuar de un modo despreocupado, era ella. No podía permitirse el lujo de dar ni la más mínima ventaja a Zaida, o la Señora de la Olas tendría su cabellera para que la utilizaran los fabricantes de pelucas. Se paró delante de la chimenea y extendió las manos frente al fuego de nuevo.