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—Nesta din Reas confiaba en que cumpliríamos el acuerdo, o jamás lo habría ratificado —dijo con calma—. Habéis recuperado el Cuenco de los Vientos, pero reunir otras diecinueve hermanas para que vayan con vosotras requiere tiempo. Sé que te preocupan los barcos que estaban en Ebou Dar cuando llegaron los seanchan. Haz que Renaile abra un acceso a Tear. Allí hay cientos de naves Atha’an Miere. —Todas las noticias así lo indicaban—. Podréis enteraros de lo que saben y reuniros con los vuestros. Os necesitarán, contra los seanchan. —Y así se libraría de ellas—. Enviaremos a las otras hermanas tan pronto como sea posible.

Merilille no se movió de la puerta, pero su cara adquirió el tinte verdoso del pánico ante la posibilidad de encontrarse sola entre los Marinos.

Zaida dejó de mirar a través del caleidoscopio y observó a Elayne de soslayo. Una sonrisa asomó a sus turgentes labios.

—Tengo que quedarme aquí, al menos hasta que hable con Rand al’Thor. Si es que viene algún día. —La sonrisa se tornó tensa un instante antes de florecer de nuevo; Rand lo iba a pasar mal con ella—. Y de momento Renaile y sus compañeras seguirán conmigo. Un puñado más o menos de Detectoras de Vientos no supondrá una gran diferencia contra esos seanchan, y aquí, si la Luz quiere, pueden aprender cosas que serán útiles.

Renaile resopló con desdén, justo lo bastante alto para que se la oyese. Zaida frunció el ceño fugazmente y empezó a toquetear el visor que estaba a la altura de su cabeza.

—Hay cinco Aes Sedai aquí, en tu palacio, contándote a ti —continuó con aire pensativo—. Quizás alguna de vosotras podría unirse a las enseñanzas.

Como si la idea acabara de ocurrírsele. ¡Y, si así fuera, Elayne podría levantar a las dos Atha’an Miere con una mano!

—Oh, sí, sería maravilloso —exclamó Merilille al tiempo que adelantaba un paso. Entonces miró a Renaile y su entusiasmo se esfumó a la par que un fuerte sonrojo le coloreaba las pálidas mejillas. Enlazando de nuevo las manos, asumió un aire humilde que la envolvió como si fuese una segunda piel. Birgitte sacudió la cabeza con sorpresa. Dyelin miraba de hito en hito a la Aes Sedai como si no la conociese.

—Quizá pueda arreglarse algo, si es la voluntad de la Luz —contestó con cautela Elayne. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no frotarse las sienes. Ojalá pudiese achacar el dolor de cabeza al incesante tronar. Nynaeve se pondría hecha una furia si le sugería que enseñara a las Atha’an Miere, y Vandene ni siquiera lo tomaría en cuenta, pero Careane y Sareitha quizá se avendrían a hacerlo—. Pero sólo durante unas horas al día, comprenderéis. Cuando tengan tiempo.

Evitó mirar a Merilille. Hasta Careane y Sareitha podrían rebelarse a que las pasaran por la prensa de vino. Zaida se tocó los labios con los dedos de la mano derecha.

—Queda acordado con la Luz por testigo.

Elayne parpadeó. Eso no auguraba nada bueno; al parecer, para la Señora de las Olas acababan de hacer otro trato. Su limitada experiencia en cuanto a negociar con los Atha’an Miere era que uno tenía suerte si salía de ello sin perder hasta la ropa interior. Bien, pues esta vez las cosas iban a ser diferentes. Por ejemplo, ¿qué ganaban a cambio las hermanas? Tenía que haber un toma y daca para que hubiese un trato. Zaida sonrió como si supiese lo que Elayne estaba pensando y parecía divertida. El hecho de que se abriese una de las puertas otra vez fue casi un alivio, ya que le daba una excusa para apartarse de la mujer de los Marinos.

Reene Harfor entró en la sala con aire deferente pero sin servilismo, y su reverencia fue comedida, apropiada para la Cabeza Insigne de una casa poderosa a su reina. Claro que cualquier Cabeza Insigne que se preciara de tal sabía de sobra que debía tratar con respeto a la doncella primera. La mujer llevaba recogido el canoso cabello en un moño alto, como una corona, y lucía una gonela escarlata sobre el vestido rojo y blanco, con la cabeza del León Blanco de Andor reposando sobre el generoso seno. Reene no tenía voz ni voto respecto a quién ocuparía el trono, pero se había puesto el uniforme completo de su cargo el día que Elayne llegó, como si la reina ya estuviese en palacio. La expresión de su cara redonda se endureció momentáneamente al ver a las Atha’an Miere, que la habían evitado para colarse allí, pero ésa fue la única señal de atención que les prestó. De momento. Iban a averiguar el precio que acarreaba incurrir en la animosidad de la doncella primera.

—Mazrim Taim ha venido por fin, milady. —Reene se las arregló para que aquello sonara muy parecido a «mi reina»—. ¿Le digo que espere?

«¡Ya iba siendo hora!», rezongó Elayne para sus adentros. ¡Lo había mandado llamar hacía dos días!

—Sí, señora Harfor. Ofrecedle vino. El tercero mejor, creo. Informadle que lo recibiré tan pronto como…

Taim entró en la sala como si el palacio le perteneciese. Elayne no necesitó que le dijeran que era él. Unos dragones azules y rojos se enroscaban en torno a las mangas de la negra chaqueta, desde los puños hasta los codos, a imitación de los dragones grabados en los brazos de Rand. Aunque sospechaba que al hombre no le haría gracia esa observación. Era alto, casi tanto como Rand, con nariz aguileña y ojos oscuros como un mal presagio, un hombre de fuerte constitución que se movía con algo de la mortífera gracia de un Guardián, pero las sombras parecían seguirlo, como si la mitad de las lámparas de la sala se hubiesen apagado; no eran sombras reales, sino más bien un aire de violencia inminente que parecía lo bastante palpable para absorber la luz.

Otros dos hombres con chaquetas negras lo seguían de cerca, un tipo calvo, con barba larga y canosa y ojos azules de expresión lasciva, y un hombre más joven, delgado como una serpiente y de cabello oscuro, con la sonrisa arrogante que los jóvenes adoptan a menudo antes de que la vida les haya dado unas cuantas lecciones. Ambos lucían el alfiler de plata en forma de espada y el esmaltado en rojo, con forma de dragón, prendidos en los picos del cuello alto de la chaqueta. Ninguno de los tres llevaba espada al cinto, sin embargo; no las necesitaban. De repente la sala pareció más pequeña, como si se encontrara abarrotada.

Instintivamente, Elayne abrazó el saidar y se abrió para coligarse. Merilille entró en el círculo con facilidad; cosa sorprendente, también lo hizo Renaile. Una rápida ojeada a la Detectora de Vientos disminuyó su sorpresa. Con la cara cenicienta, Renaile asía con tanta fuerza la daga metida en el fajín que Elayne pudo sentir el dolor de sus nudillos a través del vínculo. La mujer llevaba suficiente tiempo en Caemlyn para saber muy bien lo que era un Asha’man.

Los hombres supieron que alguien había abrazado el saidar, por supuesto, aunque no pudiesen ver el brillo que rodeaba a las tres mujeres. El tipo calvo se puso en tensión, y el joven delgado apretó los puños. Las miraron con enfado. Sin duda también habían asido el saidin. Elayne empezó a lamentar haberse dejado llevar por el instinto, pero ahora no pensaba soltar la Fuente. Taim irradiaba peligro del mismo modo que un fuego irradia calor. Elayne absorbió profundamente a través de la coligación, hasta ese punto en que la abrumadora sensación de vida se tornaba punzante, una especie de molestos pinchazos de advertencia. Incluso eso resultaba… gozoso. Con tanto saidar dentro de ella podría arrasar el palacio, pero se preguntó si sería suficiente para igualar a Taim y los otros dos. Deseó con todo su ser tener uno de los tres angreal que habían encontrado en Ebou Dar, ahora guardados a buen recaudo con el resto de las cosas del alijo, hasta que tuviese tiempo para ponerse a estudiarlas de nuevo.