Taim sacudió la cabeza con desdén y un atisbo de sonrisa asomó a sus labios.
—¿Para qué tenéis los ojos? —Su voz sonaba sosegada, pero dura y burlona—. Hay dos Aes Sedai aquí. ¿Tenéis miedo de dos Aes Sedai? Además, no querréis asustar a la futura reina de Andor, ¿verdad?
Sus compañeros se relajaron visiblemente y después intentaron emular su actitud de dominio innato.
Reene no sabía nada de saidar ni de saidin; se había vuelto hacia los hombres, ceñuda, tan pronto como entraron. Ni que fuesen Asha’man ni que no, esperaba que la gente se comportase debidamente. Masculló algo entre dientes, aunque no lo bastante bajo, y se oyeron las palabras «ratas furtivas».
La doncella primera enrojeció cuando se dio cuenta de que todos los presentes la habían escuchado, y Elayne tuvo la oportunidad de ver a Reene Harfor aturullada. Lo que significaba que la mujer se puso muy erguida y anunció, con una gracia y una dignidad que habrían sido la envidia de cualquier dirigente:
—Perdonadme, milady Elayne, pero me han informado que hay ratas en los almacenes. Muy inusitado, en esta época del año, y son muchas. Si me disculpáis, he de asegurarme de que mis órdenes para los exterminadores de plagas y los cebos envenenados se están llevando a cabo.
—Quedaos —le dijo fríamente Elayne, con calma—. El asunto de esos bichos podrá solucionarse a su debido tiempo. —Dos Aes Sedai. Taim no se había dado cuenta de que Renaile podía encauzar, y había puesto énfasis en que eran dos. ¿Ser tres representaría alguna ventaja? ¿O harían falta más? Obviamente, los Asha’man conocían alguna ventaja para las mujeres en círculos de menos de trece. De modo que se presentaban ante ella sin siquiera un simple «con vuestro permiso», ¿verdad?—. Podrás acompañar fuera a estos buenos hombres cuando acabe con el asunto que tengo con ellos.
Los compañeros de Taim se pusieron ceñudos al oír que los llamaba «buenos hombres», pero el propio Mazrim se limitó a insinuar otra de aquellas sonrisillas. Era lo bastante agudo para saber que pensaba en él cuando habló de «bichos». ¡Luz! Quizá Rand había necesitado a ese hombre antaño, pero ¿por qué lo mantenía a su lado ahora, y además en una posición de tanta autoridad? Bien, su autoridad no contaba para nada allí.
Sin prisa, volvió a tomar asiento y empleó unos instantes en arreglarse los vuelos de la falda. Los hombres tendrían que rodear el sillón para situarse delante de ella como peticionarios, o en caso contrario hablarle de lado mientras ella rehusara mirarlos. Durante un momento se planteó el pasar la dirección del pequeño círculo. Sin duda los Asha’man centrarían su atención en ella. Pero Renaile seguía desencajada, dividida entre la rabia y el miedo; podría atacarlos tan pronto como tuviera la coligación en su poder. Merilille estaba algo asustada, un miedo controlado por poco y entremezclado con una intensa sensación de… erizamiento, que encajaba con sus ojos muy abiertos y sus labios separados; sólo la Luz sabía lo que podría hacer ella teniendo la coligación.
Dyelin se desplazó hasta ponerse al lado del sillón de Elayne, como para protegerla de los Asha’man. Fuera lo que fuese lo que la Cabeza Insigne de la casa Taravin sintiera por dentro, su semblante se mostraba severo, sin asomo de miedo. Las otras mujeres no habían perdido tiempo en prepararse lo mejor posible. Zaida permanecía muy quieta junto al caleidoscopio, procurando parecer diminuta e inofensiva, pero tenía las manos a la espalda y la daga había desaparecido de su fajín. Birgitte se hallaba al lado de la chimenea, con la mano izquierda reposando en la jamba, aparentemente tranquila, pero la vaina de su cuchillo se encontraba vacía; y, por el modo en que su otra mano descansaba a su costado, estaba lista para lanzar el arma en un movimiento de abajo arriba. El vínculo transmitía… concentración. La flecha encajada en la cuerda, la cuerda tensa contra la mejilla, presta para disparar.
Elayne no hizo el menor esfuerzo en inclinarse para mirar a los hombres por detrás de Dyelin.
—Primero habéis sido demasiado tardo en obedecer mi llamada, maese Taim, y después os presentáis de un modo excesivamente repentino. —Luz, ¿estaría asiendo el saidin? Había métodos de interferir en el encauzamiento de un hombre que no distaban mucho de escudarlo, pero era una habilidad difícil, arriesgada, y ella sabía poco más que la teoría.
El hombre rodeó el sillón hasta situarse delante de Elayne, a varios pasos de distancia, pero no parecía un peticionario. Mazrim Taim sabía quién era, conocía su valía, aunque obviamente la situaba más alta que el cielo. Los destellos de los relámpagos a través de las ventanas arrojaron luces extrañas sobre su rostro. Mucha gente se sentiría intimidada por él, incluso sin aquella llamativa chaqueta ni su infame nombre. Ella no. ¡No! Taim se frotó la mejilla con gesto pensativo.
—Tengo entendido que habéis quitado los estandartes del Dragón en todo Caemlyn, señora Elayne. —¡Había jocosidad en su voz profunda, si bien no en sus ojos! Dyelin siseó con rabia ante el desaire a Elayne, pero ésta hizo caso omiso—. He oído que los saldaeninos se han retirado al campamento de la Legión del Dragón, y que muy pronto los Aiel también estarán en campamentos fuera de la ciudad. ¿Qué dirá él cuando se entere? —No cabía duda alguna sobre a quién se refería—. Y después de que os ha enviado un regalo. Desde el sur. Haré que os lo traigan después.
—Estableceré una alianza entre Andor y el Dragón Renacido a su debido tiempo —repuso Elayne con frialdad—, pero Andor no es una provincia conquistada, ni por él ni por ningún otro. —Se obligó a dejar las manos relajadas sobre los brazos del sillón. Luz, persuadir a los Aiel y a los saldaeninos de que abandonaran la ciudad había sido el mayor logro hasta el momento. Y, a pesar del recrudecimiento de la criminalidad en la ciudad, había sido necesario—. En cualquier caso, maese Taim, no sois quién para pedirme cuentas. Si Rand tiene objeciones que hacer, ¡lo resolveré con él!
Taim enarcó una ceja, y aquella extraña curvatura en sus labios reapareció un poco más marcada que antes.
«Maldita sea —pensó Elayne, indignada—. ¡No debería haber utilizado el nombre de Rand!» ¡Resultaba obvio que el hombre creía saber exactamente cómo resolvería el tema de la ira del puñetero Dragón Renacido! Y lo peor era que, si podía ponerle la zancadilla para tenderlo en una cama, lo haría. No para eso, no para tratar ese asunto con él, sino porque lo deseaba. ¿Qué regalo le habría enviado?
La ira le endureció la voz. Ira por el tono de Taim. Ira porque Rand llevase tanto tiempo lejos. Ira contra sí misma, por ponerse colorada y pensar en regalos. ¡En regalos!
—Habéis levantado un muro de seis kilómetros acotando territorio de Andor. —continuó, airada. ¡Luz, era una superficie la mitad de grande que la Ciudad Interior! ¿Cuántos de esos hombres podía albergar? La mera idea hizo que se le pusiera carne de gallina—. ¿Con permiso de quién, maese Taim? No me digáis que del Dragón Renacido. Él no tiene derecho a dar permiso para nada en Andor. —Dyelin rebulló a su lado. Ningún derecho, pero suficiente fuerza podía dárselo. Elayne mantuvo la atención en Taim—. Habéis negado a la Guardia Real la entrada a vuestro… recinto. —Tampoco lo habían intentado antes de que ella llegase—. La ley de Andor es vigente en todo el país, maese Taim. La justicia será la misma para nobles o granjeros… o Asha’man. No diré que forzaré la entrada allí. —Él empezó a sonreír de nuevo, o casi—. No me rebajaría a eso. Pero, a menos que se le permita entrar a la Guardia Real, os prometo que tampoco pasará ni una sola patata a través de vuestras puertas. Sé que podéis Viajar. Pues bien, que vuestros Asha’man empleen los días Viajando para comprar vituallas.