En la pantalla de Ava apareció una mano, esbozando un gesto de pesar. La respuesta era negativa: el texto estaba demasiado degradado para realizar una conversión de imagen continua. Lo más que podía hacer era facilitarle una interpretación verbal.
Antar dio un respingo: detestaba cómo leía Ava, con su voz monótona, sin inflexión. Pero no se encontraba en situación de hacerlo él mismo en el estado en que se hallaba.
Cogió los cascos y se los ajustó.
20
Eran las once pasadas cuando Urmila llegó a casa. El piso estaba a oscuras y todo el mundo estaba acostado.
Entró, tan silenciosa como pudo, y se quedó junto a la puerta mientras se habituaba a la oscuridad. Su hermano menor roncaba en el cuarto de estar. Por la tarde había jugado un partido de fútbol de segunda división: uno de los columnistas deportivos se había acercado a la sección de informativos para decirle que su hermano casi había marcado un gol. Entró de puntillas en el cuarto de estar y le vio tumbado en el sofá, con la luz encendida. Estaba desnudo, sólo con los calzones azules de su equipo, con un pie en el suelo y un brazo colgando por el respaldo del sofá. Descansaba la cabeza en el brazo del sofá y tenía la boca abierta; de la lengua le colgaba un hilillo de saliva.
En la cocina la esperaba una bandeja con comida, tapada con una mosquitera que pareció disolverse cuando ella encendió la luz: un enjambre de cucarachas desapareció por grietas y rincones.
-¿Es que no se va a poder dormir aquí? -gritó su hermano mayor desde la alcoba que compartía con su mujer y sus tres hijos-. ¿Quién ha encendido la luz a estas horas de la noche?
Urmila se precipitó hacia el interruptor, casi dejando caer la bandeja. Durante el día su hermano trabajaba de agente comercial en una empresa financiera. Por la tarde ganaba un poco de dinero extra dando clases particulares a colegiales. Por la noche siempre estaba agotado.
Urmila salió de la cocina a tientas, procurando mantener la bandeja en equilibrio. Se dirigió al baño, pasó despacio delante del catre de tijera donde dormía y entornó la puerta antes de encender la luz. Sentándose al borde de la cama, empezó a picotear de un plato de dal y chapati fríos.
Oyó un crujido y pisadas en el pasillo, alzó la cabeza y vio a su madre, que se detuvo frente al catre con su sari blanco de dormir.
-¿Cuándo has venido? -le preguntó su madre con voz soñolienta-. Te he estado esperando y esperando…
-¿Por qué? -quiso saber Urmila-. No deberías estar levantada tan tarde; recuerda lo que te dijo el homeópata.
Haciendo un gesto para que bajara la voz, su madre se sentó a su lado y le puso una mano en la rodilla.
-Tenía que decírtelo esta noche, Urmi -musitó-. Hay buenas noticias, buenas de verdad, sabía que te ibas a poner muy contenta.
-¿Cuáles?
-Eso es lo que quería contarte: a las ocho nos han llamado de la Secretaría del Wicket Club. A propósito de tu hermano Dinu. He contestado yo, y déjame decirte que lo primero que he dicho ha sido: Ah, ojalá que estuviera aquí mi hija, se habría puesto tan contenta…
El secretario del Wicket Club había llamado, le contó su madre, para comunicarles que uno de los miembros de la junta directiva iba a hacerles una visita en persona, al día siguiente, para hablar del futuro de Dinu.
-¿Sabes lo que significa eso, Urmi? -dijo su madre, resplandeciente de gozo por la buena suerte que de pronto tenía su hijo.
-¿Qué? -preguntó Urmila.
-Que quieren hacerle a tu hermano un contrato para primera división. Todo el mundo lo dice; si envían a un miembro de la junta directiva, significa que van a contratarle para primera división, seguro.
-¿Estás segura? -preguntó Urmila-. Hemos oído muchas veces esa historia de la primera división, pero siempre sin resultado.
-Pero esta vez es distinto -exclamó su madre, pasándole el brazo por los hombros y atrayéndola hacia ella-. Figúrate, Urmi; un contrato para primera división: dinero, un piso, quizá. Al fin podrás dejar ese estúpido trabajo y quedarte en casa. Podremos pagarlo todo. A lo mejor hasta logramos casarte antes de que sea demasiado tarde. Podemos poner un anuncio en los periódicos…
-Vale, mamá -protestó cansadamente Urmila, sabiendo exactamente lo que iba a seguir: que se le pasaba el tiempo; el pelo empezaba a escasearle; parecía mayor de lo que era; los vecinos murmuraban de lo tarde que llegaba a casa…
Urmila la interrumpió rápidamente, antes de que soltara toda la retahila.
-Antes de que empecéis a planear mi boda, esperemos a ver si tenemos el contrato firmado.
Su madre no dejó de notar el tono de escepticismo en su voz.
-Creí que te alegrarías, Urmi -le dijo, con la voz quebrada de emoción-. Pensaba que te pondrías contenta al conocer la noticia. Pero en cambio lo único que haces es poner mala cara. Ya no te importamos nada; sólo piensas en ese horrible trabajo tuyo.
-Si no tuviera ese trabajo, mamá -replicó Urmila en tono de hastío-, ¿cómo nos las arreglaríamos? ¿Para qué nos llegaría la pensión de baba? ¿Cómo daríamos de comer a los niños? ¿Me lo puedes explicar?
Su madre no le prestó atención; se estaba enjugando los ojos.
-Eso es en lo único que piensas -insistió-. Dinero, dinero, dinero. En tu corazón no hay sitio para nuestras penas y alegrías. Tendrías que haber visto lo contento que se ha puesto tu hermano cuando le he dicho que habían llamado del club: tú has sido la primera en quien ha pensado. Ha dicho: Didi tiene que hacer pescado mañana, ilish mach o algo especial, para que invitemos a comer al representante del club.
Urmila le lanzó una mirada de incredulidad.
-Mañana por la mañana no puedo hacer pescado, mamá -advirtió-. A las nueve tengo que asistir a una conferencia de prensa, el ministro de Comunicaciones viene de Delhi en uno de los primeros vuelos. Tengo que salir de casa a las ocho y cuarto a más tardar; si no, no llegaré a tiempo a Dalhousie. Ya sabes cómo está el tráfico.