-¿Qué acabo de decirle? -replicó el artesano, alzando la voz-. ¿Es que no le dicho ya que «no»? ¿Cuántas veces tengo que repetírselo?
Unos cuantos jóvenes se habían congregado a su alrededor. Urmila les mostró el dibujo, pero el anciano la interrumpió bruscamente.
-¿Qué pueden decirle ellos? -dijo-. No son más que unos crios.
Los condujo bruscamente a la salida, sin dejar de murmurar. Una vez en la puerta, les echó sin contemplaciones.
-Venga, márchense, aquí no tienen nada que hacer.
Los vio marchar y luego desapareció en el interior del taller.
-Bueno -dijo Murugan, quitándose el polvo de las manos-. Me parece que eso es lo único que vamos a sacar de él.
Urmila ya estaba alejándose cuando Murugan hizo que se detuviese bruscamente.
-¡Mira! -exclamó, con un súbito jadeo-. ¡Allí!
Con el dedo señalaba a una niña de seis o siete años que estaba sentada en la acera jugando con una muñeca.
-¿El qué? -preguntó Urmila
-Mira lo que está poniendo en las manos de la muñeca -le musitó Murugan al oído.
Y ahora, mirando con atención, Urmila observó que la niña intentaba meter un diminuto objeto semicircular en la rígida mano de la ciega muñeca de plástico.
-¿Qué es? No lo sé.
-¿No lo ves? Es un pequeño microscopio, como el que yo vi -dijo Muruga, dándole un codazo y añadiendo-: Ve a hablar con ella, pregúntale de dónde lo ha sacado.
Urmila echó a andar y, al ver su sombra, la niña alzó la cabeza abriendo mucho los ojos con expresión de cautela. Urmila la tranquilizó con una sonrisa y se arrodilló despacio junto a ella.
-Vaya, qué bonito -comentó con voz suave en un bengalí infantil, señalando el pequeño microscopio, ya firmemente alojado en las manos de la muñeca.
-Es mío -dijo la niña en tono defensivo, cerrando el puño sobre la mano de la muñeca.
-Sí, claro que es tuyo -dijo Urmila-. Te lo ha regalado tu padre, ¿verdad?
La niña asintió, moviendo la cabeza despacio de arriba abajo.
-Mi padre está ahí dentro -dijo, dirigiendo la mirada hacia el taller-. Ha hecho muchos.
-¿Ah, sí? -dijo Urmila, asintiendo para animarla.
-Los ha hecho para la gran puja de esta noche -explicó la niña.
-¿De veras? -sonrió Urmila-. No sabía que hubiera una puja esta noche.
-Pues la hay -aseguró la niña, moviendo vigorosamente la cabeza-. Hoy es el último día de la puja de Mangala-bibi. Baba dice que esta noche Mangala-bibi va a entrar en otro cuerpo.
-¿En el de quién?
-Pues en el que ella ha escogido, naturalmente. Nadie sabe de quién.
-Pregúntale sobre Lutchman -susurró Murugan al oído de Urmila.
Pero antes de que Urmila pudiera decir una palabra más, un hombre salió repentinamente del taller. Cogiendo en brazos a la niña, se la llevó dentro. Luego volvió a aparecer el anciano del dhoti, blandiendo un palo.
-¿Por qué siguen aquí? -gritó a Urmila-. ¿Por qué hablaban con la niña? ¿Es que la quieren secuestrar? Ahora mismo llamo a la policía.
-No se moleste -replicó Urmila, poniéndose en pie-. Ya nos vamos.
Le dio unos golpecitos en el brazo a Murugan y echó a andar a paso vivo por el callejón.
36
El sueño se iba apoderando de Antar cuando Ava empezó a emitir llamadas urgentes. No eran muy fuertes y, antes de oírlas, Antar las sintió en el vientre, vibrando a través del suelo.
Antar se dirigió con cautela al cuarto de estar y distinguió el dibujo de un paquete en las profundidades de la ventana donde Ava despachaba el correo. Era una carpeta del terminal particular del vicesecretario general de Recursos Humanos del Consejo. Empezaba agradeciéndole el tiempo y el esfuerzo que ya había dedicado al asunto L. Murugan. A continuación, en un lenguaje cortés pero tajante, le informaba de que como ya era «conocedor de los detalles», se había decidido que iniciara una nueva investigación en la materia. Se le autorizaba así para establecer línea directa con el representante del Consejo en Calcuta, a fin de llevar a cabo las consultas necesarias (seguía una larga serie de códigos y habilitaciones de seguridad).
Antar pasó unos minutos preparando una serie de órdenes para conectar a Ava con Calcuta. Cuando terminó, fue a la cocina y se echó agua en la cara.
El apartamento de Tara seguía a oscuras, salvo por la luz en el cuarto de estar que ella siempre dejaba encendida, día y noche. Se estaba secando la cara cuando algo que surgió por el patio empezó a golpetear furiosamente en la ventana. Antar retrocedió, llevándose los brazos a la cara: era una paloma que aleteaba contra el cristal. Por un instante, fijó en él sus ojillos redondos y brillantes y luego se marchó.
Antar llenó un vaso de agua y se lo llevó al cuarto de estar. Luego inició el proceso de transmisión de las órdenes.
La serie tardó exactamente 5,65 segundos en llegar al terminal particular del director de la oficina de Calcuta del Consejo. Chocó contra una barrera y empezó a agitarse de un lado para otro, como un pez en una esclusa, enviando frenéticas señales a su lugar de origen: no había nadie en la oficina y la única persona conectada era el propio director. Y el director se encontraba en su domicilio, con los controles de intimidad activados en su sistema de seguridad. Ava sería incapaz de entrar a no ser con un Mando de Prioridad Absoluta.
Antar miró el código en la lista de habilitaciones de seguridad y tecleó el mando. Ava tardó sólo un instante en abrirse paso y, al poco, una proyección holográfica de tamaño medio del director apareció en el cuarto de estar de Antar. Era un peruano alto y barrigudo y estaba dándose una ducha. Tenía los ojos cerrados y canturreaba en voz baja mientras se restregaba los cojones.