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-Vale, te contaré cómo empezó la cosa -dijo Murugan, de mala gana-. Por la carta de Farley, tuve la impresión de que en realidad Mangala estaba utilizando el microbio de la malaria como tratamiento para otra enfermedad.

-¿Qué enfermedad?

-Sífilis. O, para ser más precisos, paresia sifilítica: el último estadio paralítico de la sífilis. Por el relato de Farley, parece que había una red clandestina de gente convencida de que ella poseía un remedio. No olvides que hablamos de finales del siglo xix, mucho antes del descubrimiento de la penicilina. La sífilis no tenía tratamiento y era incurable: cada año morían millones de personas en todo el mundo. Los que iban a ver a Mangala quizá la considerasen una maga, una diosa o lo que fuese, no importa; los tratamientos médicos convencionales tampoco iban más allá de un abracadabra. Quedémonos con el viejo refrán de que cuando el río suena, agua lleva. Si una multitud creía que Mangala tenía un remedio, o un tratamiento de mediana eficacia, debía ser porque lograba cierta cantidad de curas. La gente no está loca: si venían de muy lejos para verla, debían pensar que les ofrecía alguna esperanza.

-¿Y cuál crees que era ese tratamiento? -preguntó Urmila.

-No son más que meras conjeturas, ¿de acuerdo? Pero si me apretaras las clavijas, diría que habría topado con alguna variante de un proceso que en 1927 le valió el Nobel a un individuo llamado Julius von Wagner-Jauregg. ¿No adivinas cuál era el tratamiento?

Urmila alzó la vista del plato.

-Sabes perfectamente que no tengo ni idea. ¿Cuál era?

Con la punta del dedo, Murugan picó la redondeada y crujiente superficie de su parotha de dhakai, arrancándole una voluta de humo.

-De acuerdo, te lo diré -dijo-. Lo que Wagner-Jauregg demostró era que la malaria inducida artificialmente muchas veces curaba, o al menos mitigaba, la paresia sifilítica. Lo que hacía era inyectar efectivamente sangre palúdica en el paciente haciendo una pequeña incisión. Era un proceso bastante tosco, pero lo raro era que daba resultado. En realidad, hasta que se inventaron los antibióticos el proceso Wagner-Jauregg era un tratamiento bastante normaclass="underline" todos los hospitales importantes de enfermedades venéreas tenían su pequeña sala de incubación donde crecía un enjambre de anofeles. ¡Imagínate: los hospitales cultivando enfermedades! Pero, por otro lado, ¿que cosa más natural que combatir el fuego con el fuego? Podría decirse que es el mismo principio de las vacunas, pero lo que realmente hacen éstas es preparar al sistema inmunológico contra ellas mismas. Es el único caso conocido en que la medicina se sirve de una enfermedad para combatir otra.

»Hasta la fecha, nadie sabe cómo actuaba el tratamiento Wagner-Jauregg. No es que a nadie le quitara el sueño. Fue un escándalo científico y la medicina casi se sintió aliviada de volverle la espalda una vez que aparecieron los antibióticos. Al viejo Julius tampoco le importaba mucho cómo actuaba. Recuerda que no era biólogo: era médico clínico y psicólogo. Creía que el proceso actuaba subiendo la temperatura corporal del paciente. Al parecer no le preocupaba el hecho de que ninguna otra clase de fiebre tuviese el mismo efecto.

»Pero es bastante posible que la malaria influyera en la paresia por un camino diferente: el cerebro, por ejemplo. Uno de los efectos de la sífilis es que obstaculiza el flujo sanguíneo cerebral. La malaria también afecta al cerebro de diversas maneras. Por eso es por lo que la malaria falciparum también se llama malaria cerebral. Pero otras clases de malaria también tienen extraños efectos neuronales. Mucha gente que ha tenido malaria lo sabe: puede ser más alucinógena que cualquier droga que altere el estado de conciencia. Por eso los pueblos primitivos a veces consideraban el paludismo como una especie de posesión demoníaca.

»Y aparece Mangala: ella también ha dado con ese tratamiento, casi por la misma época que Herr Doktor. Pero Mangala le añadió una pequeña particularidad. Por lo que conocemos de su técnica, parece que trabajaba con una extraña variedad de malaria; es decir, mediante algún tosco método de cruces entre especies había creado una variedad que incluso podía cultivarse en palomas. Mi idea es que descubrió algún medio para traspasar el bacilo, de manera que la paloma pudiese utilizarse como un tubo de ensayo o como caldo de cultivo.

»Y ahora viene lo verdaderamente absurdo. Pero me arriesgaré a decir que, en mi opinión, sucedió que en algún momento del proceso Mangala empezó a notar que su tratamiento producía extraños efectos secundarios: unas raras alteraciones de la personalidad. Salvo que no eran alteraciones sino transferencias. Empezó a atar cabos y descubrió que lo que se traía realmente entre manos era el trasvase de un conjunto aleatorio de rasgos de la personalidad del donante al receptor de la malaria; a través de la paloma, naturalmente. Y una vez que lo comprendió, se fue dedicando cada vez más a aislar ese aspecto del tratamiento, con objeto de controlar la forma de actuar de tales transferencias.

-No estoy segura de entender -le interrumpió Urmila-. ¿Qué intentas decir exactamente?

-¿Qué quiero decir? Pues estoy diciendo lo siguiente: creo que Mangala topó con algo que ni ella ni Ronnie Ross ni ningún científico de la época podía haber definido. Como hipótesis, digamos que es un cromosoma: aunque el caso es que si se trata verdaderamente de un cromosoma sólo lo es por extensión, por así decir, por analogía. Porque hablamos de algo que es al típico conjunto mendeliano de veintitrés cromosomas lo que Ganesh es al panteón de los dioses; es decir, diferente, atípico, único, lo que constituye exactamente la razón por la cual elude las técnicas corrientes de investigación. Y por eso lo denomino así: el cromosoma Calcuta.

»Una de las razones por las cuales el cromosoma Calcuta no puede hallarse mediante métodos ordinarios es porque, a diferencia de los cromosomas normales, no está presente en todas las células. O si lo está, tiene una codificación tan sólida que no puede aislarse con nuestras técnicas actuales. Y la razón de que no esté presente en todas las células es que, a diferencia de los demás cromosomas, no está emparejado simétricamente. Y ello obedece a que no se divide en óvulos y esperma. ¿Y sabes por qué? Te lo diré: porque se trata de un cromosoma que no se transmite de generación en generación por reproducción sexual. Se crea mediante un proceso de recombinación y es propio de cada individuo. Por eso sólo se encuentra en determinadas clases de células: sencillamente, no aparece en el tejido regenerativo. Sólo existe en el tejido no regenerativo; es decir, en el cerebro.