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El hombre se desprendió de los dedos de Murugan con un resoplido de fastidio.

-A propósito, no hace falta que alce la voz -le advirtió.

-Lo siento -dijo Murugan-. Sólo quería llamar su atención antes de que se despistara otra vez. Como iba diciendo: ¿dónde está todo: mis cosas, sus cosas?

Tras los destellos de las gafas, el hombre lo miró con expresión perpleja.

-¿Es que no lo sabe? Lo ha vendido todo. Al New Russell Exchange. Por eso he venido: yo soy el encargado de recogidas y tasaciones.

-Pero si esta mañana estaba todo aquí -gritó Murugan, sin aliento-. Anoche dormí en esta casa, ¿sabe usted? Cuando he salido esta mañana no faltaba nada. No puede haberlo vendido todo hoy.

-Por supuesto que no -repuso el encargado, con una sonrisa de conmiseración-. ¡Una venta así no se arregla en un día! Sólo las formalidades legales…, hay que considerar el registro de venta, y las declaraciones juradas y el derecho de timbre. -Agitó el sujetapapeles en dirección a Murugan y, señalando con el lápiz, añadió-: Mire, ahí lo tiene. Éste es el contrato.

Mirando por encima de su hombro, Murugan y Urmila vieron una copia en papel carbón de un largo documento mecanografiado. El encabezamiento decía: New Russell Exchange, Subastas y Tasaciones. El margen de cada página estaba cubierto con un revoltijo de sellos legales, iniciales y firmas.

El encargado murmuraba al pasar las páginas del documento. Finalmente se detuvo y, con aire de triunfo, exclamó:

-Ahí está. ¿Lo ve? El contrato se firmó y selló hace exactamente un año, día por día. La señora Aratounian vendió todo lo que había en el piso, tal como estuviera, a condición de que la recogida se hiciese exactamente un año después.

Volvió a hojear el documento, dando golpecitos en las páginas con la goma del extremo del lápiz.

-Todo está justificado en la lista -afirmó-. Esta mañana, la señora Aratounian me ha indicado personalmente la situación de cada cosa que figura en la lista. Todo quedó registrado aquí en el momento de la tasación, poco antes de la venta del piso.

Urmila emitió un grito de incredulidad.

-¿La venta del piso?

-Sí -confirmó el encargado-. Hoy mismo tomarán posesión los nuevos propietarios.

Murugan lo miró fijamente, perplejo.

-Pero… mis cosas no pueden estar en esa lista: yo ni siquiera estaba presente.

El encargado le dirigió una mirada inquisitiva.

-¿Pretende usted introducir una reclamación con respecto a determinados artículos? Debo informarle de que, con arreglo a este contrato, legalmente tenemos todo el derecho a retirar todo lo que se encuentre en estos locales.

-No pretendo reclamar nada -insistió Murugan-. Sólo quiero saber qué ha pasado con mis cosas.

-¿Cuáles eran? ¿Puede describírmelas?

Murugan asintió con la cabeza.

-Una maleta, un ordenador portátil…, esa clase de cosas.

El encargado recorrió la lista con el lápiz, murmurando para sí.

-¡Aquí! -exclamó, señalando a una línea-. Maleta, de cuero, más diversos artículos de viaje y equipo electrónico importado.

Murugan guardó silencio, mirando fijamente al sujetapapeles y sacudiendo la cabeza sin comprender.

-Pero esto es demencial -exclamó-. Mire usted, hace un año ni siquiera se me había pasado por la imaginación que hoy iba a estar aquí.

El encargado tendió a Murugan el sujetapapeles y, apartándose de él, se dirigió a Sonali. Se sacó un papel del bolsillo del pantalón y, entregándoselo, le pidió:

-Se lo ruego, señora, si pudiera darme su autógrafo, por favor…, sólo para enseñarlo en el Círculo…

Sonali cogió el papel y el lapicero que le tendía el encargado. Garabateó su nombre y se lo dio. Él lo recogió ahuecando las manos, con aire reverente.

-No sabe lo que esto significa para mí -jadeó-. Dos personajes famosos en un solo día… es más de lo que nunca podía haber imaginado.

Murugan volvió a entrar en escena, interponiéndose entre ambos.

-Tengo que hacerle otra pregunta -dijo al encargado-. ¿Ha dejado algún papel la señora Aratounian? ¿Fotocopias, viejos recortes de periódicos, cualquier cosa?

El encargado ladeó la cabeza, observando a Murugan con expresión confusa.

-Es curioso que me lo pregunte. Normalmente, cuando vaciamos un piso suele haber un montón de papeles desechados por todas partes. Pero aquí no había nada. Ni periódicos, ni libros viejos ni nada. He mirado porque quería envolver esto en un trozo de papel. -Abriendo el puño, les mostró los últimos cacahuetes que le quedaban-. Pero no he encontrado uno solo en toda la casa. Y por eso para el autógrafo de Madame he tenido que utilizar otra vez el papel que la señora Aratounian me ha dado antes de marcharse.

-¿Qué papel? -inquirió Murugan.

El encargado abrió las manos despacio para mostrar el trozo de papel en el que Sonali acababa de escribir su autógrafo.

-¿Cuándo le ha dado eso la señora Aratounian? ¿Y por qué? -le preguntó Murugan.

-Ha dicho que si venía alguien, le dijese…

-¿Le dijese qué?

El encargado miró el papelito guiñando los ojos.

-Que iba a coger un tren a las ocho y media. En Sealdah, para Renupur.

-¡Cómo! -exclamó Murugan-. Rápido, ¿qué hora es?

Cogiendo al encargado de la muñeca, Urmila le miró el reloj.

-Las siete cuarenta y cinco -anunció-. Podemos llegar a tiempo si encontramos un taxi ahora mismo.

Soltó la mano del encargado y añadió:

-¿Por qué no nos lo ha dicho antes?

-Pues no sé -contestó tímidamente el encargado-. Creía que se refería a otra persona.