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-¿A quién? -preguntó Murugan.

-A Phulboni -dijo el encargado.

-¡Phulboni! -exclamó Sonali.

-Sí, el mismo -corroboró el encargado-. El gran escritor; ha estado aquí hace poco. Ha dicho que alguien había ido a su casa anoche, muy tarde, y le dejó una nota donde le decía que pasara por aquí. Mire…

Dio la vuelta al papel y señaló otro autógrafo garabateado.

Murugan se dirigió a la puerta.

-Venga. Vámonos -dijo a Urmila.

Urmila y Sonali le siguieron corriendo, dejando al encargado momentáneamente perplejo. Iban por la mitad de la escalera cuando, agarrado a la barandilla, gritó:

-Madame…, mi invitación…

No recibió respuesta.

Al llegar al vestíbulo, Urmila se detuvo un momento a tomar aliento.

-¿Por qué vienes con nosotros, Sonali-di? -dijo-. No es necesario que vengas.

Sonali soltó una carcajada.

-Claro que voy con vosotros -afirmó.

-Pero ¿por qué? -quiso saber Urmila-. No sabes nada de este asunto.

-Hay algo que vosotros tampoco sabéis -le advirtió Sonali.

-¿Qué?

-Que Phulboni es mi padre -informó Sonali-. Con Phulboni y Romen desaparecidos, ¿para qué me voy a quedar?

Un grito de asombro resonó por la escalera.

-¡Ay Dios mío! -jadeó la voz del encargado-. ¿Que Phulboni es su padre, Madame? ¡Ay Dios! ¿Qué dirán en el Círculo Cinematográfico?

Oyeron resonar sus pasos escaleras abajo y salieron corriendo a la calle.

Murugan ya había parado un taxi.

-Rápido -dijo al taxista-. A Sealdah; jaldi, lo más rápido que pueda.

44

Cuado el taxi dobló con un bandazo la esquina de la calle Park, Murugan cogió la mano de Urmila y la apretó entre las suyas.

-Quiero que me prometas una cosa, Calcuta.

-¿Qué? -preguntó Urmila-. ¿De qué hablas?

Murugan le dio un apremiante tirón de la mano.

-Prométemelo, Calcuta -repitió Murugan-. Prométeme que me llevarás si yo no llego.

Urmila puso los ojos en blanco.

-¿Llegar adónde? -preguntó.

-A donde sea.

Ella soltó una fuerte carcajada, echando la cabeza atrás.

-No sé de qué me estás hablando.

-Pero prométemelo de todas formas -insistió Murugan-. Prométeme que me llevarás aunque ellos quieran que me dejes.

-¿Por qué no querrían llevarte? Eres el único que sabe lo que ha pasado, lo que está pasando. Tú mismo has dicho que se han tomado muchas molestias para ayudarte a establecer conexiones.

-Ése es el problema precisamente. Mi papel en esto era atar ciertos cabos para que ellos pudieran tener todo el paquete bien envuelto y entregárselo en un futuro al elegido.

-¿Y cómo sabes que no eres tú la persona a quien estaban esperando?

-No puedo ser yo -afirmó Murugan en tono terminante-. Mira, para ellos la única forma de escapar a la tiranía del conocimiento es volverlo del revés. Pero para que eso dé resultado tienen que crear un momento único y perfecto de descubrimiento, cuando la persona que descubre es también el objeto del descubrimiento. Lo que pasa conmigo es que sé demasiado y a la vez muy poco.

-Entonces, ¿quién es? -quiso saber Urmila.

-Ojalá pudiera decírtelo. Pero no puedo. En realidad, soy yo quien debería hacerte esa pregunta.

-¿Qué quieres decir?

-¿No lo adivinas todavía? -le preguntó Murugan, esbozando una melancólica sonrisa.

-No. No sé de qué me estás hablando.

Murugan la miró a los ojos.

-Tú eres la que ella ha escogido.

Urmila jadeó.

-¿Para qué?

-Para ser ella.

De pronto, sorprendiendo a Urmila, Murugan se hincó de rodillas, encogiéndose entre el espacio de los asientos. Inclinándose, le tocó los pies con la frente.

-No me olvides -suplicó-. Si está en tus manos cambiar la historia, escribe un papel para mí. No me dejes. Por favor.

Urmila se echó a reír. Le puso la mano en la cabeza y rodeó a Sonali con el brazo.

-No os preocupéis. Os llevaré a los dos conmigo, dondequiera que vaya -les prometió.

Entonces divisó al taxista que, estirando el cuello sobre el respaldo de su asiento, sonreía con expresión lujuriosa.

-Y tú no apartes los ojos del camino -le ordenó-. Esto no tiene nada que ver contigo.

45

-Supongo que no te acuerdas de mí, ¿eh? -dijo la Cabeza a Antar-. Tu viejo amigo del restaurante tailandés.

-¡Murugan! -exclamó Antar.

-Tú lo has dicho. El mismo.

-¿Eres tú de verdad?

-Pues claro que sí. He esperado mucho tiempo para ponerme en contacto contigo. Imaginé que no habría medio más rápido que aquel viejo carné de identidad.

-Pero hace años que te están buscando -protestó Antar-. ¿Dónde has estado?

-Ya te lo he preguntado antes, y volveré a preguntártelo ahora. ¿Estás seguro de que quieres saberlo?

-Sí -dijo Antar.