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La realidad es que soy su amante. Los hombres de la alta sociedad siempre han tenido amantes, ¿por qué ahora sería diferente? Los acuerdos no son exactamente los mismos, por supuesto. Antes las amantes solían vivir en una casa más pequeña, o en un apartamento de su propiedad, pero ahora las cosas se han amalgamado. Aunque en el fondo es lo mismo, más o menos. En algunos países las llamaban mujeres independientes. Yo soy una mujer independiente. Mi trabajo consiste en proporcionar lo que, por otra parte, falta. Incluso el Intelect. Es una situación absurda y, al mismo tiempo, ignominiosa.

A veces pienso que ella lo sabe. A veces se me ocurre que están en connivencia. A veces creo que ella lo incita a esto, y que se ríe de mí; como yo misma, de vez en cuando, me río de mí misma con cierta ironía. Dejémosla que cargue con lo más pesado, debe de decir para sus adentros. Tal vez se ha apartado de él casi por completo; tal vez ésta es su versión de la libertad.

Pero incluso así, y de una manera bastante estúpida, soy más feliz que antes. En primer lugar, es algo que se puede hacer. Algo para llenar el tiempo por las noches, en lugar de sentarme sola en mi habitación. Es algo más en lo que pensar. No amo al Comandante, ni nada por el estilo, pero me interesa, ocupa un espacio, es algo más que una sombra.

Y yo a él. Para él ya no soy solamente un cuerpo utilizable. Para él no soy simplemente un buque sin carga, un cáliz sin vino, un horno -que no cuece- al que le faltan los bollos. Para él no estoy simplemente vacía.

CAPITULO 27

Recorro la calle con Deglen, bajo el sol. Hace calor y hay humedad. Antes, en esta época del año, nos habríamos puesto un traje de playa y sandalias. En nuestros cestos llevamos fresas -ahora es la época, de modo que comeremos fresas y más fresas, hasta hartarnos- y pescado envasado. El pescado lo compramos en Panes y Peces, que también tiene su letrero de madera con el dibujo de un pez sonriente y con pestañas. Sin embargo, no venden pan. La mayoría de las familias hornean su propio pan aunque, cuando se les acaba, en El Pan de Cada Día se pueden conseguir panecillos secos y buñuelos pasados. Panes y Peces casi nunca está abierta. ¿Para qué molestarse en abrir si no tienen qué vender? La pesca marina dejó de existir hace años; el poco pescado que hay ahora proviene de las piscifactorías, y sabe a fango. Las noticias dicen que las áreas costeras están «en reposo». Recuerdo el lenguado, el abadejo, el pez espada, las vieiras, el atún; y la langosta al horno y rellena, y el salmón, rosado y graso, asado a la parrilla. ¿Es posible que se hayan extinguido todos, igual que las ballenas? He oído ese rumor, me lo transmitieron con palabras mudas, con un movimiento apenas perceptible de los labios, mientras estábamos afuera haciendo cola, esperando que abrieran la tienda, en cuyo escaparate se veía el dibujo de unos suculentos filetes de pescado blanco. Cuando tienen algo, ponen el dibujo en el escaparate; si no, lo quitan. Un lenguaje de señales.

Hoy, Deglen y yo caminamos lentamente; tenemos calor con nuestros vestidos largos, nos sudan las axilas y estamos cansadas. Al menos con este calor no llevamos puestos los guantes. En algún punto de esta manzana había una heladería. No logro recordar el nombre. Las cosas pueden cambiar tan rápidamente, los edificios pueden ser derrumbados o transformados en cualquier otra cosa, y resulta difícil recordarlos tal como eran. Podías coger cucuruchos dobles, y si querías te ponían ralladura de chocolate por encima. Éstos tenían un nombre de hombre, ¿Johnnies? ¿Jackies? No logro recordarlo.

Íbamos cuando ella era pequeña, y yo la levantaba en brazos para que pudiera ver a través del mostrador de cristal, donde estaban expuestas las cubas con los helados de colores suaves: naranja pálido, verde pálido, rosa pálido, y yo le leía los nombres para que ella pudiera escoger. De todos modos, no los elegía por el nombre, sino por el color. Sus vestidos y sus guardapolvos también eran de esos colores. Helados al pastel.

Jimmies, así se llamaban.

Ahora, Deglen y yo nos sentimos más cómodas, nos hemos acostumbrado a estar juntas. Como hermanas siamesas. Ya no nos molestamos en cumplir con las formalidades del saludo; sonreímos y echamos a andar, en tándem, recorriendo serenamente nuestra ruta diaria. De vez en cuando variamos el itinerario; no hay nada que lo prohiba, siempre que permanezcamos dentro del límite de las barreras. Una rata que está dentro de un laberinto es libre de ir a cualquier sitio, siempre que permanezca dentro del laberinto.

Ya hemos ido a las tiendas, y a la iglesia; ahora estamos frente al Muro. Hoy no hay nada, en verano no dejan los cadáveres colgados tanto tiempo como en invierno, por las moscas y el olor. En otra época esto fue el reino de los ambientadores, Pino y Floral, y la gente conserva la afición por ellos; sobre todo los Comandantes, que aconsejan la pureza de todas las cosas.

– ¿Tienes todo lo de tu lista? -me pregunta Deglen, aunque sabe que lo tengo. Nuestras listas nunca son largas. Ella ha abandonado su pasividad de los primeros días, parte de su melancolía. A menudo es ella la que inicia la conversación.

– Sí -respondo.

– Entonces demos una vuelta -propone. Quiere decir que bajemos hasta el río. Hace tiempo que no vamos allí.

– Fantástico -digo. Sin embargo, no me doy vuelta de inmediato sino que me quedo donde estoy, echando un último vistazo al Muro. Ahí están los ladrillos rojos, los reflectores, la alambrada de púas, los ganchos. De alguna manera, el Muro resulta aún más agorero cuando está vacío, como hoy. Cuando hay alguien colgado, por lo menos se sabe lo peor. Pero vacío también es algo en potencia, como una tormenta que se aproxima. Cuando veo los cuerpos, los cuerpos reales, cuando logro adivinar por los tamaños y las formas que ninguno de ellos es Luke, también puedo pensar que aún está vivo.

No sé por qué espero verlo en este muro. Hay cientos de lugares diferentes en donde podrían haberlo matado. Pero no puedo sacarme de la cabeza la idea de que en este momento está allí, detrás de los ladrillos rojos vacíos.

Intento imaginar en qué edificio se encuentra. Recuerdo la distribución de los edificios, al otro lado del Muro; antes, cuando era una universidad, podíamos caminar libremente por el interior. Aún entramos, de vez en cuando, para los Salvamentos de Mujeres. La mayor parte de los edificios también son de ladrillos rojos; algunos tienen puertas arqueadas, un efecto románico del siglo diecinueve. Ya no nos permiten la entrada a los edificios, pero ¿a quién le interesa entrar? Pertenecen a los Ojos.

Tal vez está en la Biblioteca. En algún lugar de las bóvedas. En las estanterías.

La Biblioteca es como un templo. Hay una larga escalinata blanca que conduce a la hilera de puertas. En el interior, otra escalera blanca. A ambos lados de ésta, en la pared, se ven ángeles. También hay unos hombres luchando, o a punto de luchar, de aspecto limpio y noble y no sucios, ensangrentados y malolientes, como deberían de haber parecido. A un lado de la puerta interior se ve la Victoria, guiándolos, y al otro lado la Muerte. Es un mural en honor de alguna guerra. Los hombres que se encuentran junto a la Muerte, aún están vivos. Se van al Cielo. La Muerte es una mujer hermosa que lleva alas y un pecho casi descubierto. ¿O ésa es la Victoria? No me acuerdo.