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Rezábamos por la vacuidad, para hacernos dignas de ser llenadas: de gracia, de amor, de abnegación, de semen y niños.

Oh Dios, Rey del universo, gracias por no haberme hecho hombre.

Oh Dios, destrúyeme. Hazme fértil. Mortifica mi carne para que pueda multiplicarme. Permite que me realice…

Algunas se exaltaban con las oraciones. Era el éxtasis de la degradación. Algunas gemían y lloraban.

No es necesario que des un espectáculo, Janine, dijo Tía Lydia.

Ahora rezo sentada junto a la ventana, mirando el jardín a través de la cortina. Ni siquiera cierro los ojos. Allí fuera, o dentro de mi cabeza, reina la misma oscuridad. O la luz.

Dios mío, Tú que estás en el Reino de los Cielos, que es adentro.

Me gustaría que me dijeras Tu Nombre, quiero decir el verdadero. Aunque Tú también servirá.

Me gustaría saber que Tú estás allí arriba. Pero sea donde fuere, ayúdame a superar esto, por favor. Aunque tal vez no sea tarea Tuya; no creo ni remotamente que lo que está ocurriendo aquí sea lo que Tú querías.

Tengo suficiente pan cada día, así que no perderé el tiempo en eso. No es el principal problema. El problema está en tragártelo sin que te asfixie.

Ahora llega el perdón. No te molestes en perdonarme ahora mismo. Hay cosas más importantes. Por ejemplo: mantén a los demás a salvo, si es que están a salvo. No permitas que sufran demasiado. Si tienen que morir, procura que sea algo rápido. Incluso puedes hacer un Cielo pera ellos. Para eso Te necesitamos. El infierno podemos hacerlo nosotros mismos.

Supongo que debería decir que perdono a quien ha hecho esto, sea quien fuere, y lo que hacen ahora, sea lo que fuere. Lo intentaré, aunque no es fácil.

Luego llega la tentación. En el Centro, la tentación significaba mucho más que comer o dormir. Aquello que no conozcáis, no os tentará, solía decir Tía Lydia.

Quizá no quiero saber realmente lo que está ocurriendo. Quizá será mejor que no lo sepa. Quizá no podría soportar saberlo. La Caída fue una caída de la inocencia al conocimiento.

Pienso mucho en la araña, aunque ahora ya no está. Pero podría usar una percha del armario. He analizado las posibilidades. Todo lo que habría que hacer después de atarse, seria inclinar el peso hacia adelante y no ofrecer resistencia.

Líbranos del mal.

Entonces existe un Reino, poder y gloria. Resulta difícil creer ahora en eso. Pero de todos modos lo intentaré. Con esperanza, como decía en la lápida.

Debes de sentirte bastante desgarrado. Supongo que no es la primera vez.

Si yo fuera Tú, estaría harta. Me enfermaría realmente. Supongo que ésa es la diferencia entre nosotros.

Me siento irreal hablándote de este modo. Siento lo mismo que si le hablara a una pared. Me gustaría que Tú me contestaras. Me siento tan sola.

Completamente sola junto al teléfono. Salvo que no tengo teléfono. Y si lo tuviera, ¿a quién podría llamar?

Oh Dios. Esto no es ninguna broma. Oh Dios oh Dios. ¿ Cómo puedo seguir viviendo?

XII JEZEBEL’S

CAPÍTULO 31

Todas las noches, cuando me voy a dormir, pienso: Mañana por la mañana me despertaré en mi propia casa y las cosas volverán a ser como eran.

Esta mañana tampoco ha ocurrido.

Me visto con mi ropa de verano, todavía estamos en verano; es como si el tiempo se hubiera detenido en el verano. Julio: durante el día no se puede respirar y por la noche parece que uno está en una sauna, resulta difícil dormir. Me impongo la obligación de no perder la noción del tiempo. Tendría que marcar rayas en la pared, una por cada día de la semana, y tacharlas con una línea al llegar a siete. Pero qué sentido tendría, esto no es una condena en la cárcel; no se trata de algo que termina después de cumplido cierto tiempo. De todos modos, lo que tengo que hacer es preguntar, averiguar qué día es. Ayer fue 4 de julio, que solía ser el Día de la Independencia, antes de que lo abolieran. El 1.º de septiembre será el Día de la Madre, que todavía se celebra. Aunque antes no tenía nada que ver con la procreación.

Pero sé la hora por la luna. Hora lunar, no solar.

Me agacho para atarme los zapatos; en esta época son más ligeros, con discretas aberturas, aunque no tan atrevidos como unas sandalias. Agacharse supone un esfuerzo; a pesar de los ejercicios, siento que mi cuerpo se va agarrotando poco a poco y que se vuelve inservible. Así es como yo solía imaginar que sería la vida cuando llegara a vieja. Siento que incluso camino como una vieja: encorvada, con la columna doblada como un signo de interrogación, los huesos debilitados por la falta de calcio y porosos como la piedra caliza. Cuando era joven y me imaginaba la vejez, pensaba: Tal vez uno aprecia más las cosas cuando le queda poco tiempo de vida. Pero olvidaba incluir la pérdida de energía. En ocasiones aprecio más las cosas: los huevos, las flores, pero luego decido que sólo se trata de un ataque de sentimentalismo, y de que mi cerebro se convierte en una película en tecnicolor de tonos pastel, como las postales de puestas de sol que en California solían abundar. Corazones de oropel.

El peligro es gris.

Me gustaría que Luke estuviera aquí, en esta habitación mientras me visto, y tener una pelea con él. Parece absurdo, pero es lo que quiero. Una discusión acerca de quién pone los platos en el lavavajillas, a quién le toca ordenar la ropa sucia, fregar el lavabo; algo cotidiano e insignificante sobre la programación de las cosas. Incluso podríamos discutir sobre eso, lo importante y lo insignificante. Sería todo un placer. No es que lo hiciéramos muy a menudo. En los últimos tiempos redacto mentalmente toda la discusión, y también la reconciliación posterior.

Me siento en la silla; la corona del cielo raso flota encima de mi cabeza como un halo congelado, como un cero. Un agujero en el espacio, donde estalló una estrella. Un círculo en el agua, donde ha caído una piedra. Todas las cosas blancas y circulares. Espero que el día se despliegue, que la tierra gire de acuerdo con la cara redonda del reloj implacable. Días geométricos que dan la vuelta una y otra vez, suavemente lubricados. Mi labio superior empapado en sudor, espero la llegada del inevitable huevo, que estará tibio como la habitación y que tendrá la yema cubierta por una película verde y tendrá un horrible sabor a sulfuro.

Hoy, más tarde, con Deglen, durante nuestra caminata para hacer la compra:

Vamos a la iglesia, como de costumbre, y miramos las lápidas. Luego visitamos el Muro. Hoy sólo hay dos colgados: un católico -que no es un sacerdote-, con una cruz puesta boca abajo, y otro de una secta que no reconozco. El cuerpo está marcado solamente con una J de color rojo. No significa judío: en ese caso pondrían estrellas amarillas. De todos modos, no había habido muchos judíos. Como los declararon Hijos de Jacob, y por lo tanto algo especial, les dieron una alternativa. Podían convertirse o emigrar a Israel. La mayor parte de ellos emigraron, si es que se puede creer en las noticias. Los vi por la televisión, embarcados en un carguero, apoyados en las barandillas, vestidos con sus abrigos y sus sombreros negros y sus largas barbas, intentando parecer lo más judíos posible, con vestimentas rescatadas del pasado, las mujeres con las cabezas cubiertas por chales, sonriendo y saludando con la mano, un poco rígidas, eso sí, como si estuvieran posando. Y otra imagen: la de los más ricos, haciendo cola para coger el avión. Deglen dice que mucha gente escapó así, haciéndose pasar por judíos; pero que no era fácil, a causa de las pruebas a las que los sometían, y a que ahora se habían vuelto más estrictos.

De todos modos, no cuelgan a nadie sólo por ser judío. Cuelgan al que es un judío ruidoso, que no ha hecho su elección, O que ha fingido convertirse. Eso también lo han pasado por televisión: redadas nocturnas, tesoros secretos de objetos judíos sacados de debajo de las camas, Toras, taleds, estrellas de David. Y los propietarios de estas cosas, taciturnos, impenitentes, empujados por los Ojos contra las paredes de sus habitaciones mientras la apesadumbrada voz del locutor nos habla fuera de la pantalla de la perfidia y la ingratitud de esa gente.