Les recuerdo que éste no es el primer descubrimiento de este tipo. Sin duda les resulta familiar el artículo conocido como «Las memorias de A. B.», hallado en un garaje de un suburbio de Seattle, y «El diario de P.», desenterrado accidentalmente durante la construcción de un nuevo templo en las proximidades de lo que una vez fuera Syracuse, en Nueva York.
El Profesor Wade y yo estábamos muy entusiasmados con este nuevo hallazgo. Afortunadamente, varios años antes, con la ayuda de nuestro técnico anticuario residente, habíamos reconstruido un aparato capaz de reproducir semejantes casetes, y de inmediato emprendimos la cuidadosa tarea de la transcripción.
En la colección había en total unas treinta casetes, con proporciones variables de música y palabras. En general, cada casete comienza con dos o tres canciones, sin duda utilizadas como camuflaje: luego la música se interrumpe y a continuación se oye una voz. Es la voz de una mujer y, según nuestros expertos en fonética, es la misma desde el principio al fin. Las etiquetas de las casetes eran etiquetas auténticas que databan, por supuesto, de una época anterior al comienzo de la primera era gileadiana ya que, bajo este régimen, toda esa música profana quedó prohibida. Por ejemplo, había cuatro casetes tituladas «Los años dorados de Elvis Presley», tres de «Canciones populares de Lituania», tres de «Muchacho George se lo quita» y dos de «Los violines melodiosos de Mantovani», así como algunos títulos de los que sólo había una casete: «Las hermanas gemelas en el Carnegie Hall», es una de mis predilectas.
Si bien las etiquetas son auténticas, no siempre fueron colocadas en la casete con las canciones correspondientes. Además, las casetes no guardaban ningún orden especial, sino que estaban tiradas en el fondo de la caja, y tampoco estaban numeradas. Así que le correspondió al Profesor Wade, y a mí mismo, ordenar los bloques de diálogo en el orden en que parecían sucederse; pero, como he dicho alguna vez, el resultado se basa en conjeturas y debe ser considerado como algo aproximado y sujeto a una investigación más profunda.
Una vez que tuvimos hecha la transcripción, y que tuvimos que revisar varias veces, debido a las dificultades que planteaba el acento, las alusiones a cosas desconocidas y los arcaísmos, nos vimos obligados a tomar algunas decisiones con respecto al material que tan laboriosamente habíamos conseguido. Se nos presentaban varias posibilidades. En primer lugar, las casetes podían ser una falsificación. Como ustedes saben, se han dado varios casos de falsificaciones de este tipo por las que los editores han pagado sumas elevadas, deseando sin duda aprovecharse del sensacionalismo de esos relatos. Parece que ciertos períodos de la historia se convierten rápidamente tanto para otras sociedades como para aquellas que los viven, en tema de leyendas no especialmente edificantes y en motivo de autocomplacencia hipócrita. Si se me permite un comentario al margen, diré que en mi opinión debemos ser prudentes en nuestros juicios morales sobre los gileadianos. Seguramente ya hemos aprendido que tales juicios son forzosamente específicos de la cultura. Además, la sociedad gileadiana se encontraba bajo una fuerte presión, demográfica y de otro tipo, y estaba sujeta a factores de los que nosotros mismos estamos libres. Nuestra misión no consiste en censurar sino en comprender. (Aplausos.)
Dejando de lado mi digresión: de todos modos resulta bastante difícil falsificar una casete como ésta de un modo convincente, y los expertos que las analizaron nos aseguraron que los objetos físicos en sí mismos eran genuinos. Por cierto, la grabación misma, o sea la superposición de la voz sobre la música, no podría haberse hecho en los cien ni en los cincuenta últimos años.
Suponiendo, entonces, que las casetes son auténticas, ¿qué decir de la naturaleza del relato? Obviamente no pudo haber sido grabado en cl mismo período de tiempo del que habla puesto que, si la autora dice la verdad, no habría tenido a su alcance ni magnetófono ni casete, y tampoco habría tenido dónde esconderlos. Además hay en su narración cierta calidad reflexiva que, en mi opinión, descartaría la simultaneidad. Posee un cúmulo de emociones almacenadas, si no en la tranquilidad, al menos post facto.
Pensamos que si podíamos establecer la identidad de la narradora, podríamos encontrar una manera de explicar cómo este documento, permitidme llamarle así en nombre de la brevedad, salió a la luz. Para ello utilizamos dos líneas de investigación.
Primero intentamos, utilizando planos urbanos de Bangor y de otra documentación que quedaba, identificar a los habitantes de la casa que debía encontrarse en aquel entonces en el sitio del descubrimiento. Probablemente, razonamos, ésta había sido una «casa segura» del Tren Metropolitano de las Mujeres de aquel tiempo, y la autora podría haberlo ocultado en el ático o en la bodega, por ejemplo, durante semanas o meses, tiempo durante el cual habría tenido la oportunidad de realizar las grabaciones. Por supuesto, no había ningún indicio que nos permitiera descartar la posibilidad de que las casetes hubieran sido trasladadas al emplazamiento en cuestión una vez grabadas. Abrigamos la esperanza de poder rastrear y localizar a los descendientes de los hipotéticos ocupantes que, esperábamos, nos conducirían a otro materiaclass="underline" diarios, quizá, o incluso anécdotas familiares transmitidas de generación en generación.
Lamentablemente, esto no nos condujo a nada. Tal vez estas personas, si realmente representaban un enlace en la cadena clandestina, habían sido descubiertas y arrestadas, en cuyo caso cualquier documentación referente a ellos habría quedado destruida. Así que continuamos con la segunda línea de ataque. Registramos los archivos de la época, intentando relacionar los personajes históricos con los individuos que aparecían en el relato de nuestra autora. Los archivos que han quedado de aquella época están en muy malas condiciones, pues el régimen gileadiano tenía la costumbre de arrasar con sus propias computadoras y destruir el material escrito después de las diversas purgas y de los disturbios internos; pero algún material escrito ha sobrevivido. Por cierto, parte de este material pasó clandestinamente a Inglaterra para uso propagandístico de las diversas sociedades de Protección de la Mujer, que en aquella época proliferaban en las Islas Británicas.
No abrigamos ninguna esperanza con respecto a localizar directamente a la narradora. Algunas pruebas internas nos demostraron que ella formaba parte de la primera tanda de mujeres reclutadas con fines reproductores y asignadas a aquellos que solicitaban tales servicios y que podían reclamarlos, dada su pertenencia a una minoría selecta. El régimen creó de inmediato una reserva de mujeres mediante la simple táctica de declarar adúlteros todos los segundos matrimonios y las uniones no maritales y de arrestar a las mujeres y, sobre la base de que ellas eran moralmente incapaces, confiscaban a los niños, que eran adoptados por parejas sin hijos, pertenecientes a las clases superiores, y que estaban ansiosas por tener descendencia a toda costa. (Durante el período medio, esta política se extendió hasta abarcar a todos los matrimonios no contraídos por la iglesia estatal.) Los hombres que ocupaban altos cargos en el régimen podían elegir y escoger entre las mujeres que habían demostrado sus aptitudes reproductoras por el hecho de haber tenido uno o más niños saludables, característica deseable en una era de caída en picado del índice de natalidad caucasiano, un fenómeno observable no sólo en Gilead, sino en la mayoría de las sociedades caucasianas del norte de aquella época.
Las causas de esta disminución no nos quedan del todo claras. Parte del fracaso con respecto a la reproducción puede deberse indudablemente a la amplia disponibilidad de diversos tipos de métodos de control de la natalidad, incluido el aborto, durante el período pre-gileadiano. La infertilidad era en parte deseada, cosa que puede explicarse por las diferentes estadísticas entre caucasianos y no caucasianos, pero no en toda su magnitud. ¿Acaso necesito recordarles que ésta fue la era de la cepa R de la sífilis y también de la infame epidemia de SIDA que, una vez que se extendió por toda la población, eliminó a una gran parte de la población joven y sexualmente activa de la reserva reproductora? Nacimientos de niños muertos, abortos espontáneos y malformaciones genéticas se extendieron y aumentaron y esta tendencia se ha relacionado con los diversos accidentes en centrales nucleares, cierres e incidentes de sabotaje que caracterizaron el período, así como fugas de productos químicos y de sustancias para la guerra biológica y lugares destinados a la evacuación de desechos tóxicos, de los que existían varios miles tanto legales como ilegales, en algunos casos, estos materiales simplemente se vertían en el alcantarillado, y al uso incontrolado de insecticidas, herbicidas y otros pulverizadores.