Es a Judd a quien se le atribuye el haber ideado la forma, en oposición al nombre, de la ceremonia de Particicución, argumentando que no sólo era una manera horripilante y eficaz de deshacerse de los elementos subversivos, sino que también actuaba como válvula para los miembros femeninos de Gilead. Las víctimas propiciatorias han sido notablemente útiles a lo largo de la historia y para estas Criadas, tan rígidamente controladas en otros tiempos, debía de ser muy gratificante poder destrozar a un hombre de vez en cuando con sus propias manos. Esta práctica llegó a ser tan popular y eficaz que fue regularizada durante el período medio, cuando tenía lugar cuatro veces al año, durante los solsticios y los equinoccios. Aquí hay reminiscencias de los ritos de fertilidad que se practicaban en los primeros cultos a las diosas terrenales. Tal como olmos decir en el debate del jurado de ayer por la tarde, Gilead, aunque indudablemente patriarcal en la forma, también fue en ocasiones matriarcal en el contenido, al igual que algunos sectores de la estructura social que la originó. Como bien sabían los artífices de Gilead, para imponer un sistema totalitario eficaz, o cualquier otro sistema, se deben ofrecer algunos beneficios y libertades, al menos a unos pocos privilegiados, a cambio de los que se suprimen.
A este respecto, creo pertinente hacer algunos comentarios sobre la curiosa agencia de control femenino conocida como las «Tías». Según el material proporcionado por Limpkin, Judd desde el principio fue de la opinión de que el modo mejor y más eficaz de controlar a las mujeres en la reproducción y en otros aspectos era mediante las mujeres mismas. Existen varios precedentes históricos de ello; de hecho, ningún imperio impuesto por la fuerza o por otros medios ha carecido de esta característica: el control de los nativos mediante miembros de su mismo grupo. En el caso de Gilead, había muchas mujeres deseosas de servir como Tías, ya fuera por auténtica creencia en lo que llamaban «valores tradicionales», o por los beneficios que de ello podían obtener. Cuando el poder es escaso, resulta tentador. También tenía un aliciente negativo: las mujeres mayores, sin hijos o estériles que no estaban casadas podían prestar servicio como Tías y librarse así del desempleo y del consecuente traslado a las infames Colonias, que estaban compuestas por poblaciones flotantes utilizadas principalmente como equipos prescindibles de eliminación de sustancias tóxicas, aunque la que tenía suerte podía ser asignada a tareas menos peligrosas, como la recolección del algodón o la cosecha de la fruta.
La idea, pues, partió de Judd, pero la ejecución llevaba el sello de Waterford. ¿A qué otro miembro de los Hijos de Jacob Pro-tanques se le habría ocurrido la idea de que las Tías llevaran nombres derivados de productos comerciales utilizados por las mujeres en el periodo pre-gileadiano, y por lo tanto familiares y tranquilizadores para ellas, como los nombres de productos cosméticos, de mezclas para pasteles, de postres helados e incluso de medicinas? Fue un golpe brillante y nos confirma en nuestra opinión de que, en sus mejores tiempos, Waterford fue un hombre de un ingenio considerable. Como lo fue Judd, en su estilo.
Se sabía que ninguno de los dos hombres había tenido hijos y por lo tanto podían disfrutar del derecho a la descendencia de las Criadas. En el artículo que escribimos juntos, «La noción de “simiente” en los primeros tiempos de Gilead», el Profesor Wade y yo llegamos a la conclusión de que ambos hombres, al igual que muchos Comandantes, habían entrado en contacto con un virus causante de la esterilidad, desarrollado mediante experimentos secretos acopladores de genes durante el período pre-gileadiano, y que se pretendió insertar en el sucedáneo de caviar que consumían los altos funcionarios de Moscú. (El experimento fue abandonado después del Acuerdo de las Esferas de Influencia, porque se consideró que el virus era absolutamente incontrolable y también muy peligroso para muchos, aunque algunos querían diseminarlo por el territorio de la India.)
De cualquier manera, ni Judd ni Waterford estuvieron casados jamás con ninguna mujer que se llamara «Pam» ni «Serena Joy». Este último nombre parece haber sido una maliciosa invención de nuestra autora. El nombre de la esposa de Judd era Bambi Mae, y el de la esposa de Waterford era Thelma. Sin embargo, esta última había sido una figura de la televisión, del tipo que describe la narración. Nos enteramos de ello a través del material de Limpkin, que hace varias observaciones sarcásticas al respecto. El propio régimen se esmeró en cubrir las desviaciones de la ortodoxia por parte de las esposas de las clases privilegiadas.
Las pruebas inclinan la balanza a favor de Waterford. Sabemos, por ejemplo, que murió probablemente poco después de los acontecimientos que nuestra autora describe, en una de las primeras purgas; fue acusado de tener tendencias liberales y de estar en posesión de una importante colección no autorizada de material pictórico y literario de tipo herético, y de encubrir a una persona subversiva. Esto ocurrió antes de que el régimen empezara a celebrar los juicios en secreto, y por lo tanto aún los televisaban, de manera que ese juicio fue grabado en Inglaterra por vía satélite y se encuentra en los depósitos de grabaciones de nuestros archivos. Las tomas de Waterford no son muy buenas, pero sí lo suficientemente claras para asegurar que su pelo era en efecto gris.
En cuanto a la persona subversiva que Waterford fue acusado de encubrir, podría haber sido la propia «Defred», ya que su huida puede haberla colocado en esa categoría. Como demuestra la existencia misma de las casetes, lo más probable es que fuera «Nick» quien ayudara a «Defred» a escapar. El modo en que lo hizo lo señala como un miembro de la organización clandestina Mayday, que no era la misma que el Tren Metropolitano de las Mujeres, pero que tenía relaciones con éste. Lo último fue una simple operación de rescate cuasi militar. Se sabe que una serie de componentes de Mayday se habían infiltrado en los más altos niveles de las estructuras del poder gileadiano y que la colocación de uno de sus miembros como chófer de Waterford habría sido ciertamente un golpe; un golpe doble, ya que «Nick» debió de ser al mismo tiempo un miembro de los Ojos, como solía ocurrir en el caso de los chóferes y los sirvientes personales. Waterford, por supuesto, debía de saberlo; pero, como todos los Comandantes de alto nivel, automáticamente era director de los Ojos y no debió de haber prestado mucha atención ni debió de dejar que ello interfiriera en su infracción de lo que él consideraba reglas menores. Como la gran mayoría de los primeros Comandantes de Gilead que posteriormente fueron purgados, él consideraba que su posición estaba por encima de cualquier ataque. El estilo del periodo medio de Gilead fue más cauteloso.
Éstas son nuestras conjeturas. Suponiendo que sean correctas, es decir, suponiendo que Waterford fuera efectivamente el «Comandante», aún quedan muchas incógnitas. Algunas de ellas podrían haber sido despejadas por nuestra autora anónima, si hubiera tenido una manera diferente de ver las cosas. Si hubiera tenido instinto de periodista, o de espía, podría habernos explicado muchas cosas acerca del funcionamiento del imperio gileadiano. ¡Qué no daríamos ahora por veinte páginas escritas del ordenador privado de Waterford! De cualquier manera, debemos estar agradecidos por las migajas que la Diosa de la Historia se ha dignado concedernos.
En cuanto al destino final de nuestra narradora, permanece en las tinieblas. ¿Fue pasada clandestinamente por la frontera de Gilead hasta lo que entonces era Canadá, y se las arregló para ir de allí a Inglaterra? Ésta habría sido una decisión inteligente ya que el Canadá de aquella época no deseaba enemistarse con su poderoso vecino y organizaba redadas y extraditaba a los refugiados. En ese caso, ¿por qué no se llevó consigo la narración grabada? Tal vez su viaje se decidió en el último momento; tal vez temía que la detuvieran en el camino. Por otro lado, puede que la hubieran vuelto a capturar. Si realmente llegó a Inglaterra, ¿por qué no dio a conocer su historia, como hicieron muchos una vez que llegaron al mundo exterior? Puede que temiera que tomaran represalias contra «Luke», suponiendo que él aún estuviera vivo, lo cual es improbable, o incluso contra su hija; porque el régimen gileadiano no era incapaz de tales medidas, y las tomaba con el fin de desalentar la publicidad adversa en los países extranjeros. Se sabe que más de un refugiado incauto recibió una mano, una oreja o un pie envasado al vacío y oculto, por ejemplo, en un bote de café. O tal vez se contaba entre las Criadas que huyeron y que tuvieron dificultades para adaptarse al mundo exterior, después de la vida protegida que habían llevado. Como ellas, puede haberse convertido en una solitaria. No lo sabemos.