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Lo creo así.

También creo que Luke está erguido sobre un rectángulo de cemento gris, en algún lugar, sobre la saliente o el borde de algo, una cama o una silla. Sabrá Dios lo que lleva puesto. Sabrá Dios lo que le habrá tocado. Dios no es el único que lo sabe, así que tal vez habrá un modo de descubrirlo. Hace un año que no se afeita, aunque cuando a ellos les da la gana te cortan el pelo, para evitar los piojos, según dicen. Tendré que pensar en ello: si le cortaran el pelo para evitar los piojos, también tendrían que cortarle la barba. Habría que pensarlo.

De cualquier manera, no lo hacen bien, el corte es descuidado, la nuca le queda despareja, aunque eso no es lo peor; parece diez años mayor, está encorvado como un viejo, bolsas en los ojos; en las mejillas tiene unas venitas reventadas, de color púrpura, y una cicatriz, no, una herida que aún no está curada, del color de los tulipanes cerca del tallo, en el costado izquierdo de su cara, donde la carne acaba de desgarrársele. Tiene el cuerpo muy lastimado y maltratado, no es más que agua y sustancias químicas, apenas algo más que una medusa secándose sobre la arena.

Le resulta doloroso mover las manos, le duele moverse. No sabe de qué lo acusan. Es un problema. Tiene que haber algo, alguna acusación. De lo contrario, ¿por qué lo retienen, por qué todavía no está muerto? Debe de saber algo que ellos quieren averiguar. No logro imaginármelo. No logro imaginarme que no lo haya dicho, sea lo que fuere. Yo lo habría hecho.

Él está rodeado de un olor, su olor, el olor de un animal encerrado en una jaula sucia. Me lo imagino descansando, porque no soporto imaginármelo en otro momento, así como no puedo imaginarme que tenga algo debajo del cuello, o en los puños. No quiero ni pensar en lo que han hecho con su cuerpo. ¿Tendrá zapatos? No, y el suelo es frío y húmedo. ¿Sabe que estoy aquí, viva, y que estoy pensando en él? Tengo que creer que sí. Cuando te encuentras en una situación apurada, tienes que creer todo tipo de cosas. Ahora creo en la transmisión del pensamiento, en las vibraciones del éter y en esa clase de tonterías. Nunca había creído en ellas.

También creo que no lo cogieron, que después de todo no lo alcanzaron, que él lo logró, que llegó a la orilla, atravesé el río a nado, cruzó la frontera y se arrastró hasta la orilla opuesta, que era una isla, y los dientes le castañeteaban; consiguió llegar a una granja cercana y lo dejaron entrar, al principio con suspicacia pero después, cuando comprendieron quién era, se mostraron amistosos, no eran el tipo de personas que lo entregarían; tal vez eran Cuáqueros y lo hicieron entrar clandestinamente en el territorio haciéndolo pasar de casa en casa, y la mujer le preparó un café caliente y le dio una muda de ropa de su marido. Me imagino la ropa. Me consolaría saber que estaba abrigado.

Entró en contacto con los demás, debe de haber una resistencia, un gobierno en el exilio. Por allí debe de haber alguien que se ocupa de las cosas. Creo en la resistencia del mismo modo que creo que no puede haber luz sin sombra o, mejor dicho, no hay sombra a menos que también haya luz. Tiene que existir una resistencia porque de lo contrario, ¿de dónde salen todos los delincuentes que aparecen en la televisión?

Cualquier día de éstos puede llegar un mensaje de él. Vendrá de la manera más inesperada, de la persona que uno menos se imagina, alguien de quien jamás lo habría sospechado. ¿Quizás estará debajo de mí plato, en la bandeja de la comida? ¿O lo deslizarán en mi mano mientras entrego los vales por encima del mostrador en Todo Carne?

El mensaje dirá que debo tener paciencia: tarde o temprano él me rescatará, la encontrará, dondequiera que la tengan. Ella nos recordará, y estaremos los tres juntos. Mientras tanto, debo resistir, mantenerme a salvo para después. Lo que me ha ocurrido a mí, lo que me está ocurriendo ahora, no tendrá importancia para él, él me ama de cualquier manera, sabe que no es culpa mía. El mensaje también hablará de eso. Es este mensaje -que tal vez nunca llegue- lo que me mantiene viva. Creo en el mensaje.

Puede que las cosas que yo creo no sean todas ciertas, aunque alguna debe de serlo. Pero yo creo en todas, creo en las tres versiones de lo que le ocurrió a Luke, en las tres al mismo tiempo. Esta manera contradictoria de creer me parece, en este momento, el único modo que tengo de creer en algo. Sea cual fuere la verdad, estaré preparada.

Esto también es una creencia mía. Esto también puede ser falso.

Una de las lápidas del cementerio cercano a la iglesia tiene tallada un anda y un reloj de arena, y las palabras: Con esperanza.

Con esperanza. ¿ Por qué dedicaron esas palabras a una persona muerta? ¿Era el cadáver el que abrigaba esperanzas, o los que aún están vivos?

¿Luke tiene esperanzas?

VIII EL DÍA DEL NACIMIENTO

CAPÍTULO 19

Estoy soñando que estoy despierta.

Sueño que me levanto de la cama y atravieso la habitación, no esta habitación, y salgo por la puerta, no esta puerta. Estoy en casa, una de mis casas, y ella corre a mi encuentro vestida con su camisoncito verde con un girasol en el delantero, descalza, y la cojo y siento sus brazos y las piernas rodeando mi cuerpo y me echo a llorar porque comprendo que no estoy despierta. Estoy otra vez en esta ama, intentando despertarme y me despierto y me siento en el borde de la cama, y mi madre viene con una bandeja y me pregunta si me encuentro mejor. De niña, cuando me enfermaba, ella tenía que faltar al trabajo. Pero esta vez tampoco estoy despierta.

Después de estos sueños me despierto de verdad y sé que estoy realmente despierta porque veo la guirnalda del cielo raso y mis cortinas, que cuelgan como una cabellera blanca empapada. Me siento drogada. Pienso que tal vez me están drogando. Tal vez la vida que yo creo vivir es una ilusión paranoica.

Ni una posibilidad. Sé dónde estoy, quién soy y qué día es. Éstas son las pruebas, y estoy sana. La salud es un bien inapreciable. Yo la atesoro del mismo modo que una vez la gente atesoró el dinero. La guardo, porque así tendré suficiente cuando llegue el momento.

Por la ventana entra un reflejo gris, un brillo apagado, hoy no hay mucho sol. Me levanto de la cama, voy hasta la ventana y me arrodillo en el asiento, sobre el duro cojín de la FE, y miro hacia afuera. No hay nada para ver.

Me pregunto qué habrá pasado con los otros dos cojines. Alguna vez tuvieron que existir tres. ESPERANZA y CARIDAD, ¿dónde los habrán guardado? Serena Joy es una mujer de orden. No tiraría nada a menos que estuviera muy gastado. ¿Uno para Rita y uno para Cora?

Suena la campana; yo ya estoy levantada, me he levantado antes de tiempo. Me visto, sin mirar hacia abajo.

Me siento en la silla y pienso en esta palabra: silla. También significa sede papal, y existe la silla eléctrica. En inglés, se dice chair, y chair en francés significa carne Ninguna de estas cosas tiene relación con el resto.

Éste es el tipo de letanías a las que recurro para calmarme.

Delante de mí tengo una bandeja, y en la bandeja hay un vaso de zumo de manzana, una píldora de vitamina, una cuchara, un plato con tres rodajas de pan tostado, una fuentecilla con miel y otro plato con una huevera -de esas que parecen el torso de una mujer- tapada con una funda. Debajo de la funda, para que se mantenga caliente, está el segundo huevo. La huevera es de porcelana blanca con una raya azul.

El primer huevo es blanco. Muevo un poco la huevera de modo tal que ahora queda bajo la pálida luz del sol que entra por la ventana y que cae sobre la bandeja brillando, debilitándose, volviendo a brillar. La cáscara del huevo es lisa y al mismo tiempo granulosa. Bajo la luz del sol se dibujan diminutos guijarros de calcio, como los cráteres de la luna. Es un paisaje árido, aunque perfecto; es el tipo de desierto que recorrían los santos para que la abundancia no dispersara sus mentes. Creo que a esto debe de parecerse Dios: a un huevo. Puede que la vida en la Luna no tenga lugar en la superficie sino en el interior.

Ahora el huevo resplandece, como si tuviera energía propia. Mirarlo me produce un placer intenso.

El sol se va y el huevo se desvanece.

Saco el huevo de la huevera y lo toco. Está caliente. Las mujeres solían llevar huevos como éstos entre sus pechos, para incubarlos. Debía de ser una sensación agradable.

La mínima expresión de vida. El placer condensado en un huevo. Bendiciones que pueden contarse con los dedos de una mano. Pero probablemente así es como se espera que yo reaccione. Si tengo un huevo, ¿qué más puedo querer?

En una situación apurada, el deseo de vivir se aferra a objetos extraños. Me gustaría tener un animal doméstico: digamos un pájaro, o un gato. Un amigo. Cualquier cosa que me resultara familiar. Incluso una rata serviría, si algún día cazara una, pero no existe la posibilidad: esta casa es demasiado limpia.

Rompo la parte superior del huevo con la cuchara y me como el interior.

Mientras como el segundo huevo, oigo la sirena, al principio muy lejos -serpenteando en dirección a mí entre las enormes casas con el césped recortado, un sonido agudo como el zumbido de un insecto, luego aproximándose y abriéndose como el sonido que florece en una trompeta. Esta sirena es toda una proclama. Dejo la cuchara; el corazón se me acelera y vuelvo a acercarme a la ventana: ¿será azul, y no para mí? Veo que gira en la esquina, baja por la calle y se detiene frente a la casa sin dejar de hacer sonar la sirena. Es roja. El día se viste de fiesta, algo raro en estos tiempos. Dejo el segundo huevo a medio comer y corro hasta el armario para coger mi capa; ya puedo oír los pasos en la escalera y las voces.