Выбрать главу

Además, había que dejar el camino libre a los hombres a quienes se había pagado para llevar a cabo el trabajo y que aguardaban el momento oportuno. Si no participaba en la matanza, se sentiría bien.

Kind tomó la radio.

– F al habla. -Kind había adoptado formalmente este nombre en clave para la operación-. El objetivo B se acerca a la torre solo y vestido de paisano. Una vez que haya entrado, eliminadlo de inmediato.

Oculto tras la vegetación al pie de la torre, Harry alzó la vista y, tras la espesa cortina de humo, divisó a Hércules, que señalaba los arbustos donde se escondían los hombres de negro. Harry hizo una señal de respuesta y, con la Calico en la mano, avanzó hasta la enorme puerta de cristal de la torre, la abrió y entró en el edificio. Cerró la puerta con llave tras de sí y echó un vistazo alrededor: se hallaba en un vestíbulo de pequeño tamaño con un ascensor minúsculo y unas escaleras que conducían a los pisos superiores.

Volvió la cabeza para mirar atrás, pulsó el botón del ascensor y esperó a que se abriera la puerta. Entonces, accionó el interruptor de bloqueo de puertas y, empleando la Calico a modo de martillo, lo golpeó con fuerza, inutilizando el ascensor.

Giró sobre sus talones, echó un vistazo a la entrada y comenzó a subir por la escalera.

A medio camino oyó a los hombres de traje negro, que intentaban abrir la puerta, y supo que sólo tardarían unos segundos en romper el cristal y entrar.

Harry levantó la vista: doce escalones más y la escalera giraba a la derecha. Ascendió aprisa hasta el siguiente recodo y, con la Calico preparada, se volvió poco a poco. No había nadie en su camino; las escaleras continuaban hasta el siguiente piso, unos veinte escalones más arriba.

De pronto oyó un ruido de cristales que se rompían, se abrió la puerta principal y vio a dos hombres de negro que subían las escaleras con las pistolas desenfundadas. Harry dio media vuelta, guardó el arma en el cinturón y abrió la riñonera, de la que extrajo una botella de cerveza llena de ron y aceite mientras escuchaba atento los pasos de los hombres que subían con rapidez por las escaleras.

Encendió una cerilla, la acercó a la mecha, contó hasta tres y lanzó la botella a los pies del primer hombre. El estrépito del cristal al hacerse añicos y el rugido de las llamas fueron ahogados por la lluvia de balas que se incrustaron en la barandilla de madera junto a Harry, y desconcharon el techo y las paredes. De pronto, cesó el tiroteo y se oyeron los gritos de los hombres de negro.

– Esta vez se te acabó la suerte -aseveró una voz a sus espaldas.

Harry se volvió de golpe. Una figura familiar descendía la escalera hacia él; joven, trajeado, despierto, letaclass="underline" era Anton Pilger, pistola en mano, con el dedo en el gatillo.

Harry comenzó a disparar sin dejar de apretar el gatillo. El cuerpo de Pilger se tambaleó, como si ejecutara pasos de baile en la escalera al tiempo que disparaba al suelo con expresión de sorpresa y perplejidad.

Al final sus piernas cedieron, cayó de espaldas sobre las escaleras y se oyó crepitar la radio en la chaqueta, pero eso fue todo. En el silencio sepulcral que se produjo a continuación, Harry recordó de repente que había oído esa voz antes y, entonces, comprendió las palabras de Pilger sobre la suerte: ya había intentado matarlo en una ocasión anterior, pero había fracasado. Había ocurrido en las alcantarillas, después de que lo torturasen y antes de que lo encontrara Hércules.

Harry se inclinó sobre el cuerpo de Pilger, tomó la radio y siguió subiendo las escaleras; se sentía aturdido, pero en ese momento supo por qué hacía lo que hacía: por amor a su hermano y porque su hermano le necesitaba. No había otro motivo.

CIENTO CINCUENTA Y CUATRO

Marsciano estaba apoyado en la pared cuando oyó la llave girar en la cerradura.

El cardenal había escuchado el tiroteo en el pasillo, el estallido del cristal y los gritos. Y, aunque por un lado rogaba por que el padre Daniel acudiese a rescatarlo, por el otro rezaba por que no se tratase de él.

De repente se abrió la puerta, y Harry Addison apareció en el umbral.

– No tema… -dijo, mientras cerraba con llave.

– ¿Dónde está el padre Daniel?

– Lo está esperando.

– Pero hay hombres fuera.

– Vamos a salir de todos modos.

Harry miró en torno a sí, entró en el cuarto de baño y salió con tres toallas de mano mojadas.

– Tápese la nariz y la boca con esto. -Harry entregó a Marsciano una toalla y se dirigió a las puertas de cristal, que abrió de par en par. El humo comenzó a entrar en la estancia mientras una aparición descendía del cielo.

Marsciano se sobresaltó: en el balcón había un hombrecillo con la cabeza enorme y el torso todavía mayor, con una cuerda atada alrededor del cuerpo.

– Eminencia. -Hércules sonrió e hizo una respetuosa reverencia.

Thomas Kind escuchó la información por radio al mismo tiempo que Adrianna la recibía por la línea abierta del teléfono, conectada a las radios de las unidades móviles.

– No sé si a alguien le interesa, pero las puertas de la vía de ferrocarril están abiertas y una locomotora se dirige hacia la muralla del Vaticano.

– ¿Estás seguro, Skycam? -Adrianna hablaba con el piloto del helicóptero que se aproximaba al Vaticano desde el sur.

– Afirmativo.

Adrianna se dirigió a Eaton.

– Las puertas de la vía de ferrocarril están abiertas y una locomotora se dirige hacia allí.

– ¡Dios mío! ¡Así es como piensan sacar a Marsciano!

– ¡Skycam, no pierdas de vista la locomotora! -oyó Kind que gritaba Adrianna antes de cortar la comunicación.

El terrorista encendió el motor del Mercedes. No tenía noticias de los hombres de la torre desde hacía largo rato y no podía esperar más para averiguar qué había sucedido. Hizo retroceder el coche hasta el camino estrecho situado junto a la torre y aceleró tratando de ver a través del humo y la ceniza. De pronto, oyó un golpe al chocar de lado contra un árbol y derrapó hacia un seto. No sabía hacia dónde giraba la carretera; con un gesto violento puso marcha atrás y el motor rugió mientras las ruedas chirriaban. Sin embargo, el coche no se movió. Kind abrió la puerta: las ruedas derrapaban sobre las hojas verdes del seto como si se tratara de hielo.

El terrorista maldijo en su idioma materno, salió del coche y echó a correr en dirección a la estación. El humo le hacía toser.

CIENTO CINCUENTA Y CINCO

10.48 h

Danny y Elena abandonaron el edificio a través de una salida de emergencia situada en la planta baja de la Biblioteca Apostólica.

– A la izquierda -indicó Danny con la boca tapada con el pañuelo, y Elena torció hacia los jardines.

– Harry -dijo Danny por el teléfono con tono de apremio.

Nada.

– Harry, ¿me oyes?

Oyó un susurro al otro lado de la línea y de repente se cortó la comunicación.

– ¡Mierda! -soltó Danny.

– ¿Qué sucede? -inquirió Elena, preocupada por Harry.

– No lo sé…

Harry, Hércules y Marsciano aguardaban silenciosos en el balcón.

– ¿Seguro que están allí? -preguntó Harry a Hércules.

– Sí, al otro lado de la puerta.

Momentos antes, mientras descendía hasta el balcón, Hércules había avistado a dos hombres de negro que tomaban posiciones a ambos lados de la puerta.

– Encárgate de que se alejen. -Harry entregó a Hércules la radio de Pilger, que llevaba en el cinturón.

Hércules tomó el aparato y guiñó el ojo a Harry antes de hablar:

– ¡Han saltado de la torre con una cuerda! -gritó en italiano en tono urgente-. ¡Se dirigen al helipuerto!

– Va bene! (De acuerdo) -respondió una voz.