– Me habían torturado, tardé un rato en percatarme de lo que estaba sucediendo. Necesitaba ayuda, así que pronuncié un nombre.
– ¿Cuál? -Roscani seguía sin entender. Harry titubeó.
– El suyo.
– ¿El mío?
– Usted era la única persona que podía ayudarme.
Roscani sonrió.
Harry también.
EPÍLOGO
Habían acordado que jamás regresarían, pero dos días después del funeral del cardenal Palestrina volvieron. Harry empujaba el carro del equipaje mientras Danny se balanceaba sobre las muletas; habían volado de Nueva York a Portland, Maine, desde donde viajaban al norte en coche una calurosa mañana de verano.
Elena se había ido a casa para comunicar a sus padres que planeaba abandonar el convento y solicitar la dispensa de sus votos en Siena para después reunirse con Harry en Los Ángeles.
Harry condujo el Chevrolet alquilado por las familiares ciudades de Freeport y Brunswick, hasta llegar a Bath. El vecindario apenas había cambiado, las casas de madera y los tejados de las cabañas brillaban bajo el sol de julio, los olmos y los robles resistían impasibles al transcurrir del tiempo. Pasaron por delante de Bath Iron Works, el astillero en el que había trabajado y fallecido su padre, circularon despacio hasta Boothbay Harbor, donde giraron en dirección a la carretera 209 y por último enfilaron la calle High, que conducía al cementerio.
La parcela familiar se hallaba sobre una colina con vistas a la bahía. Su padre había comprado el terreno poco después de nacer Madeline, pues sabía que no habría más niños. Allí descansaban ahora Madeline, su padre y su madre, quien había estipulado en su testamento que deseaba que la enterrasen junto a Madeline y el padre de sus hijos. Los dos lugares sobrantes eran para Harry y Danny, si así lo deseaban.
Antes habría sido impensable que los hermanos contemplaran la idea de ser inhumados allí, pero las cosas habían cambiado mucho y ellos también. ¿Quién sabía lo que la vida les depararía? Era un lugar precioso y tranquilo y, en parte, la idea resultaba reconfortante.
Dejaron las cosas tal como estaban, sin hablar en serio del asunto, como los hermanos hablan de estas cosas.
Al día siguiente, Danny tomó un vuelo en Boston hacia Roma y Harry otro a Los Ángeles. Sus vidas se habían trastocado por completo, y la experiencia los había entristecido y enriquecido a la vez. Juntos habían vivido una pesadilla y habían logrado salir de ella con vida y, en el proceso, habían formado parte de un variopinto grupo en el que figuraban una monja, un enano cojo y tres policías excepcionales. Habían trabajado en equipo por primera vez desde niños.
¿Héroes? Quizá… Habían salvado la vida de Marsciano y evitado que murieran más inocentes en China…, pero también existía el horror que se habían visto incapaces de detener y que ya pertenecía a un pasado inalterable. Lo único que les quedaba era empezar en el punto en que lo habían dejado, cada uno con su familia: por un lado, Danny con el cardenal Marsciano y la Iglesia y, por el otro, Harry con el mundo loco de Hollywood y la presencia nueva y maravillosa de Elena, ambos conscientes de que habían recuperado a un hermano.
A las tres y media de la tarde del viernes 17 de julio, Giacomo Pecci, el papa León XIV, instalado en su residencia de verano de Castel Gandolfo, en la colina Albanas, cerca de Roma, fue informado de los violentos hechos acaecidos en el Vaticano que culminaron con la muerte de Umberto Palestrina.
A las seis y media de esa misma tarde, casi ocho horas después de haber abandonado la Santa Sede en helicóptero, el Santo Padre regresó en coche al Vaticano y, a las siete de la tarde, congregó a sus consejeros más cercanos para celebrar una misa por los difuntos.
El domingo por la tarde, las campanas de Roma doblaron por el cardenal Palestrina y, el miércoles siguiente, se celebró un funeral en el interior de la basílica de San Pedro. Entre la multitud de asistentes se encontraba el nuevo secretario de Estado de la Santa Sede, el cardenal Nicola Marsciano.
A las seis de la tarde de ese mismo día, el cardenal Marsciano se reunió en privado con el cardenal Joseph Matadi y con monseñor Fabio Capizzi. Acto seguido, el secretario de Estado se dirigió a la capilla privada del Santo Padre para rezar con él y cenar después en la residencia papal. Jamás se supo cuál fue el contenido de sus conversaciones.
Diez días más tarde, el lunes 27 de julio, Hércules se había restablecido lo suficiente como para que le dieran el alta en el hospital de San Juan y lo enviaran a un centro de rehabilitación privado para que completase su recuperación.
Tres días después se retiraron los cargos de homicidio que pesaban sobre él. Cuando un mes más tarde lo dieron de alta en el centro de rehabilitación, le ofrecieron un trabajo y un pequeño apartamento en Montepulciano, la Toscana, donde vive en la actualidad como capataz de una plantación de olivos, propiedad de la familia Voso.
En septiembre, Marcello Taglia, fiscal del Gruppo Cardinale, anunció que el difunto terrorista Thomas José Álvarez-Ríos Kind había sido el autor de la muerte de Rosario Parma, cardenal vicario de Roma, y que había actuado solo, sin la ayuda de ningún grupo ni gobierno. Con este comunicado, el Gobierno italiano disolvió oficialmente el Gruppo Cardinale y cerró el caso. El Vaticano guardó un silencio absoluto.
El 1 de octubre, dos semanas después del anuncio oficial del fiscal Taglia, el jefe del Ufficio Centrale di Vigilanza, Jacov Farel, se tomó sus primeras vacaciones en cinco años, pero, al cruzar la frontera con Austria en su coche particular, fue detenido y acusado por complicidad en el asesinato del ispettore capo Gianni Pio y, en la actualidad, está a la espera de que se celebre el juicio por dicho asesinato.
El Vaticano no emitió comentario alguno.
PERO HUBO ALGO MÁS…
En medio de la tremenda cantidad de trabajo que lo esperaba a su regreso -incluido un contrato millonario por la segunda parte de Dog on the Moon- y las largas conversaciones telefónicas con Elena mientras ella se preparaba en cuerpo y alma para trasladarse a Los Ángeles, Harry daba cada vez más vueltas en la cabeza a la conversación que había mantenido con Danny durante su viaje de Maine a Boston.
Todo empezó cuando Harry pensó en algunas preguntas para las que todavía no tenía respuesta y, en vista de la nueva relación que había establecido con su hermano y lo que habían pasado juntos, además de los secretos que todavía compartían de su niñez, consideró natural pedirle a Danny que le ayudara a aclarar algunas cosas.
HARRY: Tú me llamaste el viernes por la mañana, hora italiana, y dejaste un mensaje en el contestador diciendo que estabas asustado y que no sabías qué hacer. «¡Que Dios me ayude!», dijiste.
DANNY: Eso es.
HARRY: Supongo que esto ocurrió cuando acababas de escuchar la confesión de Marsciano y estabas aterrorizado por las posibles repercusiones.
DANNY: Sí.
HARRY: Si yo hubiera estado en casa y hubiera contestado al teléfono, ¿me habrías explicado lo de la confesión?
DANNY: Estaba hecho un lío, no sé qué te habría dicho, quizá que había escuchado una confesión, pero no su contenido.
HARRY: Pero no lograste ponerte en contacto conmigo, así que dejaste un mensaje y a continuación tomaste un autocar a Asís. ¿Por qué Asís? Apenas quedaban iglesias habitables después de los terremotos.
(Harry recordaba que en ese instante las preguntas habían empezado a incomodar a Danny.)
DANNY: No importaba, era un momento terrible, había un autocar, y Asís siempre había sido mi refugio… ¿Por qué me preguntas esto?
HARRY: Quizá no buscaras sólo un refugio, sino que ibas allí por otra razón.