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DANNY: ¿Como cuál?

HARRY: Para reunirte con alguien.

DANNY: ¿Con quién?

HARRY: Con Eaton.

DANNY: ¿Eaton? ¿Para qué iba a ir hasta Asís para ver a Eaton?

HARRY: Dímelo tú…

DANNY: (Con una amplia sonrisa.) Te equivocas, Harry, no hay nada más.

HARRY: Hizo todo lo posible por encontrarte, Danny. Se arriesgó mucho al procurarme documentación falsa; se habría metido en un buen lío si lo hubieran pillado.

DANNY: Era su trabajo…

HARRY: Murió intentando encontrarte, quizás incluso para protegerte.

DANNY: Era su trabajo…

HARRY: ¿Y si te dijera que en realidad no viajaste a Asís todos esos años en busca de paz sino para entregar información a Eaton?

DANNY: (Sonrisa incrédula.) ¿Insinúas que yo era el contacto de la CIA en el Vaticano?

HARRY: ¿Lo eras?

DANNY: ¿De verdad quieres saberlo?

HARRY: Sí.

DANNY: No… ¿Alguna cosa más?

HARRY: No…

Pero sí había una cosa más y Harry necesitaba averiguarlo. Tras cerrar la puerta del despacho, tomó el teléfono y llamó a Nueva York a un amigo de la revista Time. Diez minutos después, habló con el experto en la CIA de la publicación en la oficina de Washington.

¿Qué probabilidad había de que la CIA tuviera un topo en el interior del Vaticano? La respuesta fue una carcajada. No era muy probable, respondió el experto, pero sí posible.

– Sobre todo -explicó el corresponsal de Time- si a alguien encargado de vigilar Italia le preocupase la influencia del Vaticano en el país, en particular después de los escándalos financieros que estallaron a principios de los años ochenta.

– ¿Finanzas y/o inversiones, supongo? -preguntó Harry.

– Exacto… Si decidieran que se trata de un asunto importante, colocarían a un hombre lo más cerca posible de la fuente.

Harry sintió un escalofrío que le recorrió la espalda. Cerca de la fuente, como el secretario privado del cardenal responsable de las inversiones de la Santa Sede.

– La persona encargada de vigilar Italia, ¿podría ser el jefe de la CIA en Roma?

– Sí.

– ¿Quién estaría al corriente de la situación?

– Existe una categoría de agentes secretos denominados de inteligencia humana, pero existen otros que trabajan en situaciones más delicadas todavía, como podría ser el caso de las relaciones entre el Vaticano y Estados Unidos, que se denominan agentes de cobertura no oficiales. Estas personas están tan protegidas que es posible que ni el director de la CIA conozca su existencia. El jefe de zona reclutaría directamente a un agente de cobertura no oficial para asignarle una posición muy concreta, pero lo más probable es que lo hiciera con la suficiente antelación para que no levantara sospechas.

– Un agente de esta clase…, ¿podría ser un miembro del clero?

– ¿Por qué no?

Harry no recordaba haber colgado el teléfono, ni haber salido del despacho, ni haber caminado bajo el sol y la humedad de agosto por Rodeo Drive, ni siquiera haber cruzado Wilshire Boulevard. Lo único que sabía era que se encontraba en los almacenes Neiman-Marcus y que una dependienta muy atractiva le mostraba corbatas.

– No, ésta no. -Harry sacudió la cabeza al ver la corbata Hermes que le ofrecía-. Daré una vuelta a ver si encuentro algo…

– Claro.

La mujer le dirigió una sonrisa coqueta que, tiempo atrás, quizás habría implicado algo más, pero no entonces. Era miércoles, y el sábado regresaría a Italia para conocer a la familia de Elena. Sólo pensaba en ella, la veía en sueños y sentía su presencia a cada paso, por lo menos hasta que mantuvo la conversación telefónica con el corresponsal de Time y recordó el momento en que, cara a cara con Thomas Kind en la estación de ferrocarril, le dijo: «Conozco a mi hermano mejor de lo que él cree».

Agente de cobertura no oficial, tan protegido que es posible que ni el director de la CIA conozca su existencia.

Danny. ¡Dios santo!, tal vez no lo conocía tan bien después de todo.

AGRADECIMIENTOS

Por la información técnica facilitada, así como por sus consejos, doy las gracias a Alessandro Pansa, jefe del Servicio Central de Operaciones de la Policía Nacional Italiana; al padre Gregory Coiro, director de relaciones públicas de la archidiócesis católica de Los Ángeles; al doctor León I. Bender; al doctor Gerald Svedlow; a Niles Bond; Marión Rosenberg; Imara; Gene Mancini, asesor en temas biológicos; al sargento del Estado Mayor Andy Brown y al sargento mayor de artillería Douglas Fraser, del Cuerpo de Marines de Estados Unidos, y al doctor Norton F. Kristy.

También quiero expresar mi gratitud a Alessandro D'Alfonso, Nicola Merchiori, Wilton Wynn y, sobre todo, a Luigi Bernabó, por la ayuda que me prestaron en Italia.

Estoy en deuda con Larry Kirshbaum y Sarah Crichton, y, como siempre, con la genialidad de Aaron Priest. Por último, dedico un agradecimiento especial a Frances Jalet Miller por sus excelentes sugerencias y su enorme paciencia al revisar el manuscrito.

Allan Folsom

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