Los restos extraídos de debajo de las uñas se mandarían al laboratorio para realizar el análisis de ADN. La nueva tecnología, pensó Roscani, era útil sólo cuando se disponía de un sospechoso y de una muestra de sangre que cotejar en un banco de datos.
Roscani entró en la habitación por delante de Scala. Castelletti fue de nuevo al cuarto donde se habían encontrado los efectos personales de la monja.
Elena Voso, hermana enfermera, de veintisiete años, miembro de la Congregación de Hermanas Franciscanas del Sagrado Corazón, convento del Hospital de Santa Bernardina de la ciudad toscana de Siena.
Roscani regresó al túnel principal y, pasándose los dedos por el cabello, intentó encontrar un sentido a todo aquello. Eros Barbu era un hombre de gran fortuna, pero ni las personas que se habían ocultado allí ni sus escoltas lo eran. ¿Por qué había permitido Barbu que se refugiaran en su propiedad?
Ésta era una pregunta que el propio Barbu no contestaría. La Policía Montada de Canadá estaba investigando su supuesto suicidio en un sendero montañoso en Banff. Decían que se había pegado un tiro por la boca con una escopeta, pero Roscani sabía que no se trataba de un suicidio; estaba convencido de que había sido víctima de alguien vinculado al asesino del punzón para el hielo, por su relación con el padre Daniel, o bien con el fin de averiguar el paradero de éste. Quizá se trataba de la misma persona que le había quitado la vida al socio de Harry Addison en California. En este caso, la conspiración revestía un alcance todavía mayor del que había imaginado.
El inspector oyó el eco distante de los ladridos de los perros rastreadores que guiaban por el laberinto de túneles a sus cuidadores y a los carabinieri en busca del rastro de la hermana Elena Voso, del cura y… de su hermano. Roscani no tenía pruebas de ello, no era más que un presentimiento, pero algo le decía que el norteamericano había estado allí y había ayudado a su hermano a huir.
Roscani sacó media galleta de chocolate del bolsillo y le dio un mordisco.
En el exterior, un helicóptero coordinaba las batidas. Habían encontrado unas huellas a la salida del ascensor y el rastro de un vehículo; alguien lo había conducido hasta allí, lo había aparcado y se había marchado de nuevo. Todavía era muy pronto para juzgar si las huellas los llevarían hasta el hombre rubio o hasta los fugitivos.
Al margen de lo que había ocurrido o iba a ocurrir, una cosa estaba clara: Roscani ya no estaba lidiando simplemente con un cura fugitivo y su hermano, sino también con personas muy bien relacionadas a escala internacional, muy preparadas y sin escrúpulos para el asesinato. Cualquiera que tuviese la menor idea sobre el paradero del sacerdote se había convertido en un objetivo potencial.
NOVENTA Y CINCO
Cuando Harry entró en la gruta, se encontró a Danny solo, sentado de espaldas a la entrada, con las piernas enyesadas torcidas de manera grotesca delante de él. Llevaba la chaqueta negra de Harry encima de la bata del hospital. Harry miró a su alrededor. ¿Dónde estaba Elena? Danny no apartaba los ojos de su hermano, como si no lo reconociera. Harry era consciente de que el accidentado viaje a través de los canales lo había afectado y le asustaba la idea de que Danny hubiera empeorado y ya nunca recuperase las fuerzas.
– Danny, ¿sabes quién soy?
Danny no respondió; se limitó a mirarlo a los ojos, inseguro.
– Soy tu hermano, Harry.
Titubeante, Danny asintió.
– Estamos en una gruta en el norte de Italia.
Danny asintió de nuevo con un gesto vago, como si comprendiera las palabras pero no su significado.
– ¿Sabes dónde está la hermana, la enfermera que te cuida? ¿Dónde está?
Durante unos segundos Danny no reaccionó; luego dirigió la vista hacia la izquierda.
Harry siguió la dirección de su mirada y descubrió una abertura en la parte posterior de la cueva por donde penetraba la luz del sol. Se acercó a la entrada, pero cuando se disponía a cruzarla se detuvo. Elena estaba medio desnuda, con el hábito bajado a la altura de la cintura y los pechos descubiertos. Sobresaltada, se cubrió.
– Disculpe. -Harry regresó al interior de la cueva.
Segundos después, ya vestida, Elena siguió sus pasos y, turbada, intentó explicarse.
– Disculpe, señor Addison, mi hábito estaba mojado y lo había puesto a secar fuera, tal como había hecho con su chaqueta y la bata de su hermano. Él dormía mientras yo estaba… desvestida.
– Lo comprendo… -Harry sonrió, y Elena se sintió mejor.
– ¿Ha traído la camioneta?
– Sí.
– ¿Harry? -Danny ladeó la cabeza cuando vio entrar a su hermano y a Elena.
Se trataba de Harry, estaba seguro. Elena estaba con él y esto lo reconfortaba; llevaba mucho tiempo a su lado y le servía de vínculo con la realidad. Aun así, se sentía débil, e intentar comprender dónde estaban y cómo había llegado Harry allí suponía un esfuerzo supremo. De repente acudió a su mente la imagen de Harry cuando le tendió la mano y lo ayudó a salir del agua; también recordó el momento en que se miraron a los ojos y se dieron cuenta de que se habían reencontrado después de tanto tiempo.
– No… puedo pensar con claridad… -Danny se llevó la mano a la cabeza.
– Todo está bien, Danny… Todo marchará bien.
– Es natural, señor Addison… -intervino Elena. A continuación miró a Danny-. No me importa hablar delante del padre Daniel porque considero que necesita comprenderlo. Ha sufrido un accidente muy grave…, estaba haciendo grandes progresos, pero todo esto lo ha hecho empeorar… Creo que se recuperará físicamente, pero es posible que tenga problemas con el habla, el conocimiento o ambas cosas… El tiempo lo dirá. -Acto seguido se dirigió a Harry-: ¿Está muy lejos la camioneta, señor Addison? ¿Hay que andar mucho?
Harry titubeó y miró a Danny. Temeroso de asustarlo, asió a Elena del brazo y le dijo que le enseñaría el camino desde la entrada.
Una vez que llegaron a la abertura y escalaron las rocas que ocultaban la entrada desde el lago, Harry se volvió a Elena.
– La policía ha encontrado la gruta, hay un helicóptero sobrevolando la zona del ascensor. Quizás el hombre rubio salió por ahí, ¿quién sabe? Pero la policía ha descubierto que Danny ha estado allí y que sigue vivo. -Harry titubeó antes de continuar-. Usted abandonó sus cosas allí y ahora sabrán quién es, y lo más probable es que también sepan que yo he estado allí porque encontrarán mis huellas.
Comenzarán a registrar los túneles y, al no encontrarnos, rastrearán toda la zona.
»E1 camino para salir de aquí es intransitable, pero si nos marchamos antes de que lleguen, quizás alcancemos la carretera general. Tal vez cuando oscurezca logremos burlar los puestos de control como hicimos esta mañana.
– ¿Adonde quiere ir, señor Addison?
– Con suerte, hasta la autostrada de Como y, después, al norte, hasta Chiasso, en la frontera suiza.
– ¿Y después, adonde?
– No estoy seguro… -De pronto, Harry advirtió que Danny los observaba desde el interior de la cueva. Aunque estaba escuálido y demacrado, aún poseía la fuerza interior que lo había caracterizado de pequeño. Sin embargo, su estado era casi de invalidez.
Harry se volvió hacia Elena; había una serie de cosas que había que aclararle antes de seguir adelante.
– Ya sabe que me buscan por haber matado a un policía y que Danny es el principal sospechoso del asesinato del cardenal vicario de Roma.
– Sí.
– Es importante que comprenda que yo no maté a ese policía y que no sé lo que hizo o dejó de hacer mi hermano, ni lo sabré hasta que se recupere… Y aun entonces, ignoro si me contará algo o no. Pero, con independencia de lo que haya hecho, hay alguien que lo quiere muerto por lo que sabe o pueda contar a la policía… Por eso nos persigue ese hombre rubio y quizás incluso la policía. Ahora saben que está vivo y no sólo lo perseguirán a él, sino también a las personas que lo acompañen, pues creerán que les habrá revelado lo que sabe.