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– Lo comprendo. Y sé que si los fanáticos no pueden ir al Fangtasia, acudirán a cualquier otra parte donde puedan estar cerca de los vampiros. Pero creo que no me gustaría estar en un ambiente así todos los días. -Me sentía orgullosa de poder trabajar en un entorno agradable.

– ¿Qué harías entonces, si cierran el Merlotte’s?

Buena pregunta, y una cuya respuesta tendría que meditar tranquilamente.

– Me buscaría otro trabajo de camarera -respondí-, puede que en el Crawdad Diner. Las propinas no serían tan generosas, pero sería menos fastidioso. A lo mejor intentaría hacer algún curso por Internet y sacarme algún título. No estaría mal aumentar mi formación.

Hubo un momento de silencio.

– No has mencionado contactar con tu bisabuelo -comentó Eric-. Él podría asegurarse de que nunca te faltase nada.

– Seguro que podría -dije, sorprendida-. Contactar con él, quiero decir. Supongo que Claude sabría cómo. De hecho, estoy segura de que sí. Pero Niall dejó muy claro que mantener el contacto no le parecía una buena idea. -Era mi turno de pensar en silencio-. Eric, ¿crees que Claude tiene un motivo oculto para haberse mudado conmigo?

– Por supuesto; y Dermot también -contestó Eric sin titubeos -. Sólo me extraña que lo preguntes.

No era la primera vez que se me hacía cuesta arriba hacer frente a los avatares de mi vida. Tuve que afrontar una oleada de autocompasión, de amargura, mientras me forzaba a analizar las palabras de Eric. Era algo que ciertamente sospechaba, y por eso le había preguntado a Sam si creía que la gente cambia de verdad. Claude siempre había sido un gurú del egoísmo, un aristócrata del interés en sí mismo. ¿Por qué iba a cambiar? Oh, claro, echaba de menos estar cerca de otras hadas, especialmente ahora que sus hermanas habían muerto. Pero ¿por qué se vendría a vivir con alguien con tan poca sangre feérica como yo (especialmente tras haber sido responsable indirecta de la muerte de Claudine), a menos que tuviese otros planes en mente?

La motivación de Dermot se me antojaba igual de opaca. Lo fácil habría sido asumir que tenía un carácter similar al de Jason por su gran parecido con él, pero había aprendido (gracias a las experiencias más duras) lo que pasaba cuando iba con ideas preconcebidas. Dermot había estado sujeto a un hechizo durante mucho tiempo, un conjuro que lo había puesto al borde de la locura, pero a pesar del influjo que ejercía sobre su mente, Dermot siempre había intentado hacer lo correcto. Al menos eso era lo que me había dicho, y tenía una mínima prueba de que eso era cierto.

Aún cavilaba sobre mi ingenuidad cuando tomamos una salida en medio de la nada. Se veían los destellos de las luces del Beso del Vampiro, que era de lo que se trataba.

– ¿No temes que todos los que frecuenten el Fangtasia dejen de ir en cuanto descubran este club? -pregunté.

– Sí.

Mi pregunta había sido estúpida, así que no tuve en cuenta lo escueto de su respuesta. Eric debía de haber dado muchas vueltas al vuelco económico que supondría aquello desde que Víctor compró el edificio. Pero no pensaba conceder a Eric más licencias. Éramos una pareja y, o compartía toda su vida conmigo, o me dejaba tranquila con mis preocupaciones. Estar con Eric no era nada fácil. Lo miré, consciente de lo estúpido que sonaría todo aquello para uno de los fanáticos que iban al Fangtasia. Eric era sin duda uno de los hombres más guapos que había conocido. Era fuerte, inteligente y fantástico en la cama.

Ahora mismo, había un muro de gélido silencio entre ese hombre fuerte, inteligente y atractivo y yo. Y duró hasta que terminó de aparcar. No fue fácil encontrar un hueco, lo que ahondó en su enfado. Tampoco es que lo disimulase demasiado.

Dado que había sido convocado, no habría estado de más dejarle un hueco reservado frente a la puerta, o permitirle que accediera libremente por la puerta trasera. Además, dejar que comprobara lo difícil que era aparcar implicaba una clara señal de lo concurrido que era el Beso del Vampiro.

Ay.

Me esforcé por apartar mis preocupaciones. Tenía que concentrarme en los problemas que estábamos a punto de afrontar. A Victor no le gustaba Eric ni confiaba en él, y el sentimiento era mutuo. Desde que Victor fue designado al mando de Luisiana, la posición de Eric como única reminiscencia de la época de Sophie-Anne se había vuelto muy precaria. Estaba convencida de que me habían permitido seguir con mi vida tranquilamente porque Eric me había arrastrado al matrimonio a ojos de los vampiros.

Eric, los labios apretados en una fina línea, rodeó el coche para abrirme la puerta. Sabía que empleaba esa maniobra para estudiar el aparcamiento en busca de amenazas. Se puso de tal manera que estuviera entre el club y yo. Cuando saqué las piernas del coche, me preguntó:

– ¿Quién está en el aparcamiento, mi amor?

Me levanté cuidadosa y lentamente, los ojos centrados para concentrarme. En la tibia noche, con una suave brisa meciéndome el pelo, proyecté mi sexto sentido.

– Hay una pareja haciendo el amor en un coche a dos filas de aquí -susurré-. Un hombre vomitando detrás de la camioneta negra, al otro lado del aparcamiento. Dos parejas acaban de entrar en un Escalade. Un vampiro junto a la puerta del club. Otro acercándose, muy deprisa.

Cuando un vampiro entra en alerta, no hay malentendido posible. Los colmillos de Eric se desplegaron, todos sus músculos se tensaron y se giró a toda velocidad para afrontar el peligro.

– Mi señor -dijo Pam. Asomó de las sombras de un deportivo. Eric se relajó y yo lo imité gradualmente. Cualquiera que fuese la razón que les había hecho pelearse en mi casa, había quedado apartada por esa noche-. Me adelanté, tal como me pediste -murmuró, dejando que el viento nocturno se llevase sus palabras. Su rostro tenía un aspecto extrañamente oscuro.

– Pam, sal a la luz -dije.

Lo hizo, aunque no estaba obligada a obedecerme.

La oscuridad que aquejaba la piel de Pam era el resultado de la pelea. Los vampiros no sufren moretones exactamente como nosotros y se curan rápidamente, pero sufren un serio castigo físico, el rastro tarda algo más en desaparecer.

– ¿Qué te ha pasado? -le preguntó Eric. Su voz destilaba vacío, lo que sabía que no traería nada bueno.

– Les dije a los guardias de la puerta que tenía que entrar para asegurarme de que Victor supiera que estabas de camino. Una excusa para comprobar la seguridad del interior.

– Te lo impidieron.

– Sí.

Se levantó un poco más de brisa, agitando el aire por todo el aparcamiento y revolviéndome el pelo. Eric tenía el suyo recogido por la nuca, pero Pam tuvo que agarrarse el suyo. Hacía meses que Eric deseaba la muerte de Victor y, a mi pesar, yo podía decir lo mismo. No estaba canalizando únicamente la rabia y la preocupación de Eric, sino que yo misma comprendía lo mejor que sería la vida si Victor desapareciera.

Había cambiado mucho. En momentos así, me sentía triste y aliviada de poder pensar en la muerte de Victor, ya no sólo sin remordimiento, sino con ansia positiva. Mi determinación por sobrevivir y asegurar el bienestar de mis seres queridos era más fuerte que la religión que tanto había atesorado desde siempre.

– Tenemos que entrar, o mandarán a alguien a buscarnos – ordenó finalmente Eric y enfilamos la puerta principal en silencio. Sólo nos faltaba una canción de tipos duros sonando de fondo: algo ominoso y guay, con mucha percusión para indicar: «Los vampiros visitantes y su secuaz humana se adentran en la trampa». Sin embargo, la música del club no iba en consonancia con el drama. Hips Don’t Lie no es precisamente música de tipos duros.

Nos cruzamos con un hombre barbudo que estaba regando la gravilla junto a la puerta. Aún se notaban algunas manchas de sangre fresca.