Supongo que Eric, Pam y Miriam volvieron a casa juntos, y que en algún momento Eric permitió que Pam volviese a hablar, pero es algo que no sé.
No pude dormir después de lavarme la cara y colgar el precioso vestido. Albergué la esperanza de poder volver a ponérmelo para una ocasión futura más alegre. Estaba demasiado guapa para sentirme tan desdichada. Me preguntaba si Eric habría actuado esa noche con tanta sangre fría si hubiese sido yo a quien Victor hubiera atrapado, drogado y colocado en esa bancada para exhibirme al mundo entero.
Y había otra cosa que me quitaba el sueño. Esto es lo que le habría preguntado si a Eric no le hubiera dado por jugar a los dictadores: «¿De dónde ha sacado Víctor la sangre de hada?».
Eso es lo que le habría preguntado.
CAPÍTULO 04
Al día siguiente me levanté bastante triste en general, pero me alegré al comprobar que Claude y Dermot habían vuelto a casa la noche anterior. Las pruebas eran evidentes. La camiseta de Claude estaba tirada sobre el respaldo de una de las sillas de la cocina y los zapatos de Dermot estaban a los pies de la escalera. Además, después de mi ducha y el primer café, saliendo de mi habitación con mis shorts y mi camiseta verde, ambos me estaban esperando en el salón.
– Buenos días, chicos -saludé. Incluso a mis propios oídos mis palabras no me parecieron excesivamente alegres-. ¿Os acordabais que hoy venían los de la tienda de antigüedades? Deberían estar aquí dentro de una o dos horas.
Me situé para mantener la charla que teníamos pendiente.
– Bien, entonces esta habitación dejará de parecer una tienda de desperdicios -dijo Claude con su habitual encanto.
Me limité a asentir. Por lo visto, hoy tocaba Claude el Detestable, en vez del menos habitual Claude el Tolerable.
– Te habíamos prometido una conversación -intervino Dermot.
– Y vais y no aparecéis en casa anoche. -Apoyé la espalda en la vieja mecedora rescatada del desván. No me sentía especialmente preparada para una conversación de esa índole, pero estaba ansiosa por obtener algunas respuestas.
– Han pasado algunas cosas en el club -se excusó Claude evasivamente.
– Oh, oh, deja que lo adivine. Ha desaparecido una de las hadas.
Eso les hizo envararse en el asiento.
– ¿Qué? ¿Cómo lo sabes? -Dermot fue el primero en recuperar el habla.
– Lo tiene Víctor. O la tiene -añadí, y les relaté la historia de la noche anterior.
– No bastaba con tener que resolver los problemas de nuestra propia raza -se quejó Claude -, sino que ahora nos meten también en las jodidas luchas políticas de los vampiros.
– No -dije, sintiendo que la conversación se me hacía cada vez más cuesta arriba-. No os han arrastrado a esas luchas como grupo. Han raptado a uno de los vuestros para algo específico. Es un escenario completamente distinto. Dejad que os diga que el hada raptada fue sangrada, porque eso era lo que necesitaban los vampiros: su sangre. No digo que vuestro camarada desaparecido haya muerto, pero ya sabéis cómo pierden el control los vampiros cuando hay un hada cerca, y ya ni hablemos cuando sangra.
– Tiene razón -le dijo Dermot a Claude -. Cait debe de estar muerta. ¿Alguna de las hadas del club son familiares suyas? Tenemos que preguntarles si han tenido una visión de su muerte.
– Una hembra -indicó Claude. Su bello rostro parecía esculpido en piedra-. Una pérdida que no nos podemos permitir. Sí, tenemos que averiguarlo.
Durante un segundo me sentí confusa. Claude no pensaba demasiado en las mujeres en cuanto a su vida personal. Entonces recordé que el número de hadas hembra era cada vez más reducido. No sabía si era el caso del resto de seres feéricos, pero las hadas se estaban extinguiendo. No es que no me importara la desaparición de Cait (aunque pensaba que las probabilidades de que estuviese viva eran las mismas de que una bola de nieve no se derritiera en el infierno), pero tenía otras preguntas más egoístas que formular, y no pensaba dejar que me desviasen del tema. Tan pronto como Dermot llamó al Hooligans y habló con Bellenos para que reuniese a la gente y preguntase a la familia de Cait, volví a encarrilar la conversación.
– Mientras Bellenos está ocupado, tenéis algo de tiempo libre, y como los tasadores llegarán de un momento a otro, necesito que respondáis a mis preguntas rápidamente -expuse.
Dermot y Claude se miraron. Se ve que Dermot perdió la iniciativa de la conversación en el cara o cruz de la moneda, porque tomó aire y empezó.
– Ya sabes que «cuando uno de vuestros caucásicos se aparea con uno de vuestros negros, a veces los hijos que resultan acaban pareciéndose más a una raza que a otra, supuestamente por azar. Esa probabilidad puede variar incluso entre los demás hijos de la misma pareja.
– Sí -admití-. Eso he oído.
– Cuando Jason era un bebé, nuestro bisabuelo Niall lo comprobó.
Me quedé boquiabierta.
– Espera. -La palabra me salió como un croar ronco-. Niall me dijo que no podía visitarnos porque su hijo mestizo humano, Fintan, se lo impedía. Ese Fintan resultó ser nuestro abuelo.
– Por eso Fintan os mantenía apartados de los seres feéricos. No quería que su padre interfiriese en vuestra vida como lo había hecho en la suya. Pero Niall tiene sus recursos y, a pesar de todo, descubrió que la chispa esencial se había saltado a Jason. Digamos que dejó de interesarse… -dijo Claude.
Aguardé.
El prosiguió:
– Por eso se tomó tantos años para presentarse a ti. Podría haber esquivado a Fintan, pero había dado por sentado que te pasaría lo mismo que a Jason…: atractiva tanto para humanos como para seres sobrenaturales, pero, aparte de eso, esencialmente humana.
– Pero luego oyó decir que no lo eras -terció Dermot.
– ¿Oyó decir? ¿De boca de quién? -Mi abuela se habría sentido orgullosa.
– De Eric. Habían tenido algunos negocios juntos, y Niall le pidió a Eric que lo mantuviese informado de los acontecimientos de tu vida. Eric le informaba de vez en cuando de las cosas que te pasaban. Llegó un momento en el que Eric consideró que necesitabas la protección de tu bisabuelo y, evidentemente, te estabas marchitando. ¿Qué?
– Así que el abuelo envió a Claudine, y cuando ella se preocupó por no ser capaz de cuidar de ti, decidió conocerte en persona. Eric también se encargó de eso. Supongo que pensaría que así se ganaría la buena voluntad de Niall como pago de su hallazgo. – Dermot se encogió de hombros-. Debe de haberle funcionado. Todos los vampiros son sobornables y egoístas.
Las palabras «sartén» y «cazo» me vinieron a la mente.
– Entonces Niall apareció en mi vida y se hizo visible mediante la intervención de Eric -dije-. Y eso precipitó la guerra de las hadas, porque las hadas del agua no querían más contactos con los humanos, y mucho menos con bastardos reales con apenas un octavo de sangre de hada. -«Gracias, chicos». Me encantaba escuchar que toda la guerra había sido culpa mía.
– Sí -afirmó Claude juiciosamente-. Es un resumen acertado. Así empezó la guerra, y tras muchas muertes, Niall decidió sellar el mundo feérico. -Lanzó un hondo suspiro-. A Dermot y a mí nos dejaron fuera.
– Y, por cierto, no me estoy marchitando -señalé, bastante molesta-. Quiero decir, ¿de verdad os lo parezco? -Sabía que me estaba desviando de lo importante, pero eso me había tocado la fibra sensible. Me estaba enfadando de verdad.
– Sólo tienes un poco de nuestra sangre -explicó Dermot con amabilidad, como si eso fuese un recordatorio funesto-. Estás envejeciendo.