– La gente se suelta de la lengua en los bares, así que no me cabe duda de que en los clubs de striptease también. Por favor, mantenedme al tanto si averiguáis algo sobre quién lo hizo. Es importante para mí. Si pudierais pedirle al personal del Hooligans que prestase atención a las conversaciones, estaría muy agradecida.
– ¿El negocio le va mal a Sam, Sookie? -preguntó Dermot.
– Sí -dije, no del todo sorprendida por el giro de la conversación-. Y el nuevo bar cerca de la autopista se está llevando a nuestra clientela. No sé si es la novedad del Redneck Roadhouse de Vic o del Beso del Vampiro lo que se está llevando a la gente, o si se van porque Sam es un cambiante, pero el Merlotte’s no pasa por sus mejores momentos.
Intentaba decidirme sobre cuánto quería contarles de las maldades de Víctor cuando Claude soltó repentinamente:
– Te quedarías sin trabajo. -Y cerró la boca, como si eso hubiese alumbrado una sucesión de pensamientos.
Todo el mundo parecía estar muy interesado en lo que haría si el Merlotte’s cerrase.
– Sam perdería su medio de vida -puntualicé antes de volverme hacia la cocina para servirme otra taza de café-, lo cual es mucho más importante que mi trabajo. Yo puedo encontrar otro sitio.
– El podría poner un bar en otro sitio -dijo Claude encogiéndose de hombros.
– Tendría que abandonar Bon Temps -solté con aspereza.
– Y eso no te agradaría, ¿verdad? -Claude adquirió un aire pensativo que me incomodó mucho.
– Es mi mejor amigo -señalé-. Lo sabéis. -Quizá era la primera vez que lo decía en voz alta, pero supongo que era algo que sabía desde hacía mucho tiempo -. Oh, por cierto, si queréis saber lo que le pasó a Cait, deberíais poneros en contacto con un humano de ojos grises que trabaja en el Beso del Vampiro. El letrero de su uniforme ponía que se llamaba Colton. -Conocía varios sitios que repartían alegremente etiquetas de identificación independientemente del nombre de su portador, pero al menos era un principio. Me encaminé hacia la cocina.
– Espera -dijo Dermot tan abruptamente que giré la cabeza para mirarlo-. ¿Cuándo vendrá la gente de la tienda de antigüedades para echarle un vistazo a tus desechos?
– Deberían estar aquí en un par de horas.
– El desván está más o menos vacío. ¿No planeabas limpiarlo?
– Era lo que pensaba hacer esta mañana.
– ¿Quieres que te echemos una mano? -se ofreció Dermot.
Claude estaba claramente atónito. Lanzó una mirada más que significativa a Dermot.
Volvíamos así al terreno familiar y, por una vez, me sentí agradecida. Hasta que no tuviese tiempo para asimilar toda esa información nueva, no sabría cuáles eran las preguntas más adecuadas que formular.
– Gracias -dije-. Estaría muy bien que os llevaseis arriba uno de los cubos de basura grandes. Cuando barra y quite los restos más pequeños podríais tirar el contenido. -Contar con familiares sobrehumanamente fuertes puede ser muy práctico.
Volví al porche para armarme con mis utensilios de limpieza y, subiendo por la escalera, linterna en mano, noté que la puerta de Claude estaba cerrada. Amelia, mi anterior inquilina, había acondicionado uno de los dormitorios del piso de arriba con un tocador barato, aunque mono, una cómoda y una cama. Había acondicionado el otro como su salón de estar, con dos cómodos sillones, un televisor y un amplio escritorio que ahora permanecía vacío. El día que despejamos el desván me di cuenta de que Dermot había puesto un catre en el antiguo saloncito.
Antes de poder decir «esta boca es mía», Dermot apareció en la puerta del desván con el cubo de basura en la mano. Lo dejó en el suelo y miró a su alrededor.
– Creo que estaba mejor con los recuerdos de la familia -dijo, y tuve que estar de acuerdo. A la luz del día, que se colaba por las sucias ventanas, el desván parecía un lugar triste y destartalado.
– Estará mejor cuando lo limpiemos -dije, decidida, y empecé a usar la escoba, quitando telarañas y despejando polvo y desechos de las tablas del suelo. Para mi sorpresa, Dermot cogió unos trapos viejos y limpiacristales y se puso manos a la obra con las ventanas.
Me pareció más inteligente no emitir ningún comentario. Cuando Dermot terminó con las ventanas, me ayudó con el recogedor mientras yo barría la porquería con la escoba. Finalizado el barrido y tras subir la aspiradora para rematar la faena, indicó:
– Estas paredes necesitan una mano de pintura.
Era como decir que el desierto necesita agua. Puede que alguna vez alguien las pintara, pero hacía mucho que se habían descascarillado, dejando un color indeterminado, manchado por los innumerables objetos que habían pasado años apoyados.
– Pues sí. Lija y pintura. Y el suelo también. -Di unos golpecitos en el suelo con el pie. Mis antepasados se habían vuelto locos con el encalado cuando añadieron el segundo piso a la casa.
– Sólo necesitarás parte de este espacio para almacenar cosas -soltó Dermot de la nada-. Eso si damos por sentado que los compradores de antigüedades se llevan las piezas más voluminosas y no las tenemos que volver a subir aquí.
– Es verdad. -Dermot parecía tener razón, pero no sabía muy bien adonde quería llegar-. ¿Qué quieres decir? -pregunté sin rodeos.
– Podrías hacer un tercer dormitorio aquí si usases ese extremo como almacén -explicó-. ¿Ves esa parte?
Estaba apuntando hacia un lugar donde la inclinación del tejado creaba un espacio natural de unos dos metros de profundidad y la anchura de la casa.
– No debería costar hacer una partición y poner algunas puertas -dijo mi tío abuelo.
¿Dermot sabía cómo poner puertas? Debí de parecer asombrada, porque añadió:
– He estado viendo el canal HGTV [4] en el televisor de Amelia.
– Oh. -Fue todo lo que pude respondí mientras intentaba dar con una observación más inteligente. Aún me sentía perdida-. Bueno, podríamos hacerlo. Pero no creo que necesite otro dormitorio. Quiero decir: ¿quién querría vivir aquí arriba?
– ¿No es bueno tener siempre más dormitorios? Es lo que dicen los del canal de televisión. Y a mí no me importaría mudarme aquí arriba. Claude y yo podríamos compartir el saloncito y ambos tendríamos nuestro propio espacio.
Me sentí fatal por no haber preguntado nunca a Dermot si tenía alguna objeción sobre compartir dormitorio con Claude. Estaba claro que sí. Dormir en un catre en el saloncito… Había sido un desastre de anfitriona. Miré a Dermot con más atención que nunca. Su tono había sonado esperanzado. Quizá mi nuevo inquilino tenía un empleo a tiempo parcial; me di cuenta de que, en realidad, no sabía a qué se dedicaba Dermot en el club. Había dado por sentado que estaría con Claude cuando éste se fuese a Monroe, pero nunca había tenido la curiosidad suficiente para preguntarle lo que hacía una vez allí. ¿Y si ser medio hada era lo único que tenía en común con el egoísta de Claude?
– Si crees que tendrás el tiempo para hacer el trabajo, me encantaría comprar el material necesario -dije sin tener muy claro de dónde salían mis palabras-. De hecho, si pudieras lijar, imprimar, pintarlo todo y construir la partición, te lo agradecería en el alma. Te pagaría gustosa por el trabajo. ¿Qué te parece si vamos al almacén de madera de Clarice el próximo día que libre? ¿Podrías calcular cuánta madera y pintura necesitaríamos?
Dermot se encendió como un árbol de Navidad.