Entraron cuatro tipos duros. Mi abuela hubiese dicho que estaban con la mecha puesta. Bien podrían haber llevado un cartel en la frente que rezara «Cabrón con mala leche y orgulloso de ello». Estaban colocados de algo, pagados de sí mismos, rebosantes de agresividad. Y armados.
Me asomé un segundo a sus mentes y supe que habían tomado sangre de vampiro. Se trataba de la droga más impredecible del mercado (también la más cara), imposible de establecer la duración de sus efectos, que eran increíblemente fuertes y temerarios, llegando a una locura condenadamente brutal.
A pesar de darles la espalda, Jannalynn pareció olerlos. Se giró sobre el taburete y se centró en ellos, como quien saca un arco y apunta con una flecha. Pude sentir su animal interior filtrándose por sus poros. Algo salvaje llenó el aire y me di cuenta de que el olor también provenía de Sam. Jack y Lily Leeds se pusieron de pie. Jack se había llevado la mano debajo de la chaqueta. Sabía que tenía una pistola. Lily tenía las manos en una extraña posición, como si hubiese ido a hacer algo y se hubiese detenido en medio del gesto.
– Hola, mamones -saludó el más alto, dirigiéndose al bar en general. Tenía una barba poblaba y una densa cabellera negra, pero debajo de todo eso vi lo joven que era. No podía tener más de diecinueve años-. Venimos a pasárnoslo bien a costa de vuestros culos.
– Esto no es una feria -dijo Sam, la voz tranquila-. Sois bienvenidos si queréis tomaros una copa, pero luego será mejor que os marchéis. Esto es un lugar tranquilo y pequeño; no queremos problemas con nadie.
– ¡Los problemas ya están aquí! -saltó el capullo más bajo. Era de rostro lampiño y su pelo no era más que un corto rastrojo rubio que mostraba las cicatrices de su cráneo. Era de complexión ancha y rechoncha. El tercero era delgado y de piel oscura, quizá un hispano. Tenía el pelo negro peinado hacia atrás y sus labios tenían un aire sensual que trataba de combatir con una sonrisa burlona. El cuarto se había atiborrado con sangre de vampiro más aún que los demás y no podía hablar porque estaba perdido en su propio mundo. Sus ojos se agitaban de un lado a otro, como si persiguiera cosas que los demás no podíamos ver. También era grande. Pensé que sería el primero en atacar y, si bien era la menos indicada para una pelea, empecé a escorarme hacia la derecha, planeando atacarlo por un flanco.
– Podemos tener la fiesta en paz -insistió Sam. Lo seguía intentando, aunque yo sabía que había comprendido que no había forma de evitar la violencia. Estaba ganando tiempo para que todos los presentes en el Merlotte’s vieran la situación.
Fue una buena idea. Al cabo de unos segundos, hasta el más lento de los pocos parroquianos se había alejado todo lo posible de la acción, salvo Danny Prideaux, que estaba jugando a los dardos con Andy Bellefleur, y el propio Andy. Danny, de hecho, sostenía un dardo. Andy estaba fuera de servicio, pero iba armado. Miré a Jack Leeds a los ojos y vi que se había dado cuenta, como yo, de por dónde vendría el mayor de los problemas. El tipo más colocado, de hecho, se mecía adelante y atrás sobre los talones.
Como Jack Leeds tenía un arma y yo no, retrocedí lentamente para no interponerme en su disparo. Los fríos ojos de Lily siguieron mi discreto movimiento y asintió casi imperceptiblemente. Había hecho lo más sensato.
– No queremos paz -gruñó el líder barbudo -. Queremos a la rubia -señaló en mi dirección con la mano izquierda mientras sacaba un cuchillo con la otra. Parecía medir más de medio metro, aunque probablemente el miedo tenía un efecto lupa.
– Vamos a encargarnos de ella -dijo el de los rastrojos rubios.
– Y luego quizá también del resto -soltó el de los labios llamativos.
El más loco se limitó a sonreír.
– Lo dudo mucho -dijo Jack Leeds, y se sacó el arma con un rápido movimiento. Probablemente lo hubiera hecho de todos modos por puro instinto de supervivencia, pero no quitaba que su mujer, que estaba a mi lado, fuese también rubia. No podía estar seguro de que se refiriesen a mí o a ella.
– Yo también lo dudo -indicó Andy Bellefleur, el brazo firme apuntando con una Sig Sauer al hombre del cuchillo-. Suelta el juguete y resolveremos esto.
Puede que estuviesen colocados, pero al menos tres de ellos mantenían algo de sentido común como para comprender que enfrentarse a unas pistolas era mala idea. Hubo muchos gestos de incertidumbre y agitación de ojos mientras se miraban entre ellos. El instante quedó pendido de un hilo.
Por desgracia, el más loco se desbordó de sí mismo y cargó contra Sam, así que ya estábamos todos enzarzados en pura idiotez. Con la rapidez de un licántropo, labios bonitos sacó su propia pistola, apuntó y disparó. No estoy segura de quién era su objetivo, pero hirió a Jack Leeds, que disparó al aire mientras caía.
Contemplar a Lily Leeds era toda una lección en movimiento. Dio dos pasos rápidos, pivotó sobre su pie izquierdo y lanzó el derecho al aire para patear a labios bonitos en la cabeza con la fuerza de una mula. Antes de que cayese al suelo, se le echó encima, retorciendo su arma hacia la barra y rompiéndole el brazo en una sucesión de movimientos casi hipnótica. Mientras lanzaba un alarido de dolor, el barbudo y el de las cicatrices en el cráneo se quedaron petrificados.
Ese segundo de indecisión fue todo lo que hizo falta. Jannalynn saltó desde su taburete, describiendo un asombroso arco por el aire. Aterrizó sobre el loco mientras Sam intentaba placarlo. A pesar de sus esfuerzos por sacudírsela de encima entre gritos, Jannalynn cogió impulso para propinarle un puñetazo en la mandíbula. Oí claramente cómo se rompía el hueso. Luego, Jannalynn se puso de pie y pisó con todas sus fuerzas el fémur. Otro chasquido. Sam, que aún se aferraba a él, dijo:
– ¡Para!
En esos segundos, Andy Bellefleur corrió hacia el barbudo, que se había girado, dejando su espalda al descubierto, mientras Lily atacaba a labios bonitos. Cuando el tipo alto sintió el arma en la nuca, se quedó quieto como una piedra.
– Suelta el cuchillo -ordenó Andy. Estaba dispuesto a llegar hasta el final.
El de los rastrojos rubios echó el brazo hacia atrás para cargar un gancho. Danny Prideaux le arrojó su dardo, que se clavó en lo más carnoso del brazo, e hizo que chillara como una tetera en ebullición. Sam dejó al loco para golpear al rastrojos en la entrepierna. El tipo cayó al suelo como un árbol talado.
El barbudo miró a sus compañeros, caídos y reducidos, y soltó el cuchillo. Sensato.
Por fin.
Todo acabó en menos de dos minutos.
Me quité el delantal blanco y lo usé para vendar la herida de Jack Leeds mientras Lily le sostenía el brazo, su tez pálida como la de un vampiro. Estaba deseando matar a labios bonitos del modo más horrible, inducida por la abrumadora pasión que sentía hacia su marido. La fuerza de sus sentimientos casi me desborda. Lily podía ser gélida por fuera, pero por dentro era como el Vesubio.
Tan pronto como se redujo la hemorragia de Jack, ella centró su atención en labios bonitos con una expresión de absoluta calma.
– Si se te ocurre mover un solo dedo, te parto el cuello -dijo con voz átona. Es probable que el joven matón ni siquiera la oyera, sumido en sus propios gemidos, pero algo captó de su tono y trató de alejarse de ella.
Andy ya había llamado al 911. Al poco, se oyó una sirena, un sonido perturbadoramente familiar. A este paso, deberíamos tener una ambulancia siempre aparcada frente al bar.
El loco sollozaba débilmente por el dolor de la pierna y la mandíbula. Sam le había salvado la vida: Jannalynn de hecho estaba jadeando, tan a punto había estado de transformarse debido a la excitación y la violencia del momento. Los huesos se le habían abultado bajo la piel de la cara, que ahora tenía un aspecto más alargado y abultado.
No sería muy bueno que se transformase justo antes de la llegada de los agentes de policía. Ni siquiera intenté enumerar las razones. Dije: