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– ¿Encontró a su familia?

– ¡Sí! Ha encontrado a sus tíos, los que le criaron. Habían hallado un apartamento en Natchez, lo justo para ellos dos, pero no había espacio para él, así que viajó en busca de otros miembros de su asamblea antes de volver aquí. ¡Ha encontrado empleo como peluquero a tres manzanas de donde yo trabajo! Vino a la tienda de magia preguntando por mí. -Los miembros de la asamblea de Amelia regentaban la tienda de Magia Genuina, en el barrio francés -. Me sorprendió verlo, pero también me alegré mucho. -Casi pronunció la frase ronroneando, y deduje que Bob había entrado en la habitación-. Te manda saludos, Sookie.

– Igualmente. Escucha, Amelia, lamento interferir en las cosas del amor, pero tengo que pedirte un favor.

– Dispara.

– Necesito saber dónde está una persona.

– ¿De la guía telefónica?

– No. No es tan sencillo. Sandra Pelt ha salido de la cárcel y quiere acabar conmigo literalmente. Han atacado el bar con una bomba incendiaria y ayer cuatro matones colocados intentaron raptarme. Creo que Sandra podría estar detrás de los dos incidentes. Quiero decir, ¿cuántos enemigos tengo?

Oí que Amelia respiraba hondo.

– No respondas -dije rápidamente -. Bueno, ha fracasado en dos ocasiones, y temo que no tarde en recuperarse y mandar a alguien a mi casa. Estaré sola y no creo que vaya a acabar bien.

– ¿Por qué no empezó por allí?

– Al final me di cuenta de que debí haberme hecho esa pregunta hace varios días. ¿Crees que tus sortilegios de protección siguen vigentes?

– Oh, seguro que sí. Es muy probable -respondió Amelia con una sombra de satisfacción. Estaba muy orgullosa de sus habilidades mágicas, y tenía razones para ello.

– ¿De verdad? O sea, piensa en ello. Hace…, Dios, hace meses que te fuiste. – Amelia se había ido en su coche la primera semana de marzo.

– Es verdad, pero los reforcé antes de irme.

– Funcionan incluso cuando no estás cerca, ¿verdad?

– Quería asegurarme. Mi vida dependía de ello.

– Durante un tiempo, sí. A fin de cuentas, me pasaba horas fuera de casa todos los días y la dejaba protegida. Pero es necesario renovarlos, de lo contrario se disipan. ¿Sabes?, tengo tres días libres seguidos. Creo que me acercaré por tu casa para comprobar la situación.

– Eso sería de gran alivio, aunque odio sacarte de tus cosas.

– Bah, no pasa nada. Puede que a Bob y a mí nos venga bien un viaje en coche. Preguntaré a un par de compañeros de asamblea cómo encontrar a una persona. Podemos reforzar las protecciones y encontrar a esa zorra en un tiro.

– ¿Crees que Bob querrá volver aquí? -Bob había pasado la mayor parte de su estancia en mi casa en su forma felina, así que tenía mis dudas.

– Se lo preguntaré. A menos que te llame diciendo lo contrario, cuenta con que yo sí iré.

– Muchas gracias. -No me di cuenta de que tenía los músculos tensos hasta que empezaron a relajarse. Amelia iba a venir.

Me pregunté por qué no me sentía segura a pesar de vivir con mis dos hadas. Eran de la familia, y si bien me sentía contenta y relajada cuando estaban cerca, confiaba más en Amelia.

Desde un punto de vista más práctico, nunca sabía cuándo Claude y Dermot iban a estar en casa. Cada vez pasaban más noches en Monroe.

Tendría que alojar a Amelia y a Bob en el dormitorio del pasillo, frente al mío, ya que los chicos ocupaban los del piso de arriba. La cama de mi antiguo dormitorio era estrecha, pero ni Amelia ni Bob eran de complexión ancha.

El caso era mantener la cabeza ocupada. Me serví una taza de café y recogí el sobre y la bolsa. Me senté en la mesa de la cocina con los objetos dispuestos frente a mí. Sentí el terrible impulso de tirar las dos cosas al cubo de la basura sin mirarlas antes, sin conocer la información que contenían.

Pero eso no se hace. Las cosas que se pueden abrir están hechas para abrirse.

Levanté la solapa y ladeé el sobre. La novia de vestido recargado de la foto me miraba insípidamente mientras extraía una carta amarillenta. De alguna manera, parecía polvorienta, como si los años en el desván hubiesen vuelto el papel permeable a las partículas microscópicas del polvo. Suspiré y cerré los ojos, armándome de fuerza. Luego desplegué el papel y contemplé la caligrafía de mi abuela.

Resultó inesperadamente doloroso verla: puntiaguda y comprimida, con faltas de ortografía y errores de puntuación, pero era suya, de mi abuela. Sólo Dios sabe cuántas cosas escritas por ella he leído mientras vivimos juntas: listas de la compra, instrucciones, recetas, incluso notas personales. Aún conservaba un puñado en mi tocador.

Sookie, estoy muy orgullosa, de ti ahora que te gradúas en el instituto. Desearía que papá y mamá estuviesen aquí para verte con tu toga y el birrete.

Sookie, por favor, recoge tu habitación. No puedo pasar la aspiradora si no veo el suelo.

Sookie, Jason te recogerá después del entrenamiento. Tengo que ir a una reunión del Club del Jardín.

Estaba segura de que esa carta sería diferente.

Tenía razón. Empezaba formalmente.

Querida Sookie,

Si alguien puede encontrar esta carta, creo que eres tú. No puedo dejarla en ninguna otra parte, y cuando crea que estás preparada, te diré dónde puedes encontrarla.

Las lágrimas desbordaron mis ojos. La habían asesinado antes de que llegase el momento de considerarme preparada. Puede que nunca hubiese llegado.

Sabes que amé a tu abuelo más que a nadie en el mundo.

Eso creía. Su matrimonio había gozado de unos cimientos inquebrantables…, eso daba por sentado. Las pruebas mostraban que quizá no lo fueron tanto.

Pero tenía tantas ganas de tener hijos, tantas ganas. Creía que si tenía hijos mi vida sería perfecta. No era consciente de que rezar a Dios para tener una vida perfecta fuese una estupidez. Fui tentada más allá de mi capacidad de resistirme. Supongo que Dios me castigaba por mi avaricia.

El era muy guapo. Pero supe que no era una persona real en cuanto lo vi. Más tarde me dijo que era parte humano, pero nunca vi demasiada humanidad en él. Tu abuelo se fue a Baton Rouge, un largo viaje por aquel entonces. Más tarde, esa misma mañana, sufrimos una tormenta que arrancó un gran pino junto al camino y lo bloqueó. Intenté cortar el pino para que tu abuelo pudiera traer la camioneta por el camino. Hice una pausa para comprobar si la ropa tendida en el patio trasero se había secado y él emergió del bosque. Tras ayudarme a mover el árbol (bueno, lo movió él solo), le di las gracias, por supuesto. No sé si sabes esto, pero si le das las gracias a uno de ellos, quedas obligada. No sé por qué; son simplemente buenos modales.

Claudine lo había mencionado de pasada cuando la conocí, pero en ese momento supuse que no era más que etiqueta feérica. Sin perder los modales, procuré no agradecerle nada directamente a Niall, incluso cuando intercambiábamos regalos en Navidad. Hizo falta cada átomo de mi autocontrol para no pronunciar la palabra «gracias». Siempre optaba por fórmulas como «¡Oh, te has acordado de mí! ¡Sé que me encantará!», antes de apretar los labios. Pero Claude… Pasaba tanto tiempo con él que sabía a ciencia cierta que le había agradecido que sacase la basura o que me acercase la sal. ¡Mierda!

En fin, le pregunté si quería beber algo. Tenía sed y yo estaba sola y deseaba un bebé. Por aquel entonces, tu abuelo y yo llevábamos cinco años casados y nunca hubo ni la sombra de embarazo. Pensé que algo no funcionaba, aunque no descubrimos de qué se trataba hasta que un médico nos dijo que las paperas habían…, bueno. Pobre Mitchell. No era culpa suya, sino de la enfermedad. Le dije que había sido un milagro que tuviésemos dos, que no necesitábamos los cinco o los seis que nos hubiesen gustado. Él nunca me miró extrañamente por todo eso. Estaba convencido de que nunca había estado con otro hombre. Eran ascuas de un antiguo fuego en mi mente. Ya era bastante malo haber caído una vez, pero dos años más tarde Fintan volvió y tampoco pude resistirme, y no fueron las únicas veces. Era tan extraño. ¡A veces creía que lo olía! Pero cuando me daba la vuelta, era Mitchell.