Pero tener a tu padre y a Linda hizo que la culpa mereciera la pena. Los adoraba, y deseaba que no hubiesen muerto tan jóvenes por mi pecado. Al menos Linda y Hadley estén donde estén, y al menos Corbett os tuvo a ti y a Jason. Veros crecer ha sido una bendición y un privilegio. Os quiero más de lo que puedo expresar con palabras.
Bueno, llevo un buen rato escribiendo. Te quiero, cielo. Ahora tengo que hablarte del amigo de tu abuelo. Era un hombre moreno, muy grande y hablaba de forma muy fina. Dijo que era una especie de benefactor, de padrino, pero yo no confiaba en él. No parecía un hombre de Dios. Apareció después de que Corbett y Linda nacieran. Cuando nacisteis vosotros, pensé que quizá se presentaría otra vez. Y claro que apareció, de repente, una vez mientras cuidaba de Jason y de ti, cuando los dos estabais en la cuna. Os hizo un regalo a cada uno. Dijo que no era de los que pueden depositarse en una cuenta bancaria y que hubiesen sido muy útiles cuando os vinisteis a vivir conmigo.
Luego se presentó otra vez, hace algunos años. Me dio esta cosa verde. Me contó que las hadas se lo regalan entre sí cuando se enamoran, y Fintan se lo había dado para que me lo entregase si él moría antes que yo. Dijo que contenía un conjuro mágico. Dijo que esperaba que no tuviese necesidad de usarlo nunca. Pero si era necesario, me explicó que recordase que era de un solo uso, no como la lámpara del cuento, que te otorga muchos deseos. Lo llamó cluviel dor, y me enseñó cómo lanzarlo.
Así que supongo que Fintan ha muerto, aunque temía hacer ninguna pregunta a aquel hombre. No volvía ver a Fintan desde el nacimiento de Linda y tu padre. Los cogió en brazos y se marchó. Me avisó que no podría volver jamás, que era muy peligroso para él y los niños, que sus enemigos lo seguirían si seguía visitándonos, aunque lo hiciera disfrazado. Creo que insinuaba que ya me había visitado disfrazado, y eso me preocupa. ¿Y por qué iba a tener enemigos? Supongo que las hadas no siempre se llevan bien y igual que la gente. A decir verdad, me he sentido cada vez peor por tu abuelo cada vez que veía a Fintan, así que cuando dijo que se iba de una vez por todas, confieso que me sentí aliviada. Aún me siento muy culpable, pero cuando recuerdo haber criado a tu padre y a Linda, me siento muy contenta por haberlos tenido, y hacer lo mismo con Jason y contigo ha sido una gran alegría para mí.
En fin, esta carta es tuya ya que te dejo la casa y el cluviel dor. Puede parecer injusto que Jason no reciba nada mágico, pero el amigo de tu abuelo dijo que Fintan os había estado observando a los dos y que tú eras quien debía tenerlo. Espero que nunca tengas que saber nada de esto. Siempre me he preguntado si tu pequeño problema no tendrá que ver con que seas un poco hada, pero entonces ¿cómo es que a Jason no le pasa lo mismo? ¿O a tu padre y a Linda? A lo mejor «sabes cosas» por puro azar. Desearía haberte podido curar para que tuvieras una vida normal, pero tenemos que aceptar lo que Dios nos da, y tú has sido realmente fuerte lidiando con esto.
Por favor, ten cuidado. Espero que no te enfades conmigo o pienses mal de mí. Todos los hijos de Dios somos pecadores. Al menos mi pecado hizo que tú, Jason y Hadley vinieseis al mundo.
Adele Hale Stackhouse (tu abuela).
Había tanto en lo que pensar que no sabía por dónde empezar.
Me sentía aturdida, desconcertada, curiosa y confusa a la vez. Antes de poder detenerme, recogí la otra reliquia, la vieja bolsa de terciopelo. Aflojé la cuerda, que no tardó en ceder entre mis dedos. Abrí la bolsa y dejé caer sobre mi mano lo que llevaba dentro, un cluviel dor, el regalo de mi abuelo feérico.
Me encantó al momento.
Era de un ligero color verde cremoso con filigranas de oro. Era como una de las tabaqueras de la tienda de antigüedades, pero no había en Splendide nada tan precioso. No veía agarre ni bisagra alguna; ni siquiera se abrió cuando presioné o giré suavemente la tapa, y definitivamente había una tapa decorada con oro. Hmmm. La caja redonda no estaba dispuesta a revelar sus secretos todavía.
Muy bien. A lo mejor tenía que investigar un poco. Dejé el objeto de lado y me quedé sentada con las manos entrelazadas sobre la mesa, perdiendo la mirada en el vacío. Tenía la cabeza rebosante de pensamientos.
Sin duda, la abuela estaba muy emocionada cuando escribió la carta. Si nuestro «abuelo» le había dado más información sobre el regalo, o había obviado su mención o sencillamente se había olvidado. Me pregunté en qué momento se obligaría a realizar esa confesión escrita. Obviamente la había hecho después de la muerte de la tía Linda, que ocurrió cuando la abuela ya había cumplido los setenta. Reconocí al amigo de mi abuelo, estaba bastante segura de ello. Sin duda, ese «padrino» era el señor Cataliades, el abogado demonio. Sabía que debió de costarle confesar por escrito que se había acostado con otro hombre que no era su marido. Mi abuela siempre había sido una mujer fuerte, así como una devota cristiana. Tal confesión debió de atormentarla.
Puede que se hubiese juzgado a sí misma, pero ahora que me había recuperado del pasmo de ver a mi abuela como una mujer, yo sí que no iba a hacerlo. ¿Quién era yo para arrojar ninguna piedra? El sacerdote me había dicho que todos los pecados son iguales a ojos de Dios, pero no podía evitar sentir (por ejemplo) que un violador de niños era peor que alguien que hubiera defraudado al fisco o una mujer solitaria que hubiese tenido una experiencia sexual clandestina por anhelar un bebé. Probablemente me equivocara, porque tampoco podemos escoger qué reglas obedecer, pero así es como me sentía.
Arrinconé de nuevo mis confusos pensamientos y retomé el cluviel dor. El tacto de su suavidad era un puro placer, como la felicidad que sentía cada vez que abrazaba a mi bisabuelo, en ocasiones hasta doscientas. Tenía el tamaño de dos galletas Oreo apiladas. Lo froté contra mi mejilla y me entraron ganas de ronronear.
¿Hacía falta una palabra mágica para abrirla?
– Abracadabra -dije-. Por favor y gracias.
No, no funcionó, y además me sentí como una tonta.
– Ábrete sésamo -susurré-. Un, dos, transfórmate a la de tres. -Nada.
Pero pensar en la magia me dio una idea. Envié un correo electrónico a Amelia, uno que no me resultó nada fácil de redactar. Sé que los correos electrónicos no son del todo seguros, pero tampoco tenía ninguna razón para considerar que alguien pudiera considerar mis escasos mensajes como algo de importancia. Escribí: «Odio preguntarlo, pero aparte de investigar el asunto del vínculo de sangre, ¿podrías averiguar una cosilla sobre las hadas? Las iniciales son c.d.». Era todo lo sutil que podía ser.
Luego volví a admirar el cluviel dor. ¿Había que ser hada de pura sangre para abrirlo? No, no podía ser. Fue un regalo para mi abuela, presumiblemente para su uso en caso de extrema necesidad, y ella era completamente humana.
Deseé que no hubiese estado tan escondido en el desván cuando atacaron a mi abuela. Cada vez que recordaba cómo la dejaron tirada en el suelo de la cocina como un despojo, ahogándose en su propia sangre, me sentía enferma y furiosa. Quizá si hubiese tenido tiempo de hacerse con él podría haberse salvado.
Y con ese pensamiento ya tuve suficiente. Devolví el cluviel dor a su bolsa de terciopelo y volví a meter la carta de la abuela en el sobre. Ya tenía todo el desbarajuste emocional que podía soportar durante un tiempo.