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Tenía que esconder esos objetos. Por desgracia, su anterior y excelente escondite había sido llevado a un almacén de Shreveport.

Quizá pudiera recurrir a Sam. Podría guardar la carta y el cluviel dor en su caja fuerte. Pero habida cuenta de los recientes ataques al bar, quizá no era el mejor sitio para guardar cosas valiosas. Podía conducir hasta Shreveport y usar la llave que Eric me había dado de su casa para encontrar un escondite allí. De hecho, era más que probable que Eric también tuviese una caja fuerte, aunque no hubiese tenido nunca la ocasión de enseñármela. Tras darle vueltas, ésa tampoco me pareció una buena idea.

Me pregunté si mi deseo por mantener los objetos cerca se debía a que no quería separarme del cluviel dor. Me encogí de hombros. Independientemente de cómo hubiese llegado esa convicción a mi mente, estaba segura de que mi casa era el lugar más seguro, al menos por el momento. Podía meter la fina caja verde en el hueco de dormir para vampiros del armario del cuarto de invitados…, pero eso no era más que un hueco, ¿y si Eric necesitaba usarlo?

Tras darle más vueltas todavía, dejé el sobre en la caja con los demás papeles sin revisar que encontré en el desván. No interesarían a nadie aparte de mí. Ocultar el cluviel dor fue algo más complicado, especialmente por el impulso que sentía siempre de sacarlo de la bolsa una y otra vez. Esa pugna me hizo sentir muy… «gollumesca».

– Mi tesssooorooo -murmuré. ¿Serían Dermot y Claude capaces de sentir la proximidad de un objeto tan extraordinario? No, por supuesto que no. Había estado en el desván todo ese tiempo y no habían notado nada.

¿Y si se habían mudado conmigo con la esperanza de encontrarlo? ¿Y si sabían o sospechaban que pudiera estar en mi casa? O, lo que era más probable, ¿y si insistían en quedarse conmigo porque su proximidad hacía que se sintiesen más felices? A pesar de saber que esa teoría estaba llena de fallos, fui incapaz de sacudírmela de la cabeza. No era mi sangre feérica lo que los atraía, sino la presencia del cluviel dor.

«Vale, te estás volviendo paranoica», me dije a mí misma severamente, y me arriesgué a echar un nuevo vistazo a la superficie verdosa. Pensé que parecía una polvera compacta. Esa idea fue la que me reveló su escondite perfecto. Saqué el objeto de su bolsa de terciopelo y lo metí en el cajón del maquillaje de mi tocador. Abrí mi caja de polvos sueltos y esparcí un poco por encima del cluviel dor. Añadí un pelo de mi cepillo. ¡Ja! Estaba satisfecha con el resultado. Posteriormente metí la bolsa aterciopelada en el cajón de las medias y los cinturones. Mi razón me decía que el objeto no era más que una vieja bolsa, pero mis emociones la contradecían alegando que era algo valioso porque mis abuelos lo habían tenido en sus manos.

Eran tantos los pensamientos que rebotaban en mi mente que la cerré a cal y canto durante lo que quedó de día. Después de dedicar un poco de tiempo a las tareas del hogar, decidí ver las series mundiales universitarias de softball por la ESPN. Adoro el softball porque lo jugué en el instituto. Adoraba ver a esas fuertes mujeres de todas partes de Estados Unidos; me encantaba verlas jugar los partidos con todas sus fuerzas, a toda velocidad, sin escatimar esfuerzos. Mientras veía el partido, me di cuenta de que conocía a otras dos mujeres que encajaban con ese perficlass="underline" Sandra Pelt y Jannalynn Hopper. Había una moraleja en todo ello, pero no estaba segura de cuál era.

CAPÍTULO 07

El domingo por la noche oí que volvían mis inquilinos no demasiado tarde. El Hooligans no abría los domingos, así que traté de imaginar qué habrían estado haciendo todo el día. Aún estaban durmiendo cuando me hice el primer café del lunes. Me moví por la casa haciendo el menor ruido posible para vestirme y comprobar el correo electrónico. Amelia decía que ya estaba de camino, y añadió crípticamente que tenía algo importante que decirme. Me preguntaba si ya habría encontrado información sobre mi c.d.

Tara había enviado un correo colectivo con una foto adjunta de su enorme vientre y recordé que la fiesta por su bebé se celebraría el próximo fin de semana. Yeah, después de un momento de pánico, me calmé. Ya se habían mandado las invitaciones, le había comprado un regalo y planeado el menú. Estaba lista, salvo los imprevistos de última hora.

Hoy me tocaba el primer turno en el trabajo. Mientras me maquillaba, saqué el cluviel dor y lo sostuve contra mi pecho. Tocarlo parecía importante, parecía volverlo más vital. Mi piel lo calentó rápidamente. Fuese lo que fuese lo que se ocultaba dentro de ese pálido verdor parecía acelerarse. También parecía más vivo. Respiré honda y entrecortadamente y lo volví a dejar en el cajón, rociándolo de nuevo con polvos para que pareciese que llevaba allí toda la vida. Cerré el cajón con una nota de pesar.

Ese día sentí a mi abuela más cerca. Pensé en ella mientras conducía hacia el trabajo, mientras preparaba las cosas y en extraños momentos mientras llevaba bandejas y recogía platos. Andy Bellefleur estaba almorzando con el sheriff Dearborn. Me sorprendió ver a Andy en el Merlotte’s después del suceso de hacía dos días.

Pero mi nuevo detective favorito parecía contento de estar allí, bromeando con su jefe y comiendo una ensalada con aliño bajo en calorías. Andy parecía más delgado y joven cada día que pasaba. La vida en matrimonio y la perspectiva de paternidad le sentaban muy bien. Le pregunté por Halleigh.

– Dice que está muy gorda, pero yo no lo creo -comentó con una sonrisa-. Creo que le viene bien que no haya clases. Está haciendo unas cortinas para el cuarto del bebé. -Halleigh daba clases en la escuela elemental.

– La señora Caroline estaría muy orgullosa -aseguré. Caroline Bellefleur, la abuela de Andy, había muerto apenas hacía unas semanas.

– Me alegro de que supiera lo nuestro antes de morir – dijo -. Eh, ¿sabías que mi hermana también está embarazada?

Intenté no parecer asombrada. Andy y Portia se habían casado el mismo día en el jardín de su abuela, y aunque no había sido una sorpresa saber del embarazo de Halleigh, algo en Portia, quizá su madurez, jamás me había hecho pensar en ella como una madre. Le dije a Andy que me alegraba mucho, y era la verdad.

– ¿Se lo dirás a Bill? -me preguntó Andy con timidez-. Aún me siento un poco raro cuando tengo que llamarle.

Mi vecino y antiguo amante, Bill Compton, vampiro para más señas, había revelado finalmente a los Bellefleur que era antepasado suyo, justo antes de la muerte de la señora Caroline. La abuela había reaccionado maravillosamente ante esa perturbadora noticia, pero había sido un hueso más duro de tragar para Andy, que es un hombre orgulloso y poco aficionado a los vampiros. Lo cierto es que Portia había salido algunas veces con él, antes de descubrir su relación. Extraño, ¿verdad? Ella y su marido se habían desembarazado de sus reservas hacia su recién descubierto antepasado y me habían sorprendido con la dignidad con la que habían aceptado a Bill.

– Siempre es un placer transmitir buenas noticias, pero a él le gustaría conocerlas de tu boca.

– Eh, tengo entendido que se ha echado una novia vampira.

Me obligué a parecer feliz.

– Sí, lleva con él unas semanas -dije-. No hemos hablado mucho al respecto. -Más bien nunca.

– ¿La has conocido?

– Sí. Parece agradable. -De hecho, yo había sido la responsable de su unión, pero no era algo que me apeteciese compartir-. Si lo veo, se lo contaré de tu parte, Andy. Estoy segura de que querrá saber cuándo nacerá el bebé. ¿Sabéis qué va a ser?

– Es una niña -respondió con una sonrisa que casi le parte la cara en dos-. La llamaremos Caroline Compton Bellefleur.