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– No está muerta, Terry -le dije, besándole en la cabeza-. No has matado a nadie.

– Sam me pasó el bate -explicó Terry, que parecía algo más alerta.

– Claro, porque no podía salir de la barra a tiempo. Muchas gracias, Terry, siempre has sido un buen amigo. Que Dios te bendiga por salvarme la vida.

– ¿Sookie? ¿Sabías que ellos querían que te vigilase? Venían a mi caravana por la noche, durante meses, primero el alto y rubio y luego el brillante. Siempre querían que les contase cosas acerca de ti.

– Claro -lo tranquilicé, pensando: «¿Cómo?»

– Querían saber cómo te iba y con quién estabas y quién te odiaba y quién te quería.

– Está bien -contesté-. Está bien que se lo dijeras.

Eric y mi bisabuelo, supuse. Habían escogido al más débil, al más fácil de persuadir. Sabía que Eric tenía a alguien vigilándome mientras salía con Bill y más tarde, cuando, pasé una temporada sola. Imaginé que mi bisabuelo también tendría alguna fuente de información. Ya hubiese conocido a Terry por Eric o por su propia cuenta, era muy típico de Niall emplear la herramienta más a mano, se rompiese éste o no durante su uso.

– Una noche me encontré a Elvis en tu bosque -contó Terry. Uno de los sanitarios le había inyectado un calmante, y creí que empezaba a hacerle efecto-. En ese momento supe que estaba como una regadera. Me estaba diciendo cuánto le gustaban los gatos. Yo le expliqué que a mí me iban más los perros.

El vampiro anteriormente conocido como Elvis no había hecho una buena transición debido a que estaba saturado de drogas cuando un ferviente fan de Memphis lo convirtió. Bubba, como prefería que lo llamasen ahora, tenía debilidad por la sangre de los felinos, afortunadamente para Annie, la catahoula de Terry.

– Nos llevamos muy bien -seguía Terry mientras su voz se volvía cada vez más lenta y adormilada-. Creo que será mejor que me vaya a casa.

– Te vamos a llevar a la caravana de Sam -le sugerí-. Allí es donde te despertarás. -No quería que Terry se despertara presa del pánico. Dios, no.

La policía me tomó declaración de forma bastante apresurada. Al menos tres personas aseguraron haber oído a Sandra decir que había lanzado la bomba incendiara contra el bar.

Por supuesto, tuve que quedarme hasta mucho más tarde de lo que tenía previsto y empezaba a oscurecer. Sabía que Eric estaba fuera esperándome, y no veía la hora de levantarme y cargarle el problema de Terry a otro, pero era sencillamente incapaz. Terry se había hecho mucho más daño a sí mismo salvándome la vida y yo no tenía forma alguna de corresponderle. No me molestaba que me hubiese estado vigilando (vale, espiando) a cuenta de Eric antes de salir con él o a cuenta de mi bisabuelo. No me había hecho daño alguno. Como lo conocía, estaba segura de que debieron de presionarlo de alguna manera.

Sam y yo lo ayudamos a ponerse de pie y empezamos a movernos por el pasillo que daba a la parte de atrás del bar, al aparcamiento de empleados y a la caravana de Sam.

– Me prometieron que nunca dejarían que le pasase nada a mi perra -susurró Terry-. Y me prometieron que dejaría de tener pesadillas.

– ¿Mantuvieron su palabra? -le pregunté con el mismo tono de voz.

– Sí -dijo con agradecimiento-. Nada de pesadillas y tengo a mi perra.

Tampoco parecía un precio demasiado alto. Debería estar más enfadada con Terry, pero era incapaz de aunar mi energía emocional. Estaba agotada.

Eric estaba de pie a la sombra de unos árboles. Permaneció oculto para no alarmar a Terry con su presencia. Por la repentina rigidez de la cara de Sam, supe que también era consciente del vampiro, pero no dijo nada.

Dejamos a Terry en el sofá de Sam, y cuando se quedó dormido en un profundo sueño, abracé a mi jefe.

– Gracias -le dije.

– ¿Por qué?

– Por darle el bate a Terry.

Sam dio un paso atrás.

– Fue lo único que se me ocurrió. No podía salir de la barra sin alertarla. Había que pillarla por sorpresa, o todo se habría acabado.

– ¿Tan fuerte es?

– Sí -asintió-. Y parecía bastante convencida de que su mundo sería mucho mejor si el tuyo no lo fuera para ti. Es difícil aplacar a los fanáticos. Insisten mucho.

– ¿Estás pensando en la gente que intenta que cierre el Merlotte’s?

Esbozó una sonrisa amarga.

– Es posible. No puedo creer que esto esté pasando en nuestro país, y a un veterano como yo. Nacido y criado en los Estados Unidos de América.

– Me siento culpable, Sam. Parte de todo esto es culpa mía. El incendio… Sandra no lo habría hecho de no estar yo aquí. Y la pelea. Quizá deberías prescindir de mí. Ya sabes, puedo trabajar en otra parte.

– ¿Es lo que quieres?

No podía interpretar la expresión de su cara, pero al menos sabía que no era de alivio.

– No, por supuesto que no.

– Entonces sigues teniendo un empleo. Vamos todos en el paquete.

Sonrió, pero esa vez sus ojos azules no se iluminaron como otras veces que sonreía, aunque lo decía en serio. Cambiante o no, de mente iracunda o no, estaba segura de ello.

– Gracias, Sam. Será mejor que vaya a ver lo que quiere mi media naranja.

– Sea lo que sea Eric para ti, Sook, no es tu media naranja.

Hice una pausa con la mano en el pomo, pero no se me ocurrió nada que decir. Me fui sin más.

Eric me esperaba con impaciencia. Tomó mi cara entre sus grandes manos y la examinó bajo el tenue destello de las luces de seguridad que prendían desde las esquinas del bar. India salió por la puerta trasera, nos dedicó una mirada desconcertada, se subió a su coche y se alejó. Sam se quedó en la caravana.

– Quiero que te vengas a vivir conmigo -me pidió Eric-. Puedes quedarte en uno de los dormitorios del piso de arriba si quieres. El que solemos usar. No tienes por qué quedarte abajo, en la oscuridad, conmigo. No quiero que estés sola. No quiero volver a sentir tu miedo. Me vuelvo loco cada vez que sé que alguien te está atacando y no puedo hacer nada.

Habíamos cogido la costumbre de hacer el amor en el dormitorio grande de arriba (despertarme en el cuarto sin ventanas de abajo me ponía los pelos de punta). Ahora Eric me ofrecía esa habitación permanentemente. Sabía que era importante para él, muy importante. Y para mí también. Pero no podía tomar una decisión tan importante en un momento en el que aún no había vuelto en mí, y esa noche era un ejemplo perfecto.

– Tenemos que hablar -dije-. ¿Tienes tiempo?

– Esta noche lo saco -respondió-. ¿Están tus hadas en casa?

Llamé a Claude con el móvil. Cuando lo cogió, oí el ruido del Hooligans de fondo.

– Sólo quería comprobar dónde estabas antes de ir a casa con Eric -dije.

– Pasaremos la noche en el club -respondió Claude-. Que lo pases bien con tu chorbo vampiro, prima.

Eric me siguió en su coche hasta mi casa. Lo hizo porque, tan pronto como hubiera sabido que estaba en peligro, lo solucionaría y se pudo tomar el tiempo de conducir hasta allí.

Me serví una copa de vino (poco habitual en mí) y puse en el microondas una botella de sangre para Eric. Nos sentamos en el salón. Me recosté en el sofá, apoyando la espalda en el brazo para tenerlo de cara. Él se volvió ligeramente hacia mí desde el otro extremo.

– Eric, sé que no pides a nadie que se vaya a vivir contigo a la ligera. Por eso quiero que sepas lo emocionada y halagada que me siento por ello.

Justo en ese momento me di cuenta de que había dicho las palabras equivocadas. Sonó demasiado impersonal.

Eric entrecerró sus ojos azules.

– Oh, no es molestia -contestó fríamente.

– No me he explicado bien. -Tomé aire-. Escucha, te quiero. Me encanta que quieras que viva contigo. -Pareció relajarse un poco-. Pero antes de tomar esa decisión, tenemos que aclarar algunas cosas.