– ¿Qué cosas?
– Te casaste conmigo para protegerme. Contrataste a Terry Bellefleur para que me espiase y lo presionaste más allá de lo que era capaz de soportar para que cumpliese.
– Eso ocurrió antes de conocerte, Sookie.
– Sí, lo sé. Pero se trata del tipo de presión que empleaste con un hombre cuyo estado mental es delicado en el mejor de los casos. Es la forma en que conseguiste que me casase contigo, sin que supiera lo que estaba pasando.
– De lo contrario no lo habrías aceptado -se excusó Eric, siempre tan práctico y al grano.
– Tienes razón, no lo habría hecho -contesté intentando sonreír. Pero no era fácil-. Y Terry no te habría contado nada sobre mí si sólo le hubieses ofrecido dinero. Sé que ves estas cosas de la misma manera inteligente que haces los negocios, y estoy convencida de que un montón de gente estaría de acuerdo contigo.
Eric intentaba seguir mi hilo de pensamiento, pero saltaba a la vista que no acababa de entender nada. Seguía luchando a contracorriente.
– Ambos vivimos con este vínculo. Estoy segura de que muchas veces preferirías que no supiese lo que sientes. ¿Seguirías queriendo que viviese contigo si no compartiésemos ese vínculo? ¿Si no pudieses sentir cada vez que estoy en peligro? ¿O enfadada? ¿O asustada?
– Qué cosas dices, amor mío. -Eric tomó un sorbo de su bebida y posó la botella en la mesa de centro-. ¿Me estás insinuando que si no supiese que me necesitabas, no te necesitaría a ti?
¿Era eso lo que insinuaba?
– No. Lo que intento decir es que no creo que quisieras que me fuese a vivir contigo si no pensases que hay alguien que va a por mí. -¿Estaba diciendo lo mismo? Por el amor de Dios, cómo odiaba ese tipo de conversaciones. Y no era la primera que tenía una.
– ¿Y qué diferencia hay? -replicó con algo más que impaciencia en la voz-. Si quiero que estés conmigo, quiero que lo estés. Las circunstancias no importan.
– Sí que importan. Somos muy diferentes.
– ¿Qué?
– Bueno, hay muchas cosas que das por sentado que yo no tengo tan claras.
Eric puso los ojos en blanco. Típico de un hombre.
– ¿Como qué?
Busqué rápidamente un ejemplo.
– Pues como que Apio se acostara con Alexei. No le diste demasiada importancia aunque Alexei tuviese trece años. – Apio Livio Ocella, el creador de Eric, se había convertido en vampiro cuando los romanos gobernaban buena parte del mundo.
– Sookie, era un hecho consumado mucho antes de siquiera saber que tenía un hermano. En los tiempos de Ocella, se consideraba que ya eras una persona desarrollada a esa edad. Incluso se casaban. Ocella nunca comprendió algunos de los cambios sociales que trajeron los siglos posteriores. Además, Ocella y Alexei están muertos ahora. -Se encogió de hombros -. Esa moneda tenía otra cara, ¿recuerdas? Alexei se aprovechó de su juventud aparente, de su aspecto aniñado, para acabar con todos los humanos y los vampiros que se le pusieron delante. Hasta Pam tuvo dudas sobre liquidarlo, a pesar de saber lo destructivo y desquiciado que estaba. Y eso que es la vampira más despiadada que conozco. Era un lastre para todos nosotros, succionándonos la fuerza y la voluntad con toda la hondura de sus necesidades.
Y con esa inesperadamente poética frase, Eric dio por concluido el debate sobre Alexei y Ocella. Su rostro se volvió pétreo. Intenté recordar el fondo de la cuestión: nuestras diferencias irreconciliables.
– ¿Y qué piensas del hecho de que yo moriré y tú seguirás existiendo para, digamos, siempre?
– Podemos encargarnos de eso con suma facilidad.
Me lo quedé mirando.
– ¿Qué? -saltó Eric, casi sorprendido genuinamente-. ¿No quieres vivir para siempre? ¿Conmigo?
– No lo sé -expresé finalmente. Intenté imaginármelo. La noche para siempre. Interminable. ¡Pero con Eric!-. Eric -continué-, sabes que no puedo… -Y me quedé sin palabras. Casi le había lanzado un insulto imperdonable. Sabía que sentía la oleada de dudas que estaba proyectando.
Casi le dije: «No soy capaz de imaginarte conmigo cuando empiece a envejecer».
Si bien había más temas que deseaba tratar en nuestra conversación, sentía que se nos iba hacia el borde del desastre. A lo mejor fue una suerte que llamaran a la puerta de atrás. Había oído un coche acercarse, pero mi atención había estado tan centrada en mi interlocutor que no llegué a asimilar el significado.
Eran Amelia Broadway y Bob Jessup. Amelia estaba como siempre: saludable y fresca, su corta melena marrón recogida y la piel y los ojos claros. Bob, no más alto que ella e igual de delgado, era un chico de complexión estrecha con toques de misionero mormón sexy. Sus gafas de montura negra le daban un aspecto retro más que empollón. Llevaba unos vaqueros, una camisa de cuadros blanca y negra y unos mocasines adornados con borlas. Como gato, había sido muy mono, pero su atractivo humano se me escapaba (o quizá sólo se mostraba muy de vez en cuando).
Los recibí con una sonrisa. Era genial volver a ver a Amelia, y me alegraba sobremanera de ver interrumpida mi conversación con Eric. Tendríamos que retomarla en el futuro, pero tenía la escalofriante sensación de que al terminarla los dos acabaríamos descontentos. Posponerla probablemente no cambiaría el desenlace, pero tanto Eric como yo ya teníamos bastantes problemas a mano.
– ¡Adelante! -los invité-. Eric está aquí y se alegrará de veros.
Por supuesto, no era verdad. A Eric le dejaba completamente indiferente no volver a ver a Amelia en toda su vida (su larga, larga vida) y ni siquiera se dio cuenta de Bob.
No obstante sonrió (no una sonrisa amplia) y les expresó la alegría que le producía que nos visitasen (si bien había un toque de interrogación en su voz, ya que no sabía realmente por qué estaban allí). Por muy largas que fuesen nuestras conversaciones, nunca nos daba tiempo de abarcar todo lo que queríamos.
Amelia reprimió un fruncido del ceño con gran esfuerzo. No era muy aficionada al vikingo. Además era una emisora muy fuerte y capté esa sensación suya como si lo hubiese gritado a pleno pulmón. Bob miró a Eric con precaución, y tan pronto expliqué a Amelia la situación de los dormitorios (claro, ellos habían dado por sentado que dormirían arriba), Bob desapareció para llevar las maletas al cuarto frente al mío. Tras unos minutos de idas y vueltas, se encerró en el cuarto de baño del pasillo. Bob aprendió buenas técnicas evasivas mientras era un gato.
– Eric -dijo Amelia estirándose inconscientemente-, ¿cómo van las cosas por el Fangtasia? ¿Qué tal la nueva dirección? -No podía saber que había dado en lo más sensible. Y cuando Eric entrecerró los ojos (sospeché que pensaba que había sacado el tema a propósito para soliviantarlo), ella bajó la mirada a los dedos de sus pies y se los frotó con la palma de las manos. Me pregunté si yo sería capaz de hacer lo mismo, pero enseguida retomé el hilo del momento.
– El negocio no va mal -señaló Eric-. Víctor ha abierto otros clubes por las cercanías.
Amelia comprendió enseguida que la conversación no debía seguir por esos derroteros y fue lo bastante avispada como para no decir nada. Honestamente, era como estar en una habitación con alguien que revelara a gritos sus pensamientos más íntimos.
– Víctor era el tipo sonriente que esperaba fuera la noche del golpe de Estado, ¿no? -comentó estirando la cabeza y girándola de lado a lado.
– Efectivamente -asintió Eric estirando el extremo de su boca en un gesto sardónico-. El tipo sonriente.
– Bueno, Sook, ¿qué problemas tienes ahora? -me preguntó, considerando que ya había sido lo bastante educada con Eric. Estaba dispuesta a abordar cualquier cosa que le dijese.
– Sí -intervino Eric con una dura mirada-. ¿Qué problemas tienes ahora?
– Iba a pedir a Amelia que reforzase las protecciones de la casa -dije con naturalidad -. Como han pasado tantas cosas en el Merlotte’s últimamente, me sentía un poco insegura.