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Estaba impresionada. Eso sí que era un discurso, y deseaba que cada una de sus palabras fuese en serio. Apenas tuve ese pensamiento, Judith se desvaneció en la oscuridad y Bill y yo nos quedamos solos.

De repente me lo encontré justo ante mí, rodeándome con sus fríos brazos. Dejar que me abrazase un momento no me pareció una traición a Eric.

– ¿Te has acostado con ella? -dije, intentando parecer neutral.

– Ella me salvó. Parecía esperarlo. Pensé que era lo correcto -admitió.

Como si Judith hubiese estornudado y él le hubiese facilitado un pañuelo. Lo cierto es que no sabía qué decir. ¡Hombres! Vivos o muertos, son todos iguales.

Retrocedí un paso y deshizo el abrazo al instante.

– ¿De verdad me quieres? -pregunté azuzada por pura locura o franca curiosidad-. ¿O es que hemos pasado por tantas cosas que sientes que deberías hacerlo?

Sonrió.

– Sólo tú dirías algo así. Te quiero. Creo que eres preciosa, amable y bondadosa, y sin embargo te mantienes en pie por ti sola. Eres muy comprensiva y compasiva, pero no eres necia. Y, bajando unos niveles a lo estrictamente carnal, tienes unos pechos que deberían participar en la competición de Miss Pechos de América, si existiese.

– Es una colección de cumplidos poco común, ¿no crees? -No podía dejar de sonreír.

– Tú eres una mujer poco común.

– Buenas noches, Bill -zanjé. Justo en ese momento sonó mi móvil. Di un respingo. Me había olvidado que lo llevaba en el bolsillo. Al mirar la pantalla, comprobé que se trataba de un número local que no conocía. Ninguna llamada a esas horas de la noche podía ser buena. Levanté un dedo para pedir a Bill que aguardase y cogí la llamada con un cauto «¿Diga?».

– Sookie -dijo el sheriff Dearborn-. Creo que deberías saber que Sandra Pelt ha escapado del hospital. Se escabulló por la ventana mientras Kenya hablaba con el doctor Tonnesen. No quiero que te preocupes. Si quieres que mandemos una patrulla a tu casa, lo haremos. ¿Estás acompañada?

Estaba tan horrorizada que me costó responder durante un segundo.

– Sí, estoy acompañada.

Los oscuros ojos de Bill se pusieron muy serios. Se acercó y me puso una mano en el hombro.

– ¿Quieres que mande una patrulla? No creo que esa loca vaya a ir a por ti. Creo que se buscará un agujero en el que recuperarse. Pero decírtelo me parecía lo más correcto, a pesar de las horas.

– Sin duda, sheriff. No creo que vaya a necesitar más ayuda. Tengo buenos amigos. -Y me encontré con la mirada de Bill.

Bud Dearborn me repitió lo mismo varias veces, pero al final tuve que colgar y meditar sobre las implicaciones. Pensaba que había cerrado uno de los frentes, pero me había equivocado. Mientras le explicaba la situación a Bill, el agotamiento que se había manifestado poco antes me cubrió como un manto gris. Cuando acabé de responder a sus preguntas, apenas podía hilar dos palabras.

– No te preocupes -aseguró Bill-. Vete a la cama. Me quedaré vigilando esta noche. Ya me he alimentado y no tenía nada que hacer. Tampoco parece una buena noche para trabajar. -Bill había creado un CD que llamaba El directorio vampírico, que catalogaba a todos los vampiros «vivos» y que actualizaba constantemente. Tenía mucha demanda, no sólo entre los no muertos, sino también entre los vivos, en especial los departamentos de marketing de las empresas. No obstante, la versión vendida al público estaba limitada a vampiros que habían dado su consentimiento para ser incluidos; una lista mucho más corta.

Aún quedaban vampiros que deseaban permanecer en el anonimato, por extraño que me pareciese. En una cultura tan saturada de vampirismo, era fácil olvidar que aún hubiese ocultos vampiros que no deseaban salir a la luz pública, seres que preferían dormir bajo tierra o en edificios abandonados en vez de en una casa o apartamento.

¿Y por qué pensaba en eso? Bueno…, era mejor que pensar en Sandra Pelt.

– Gracias, Bill -dije con sinceridad-. Te lo advierto, es increíblemente perversa.

– Ya me has visto luchar -respondió.

– Sí. Pero no la conoces. No juega limpio y te atacará sin previo aviso.

– En ese caso, ya tengo una ventaja sobre ella, ahora que lo sé.

¿Eh?

– Vale -dije, poniendo un pie delante del otro en una línea más o menos recta-. Buenas noches, Bill.

– Buenas noches, Sookie -susurró-. Cierra bien todas las puertas.

Eso hice antes de ir a mi habitación, ponerme el camisón y meterme en la cama.

CAPÍTULO 08

Las escuelas suelen ser todas muy parecidas, ¿no? Siempre está ese olor: una mezcla de tiza, comida de refectorio, cera para el suelo y libros. El eco de las voces de los niños y las de los profesores, aún más altas. El «arte» que decora las paredes y los adornos en la puerta de cada aula. La pequeña escuela infantil de Red Ditch no era diferente.

Tenía cogida la mano de Hunter mientras Remy caminaba detrás de nosotros. Cada vez que veía a Hunter se parecía un poco más a mi prima Hadley, su fallecida madre. Tenía su pelo y ojos negros y su cara estaba perdiendo las redondeces de la infancia más tierna para adquirir una forma más ovalada, como la de ella.

Pobre Hadley. Había tenido una vida dura, en gran parte por su culpa. Al final había encontrado el amor verdadero, se había convertido en vampira y había muerto por una cuestión de celos. La suya había sido una vida azarosa, pero corta. Hacía lo que hacía por ella, y por un momento me pregunté qué pensaría al respecto. Ella debería haber llevado a su hijo a su primer día de guardería, donde seguiría yendo hasta el otoño. El propósito de la visita era ayudar a los futuros alumnos a familiarizarse un poco con el establecimiento, entrando en contacto con las aulas, los pupitres y los profesores.

Algunos de los niños que recorrían los pasillos miraban a todas partes con curiosidad más que temor. Otros guardaban silencio y abrían mucho los ojos. Ése era el aspecto que presentaba mi «sobrino» a ojos de los demás, aunque en mi mente no dejaba de charlar. Hunter era telépata, como yo. El suyo era uno de los secretos que mejor guardaba. Deseaba que creciese con la mayor normalidad posible. Cuantos más seres sobrenaturales supieran de su condición, mayores serían las probabilidades de que alguien lo raptase, ya que los telépatas somos muy útiles. Seguro que en alguna parte había alguien lo bastante despiadado como para llevar a cabo tal cosa. Me daba la sensación de que Remy, su padre, nunca había pensado en ello. A él le preocupaba la aceptación de su hijo en el entorno humano inmediato. Y eso tampoco era moco de pavo. Los niños pueden ser increíblemente crueles cuando detectan que eres diferente. Era algo que sabía muy bien.

Si conoces los matices, es muy sencillo averiguar cuándo dos telépatas están manteniendo una conversación. Sus expresiones varían cuando se miran, de la misma manera que lo harían si la conversación fuese de viva voz. Por eso intentaba mantener la mirada apartada del niño y la sonrisa constante durante el mayor tiempo posible. Hunter era demasiado pequeño para saber disimular nuestra conversación, así que yo tendría que llevar todo el esfuerzo.

«¿Cabrán todos estos niños en una clase?», preguntó.

– En voz alta -le recordé discretamente-. No, os repartirán en grupos y pasarás todo el día con uno de ellos, Hunter. -Desconocía si la guardería de Red Ditch seguía los mismos horarios que los cursos más avanzados, pero estaba segura de que estarían ocupados hasta después de la hora del almuerzo-. Tu papá te traerá por la mañana y alguien te recogerá por la tarde. -«¿Quién?», me pregunté, y en ese momento recordé que Hunter podía oírme-. Ya lo arreglará papá -dije finalmente-. Mira, ésta es el aula de la foca. ¿Ves esa gran foto de una foca? Y ésa es la del poni.