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Era demasiado temprano para cenar, pero Remy sugirió que nos pasásemos por el Dairy Queen para comprarle a Hunter un helado. Hunter estaba un poco nervioso y emocionado después de la visita a la escuela. Intenté tranquilizarlo con un poco de conversación mental.

«¿Podrías llevarme a la escuela el primer día, tía Sookie?», me preguntó. Tuve que armarme de valor para responder.

«No, Hunter. Eso tiene que hacerlo tu papá, -le dije-. Pero cuando llegue ese día, podrás llamarme y contarme cómo fue todo, ¿te parece?».

Hunter me dio una entrañable mirada con los ojos muy abiertos.

«Pero tengo miedo».

Yo le devolví una mirada escéptica.

«Puede que estés un poco nervioso, pero te aseguro que todo el mundo está igual. Ahora podrás hacer amigos, así que recuerda mantener la boca cerrada antes de tenerlo todo claro en la mente».

«A lo mejor no les caigo bien».

«¡No! -dije intentando no dejar resquicio a la duda-. No te comprenderán. Hay una diferencia muy importante».

«¿Te caigo bien a ti?».

– Claro que me caes bien, briboncete -respondí sonriéndole y revolviéndole el pelo. Miré a Remy, que hacía cola en el mostrador para pedir nuestros helados. Me saludó con la mano y puso una mueca a Hunter. Estaba haciendo un gran esfuerzo para llevarlo todo lo mejor posible. Cada día se le daba mejor su papel de padre de un niño especial.

Imaginé que podría empezar a relajarse dentro de unos doce años, año arriba, año abajo.

«Sabes que tu papá te quiere y que desea lo mejor para ti», le dije.

«Quiere que sea como los demás niños», repuso Hunter, un poco triste y algo resentido.

«Quiere que seas feliz. Y sabe que, cuanta más gente sepa de tu don, mayores serán las probabilidades de que no lo seas. Sé que no es justo pedirte que guardes ese secreto. Pero es el único que tienes que guardar. Si alguien te habla de ello, dile a tu papá que me llame. Si crees que alguien es extraño, cuéntaselo a papá. Si alguien intenta entrar en tu mente, dilo».

Acababa de asustarlo más aún. Pero tragó saliva y contestó: «Sé eso de entrar en la mente».

«Eres un chico muy listo y tendrás muchos amigos. Esto es sencillamente algo de ti que no tienen por qué saber».

«¿Porque es malo?». Hunter parecía tan apurado como desesperado.

«¡Claro que no! -exclamé, contrariada-. No tienes nada de lo que avergonzarte, amiguito. Pero ya sabes que nuestro don nos hace diferentes, y mucha gente no entiende lo que es diferente». Fin de la lección. Le di un beso en la mejilla.

– Hunter, ve a por unas servilletas – le pedí con naturalidad cuando Remy recogió la bandeja de plástico con nuestros helados. Yo me había pedido uno con trozos de chocolate. Ya se me había hecho la boca agua cuando distribuimos las servilletas y nos concentramos en nuestros respectivos pecados de dulce.

Una joven con el pelo negro por la barbilla entró en el establecimiento, nos vio y nos saludó con mano insegura.

– Mira, colega, es Erin -dijo Remy.

– ¡Hola, Erin! -devolvió Hunter el saludo, entusiasmado, moviendo la mano como un pequeño metrónomo.

Erin se nos acercó como si no estuviese segura de que era bienvenida.

– Hola -saludó recorriendo la mesa con la mirada-. ¡Señor Hunter, señor, me alegra mucho verle esta tarde! -El niño le devolvió una sonrisa. Le gustaba que le llamasen «señor Hunter». Erin tenía unas lindas mejillas redondeadas, los ojos almendrados de un rico marrón.

– Ésta es mi tía Sookie -me presentó Hunter, orgulloso.

– Te presento a Erin, Sookie -dijo Remy. Supe por sus pensamientos que la joven le gustaba mucho.

– He oído hablar mucho de ti, Erin -contesté-. Me alegra ponerle una cara a tu nombre. Hunter me ha pedido que le acompañase a visitar la guardería.

– ¿Cómo ha ido? -preguntó Erin, genuinamente interesada.

Hunter empezó a contárselo mientras Remy se levantaba para traerle una silla.

Luego nos lo pasamos bien. Hunter parecía tener mucho afecto por Erin y ella le devolvía el sentimiento. También estaba muy interesada en su padre, al tiempo que éste se encontraba al borde de volverse loco por ella. En definitiva, no fue una mala tarde de lectura mental, concluí.

– Señorita Erin -habló Hunter-, tía Sookie dice que no podrá venir conmigo el primer día de clase. ¿Vendría usted?

Erin estaba sorprendida y complacida a la vez.

– Si su señor padre dice que puedo y si consigo librar en el trabajo -respondió, dejando caer las condiciones por si Remy tenía alguna objeción… o dejarían de salir para finales de agosto -. Gracias por preguntar.

Cuando Remy se llevó a Hunter al cuarto de baño, Erin y yo nos quedamos mirándonos con curiosidad.

– ¿Cuánto hace que empezasteis a salir Remy y tú? -le pregunté. Parecía una opción más que segura.

– Apenas un mes -respondió-. Remy me gusta, y creo que podríamos llegar a tener algo, aunque aún es demasiado pronto para saberlo. No quiero que Hunter se vuelva dependiente de mí en caso de que no funcione. Además… -Dudó por un largo instante-. Tengo entendido que Kristen Duchesne cree que Hunter tiene un problema. Se lo ha dicho a todo el mundo. Pero lo cierto es que ese muchachito me importa mucho. -Sus ojos no mentían.

– Es diferente -expliqué-, pero no tiene ningún problema. No tiene ninguna enfermedad mental, no sufre de ninguna minusvalía para el aprendizaje y no está poseído por el diablo. -Sonreía, cada vez menos, cuando llegué al final de la frase.

– Jamás he visto indicios de esas cosas -convino. Ella también sonreía-. Aunque tampoco creo haberlo visto todo.

No pensaba revelar el secreto de Hunter.

– Necesita amor y cuidados especiales -dije-. Realmente nunca ha tenido una madre, y supongo que alguien estable en ese papel sólo le puede venir bien.

– Y ésa no vas a ser tú -respondió, como si en realidad me lo estuviese preguntando.

– No -negué, aliviada por tener la ocasión de dejarlo claro-. No seré yo. Remy parece un tipo agradable, pero yo estoy con otra persona. -Arañé una cucharada más de chocolate dulce.

Erin bajó la mirada a su vaso de Pepsi, inmersa en sus propios pensamientos. Era consciente de ellos, por supuesto. Nunca le había caído bien Kristen, y tampoco tenía una opinión demasiado buena de su capacidad mental. Pero Remy cada vez le gustaba más. Y adoraba a Hunter.

– Vale -dijo tras alcanzar una conclusión interior-. Vale.

Levantó la cabeza para encontrarse con mi mirada y asintió. Le devolví el gesto. Al parecer, habíamos conseguido entendernos. Cuando los chicos volvieron de su excursión al servicio, me despedí de ellos.

– Oh, espera, ¿puedes acompañarme fuera un momento si Erin no tiene inconveniente en vigilar a Hunter?

– Será un placer -dijo ella. Volví a abrazar al niño, le sonreí y le di una palmada antes de enfilar la puerta.

Remy me siguió con una expresión aprehensiva clavada en la cara. Paramos un poco más allá de la entrada.

– Ya sabes que Hadley me dejó el resto de sus propiedades -dije. Era algo que me había estado pesando.

– Eso me contó el abogado. -Su expresión no dejaba entrever nada, pero yo tenía mis métodos, por supuesto. Parecía absolutamente tranquilo.

– ¿No estás enfadado?

– No. No quiero nada que fuera suyo.

– Pero Hunter…, la universidad. No había mucho dinero, pero sí algunas buenas joyas que podría vender.

– Le he abierto un fondo de estudios -explicó Remy-. Una de mis tías abuelas me ha dicho que le dejará todo lo que tiene, ya que nunca ha tenido hijos. Hadley me hizo pasar por un infierno y ni siquiera se ocupó de planear un futuro para Hunter. No quiero nada.