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– ¿Estás herida? -exigió saber.

Sentí que su preocupación me permitía prescindir de mi máscara de entereza. Noté una lágrima deslizarse por mi mejilla. Sólo una.

– Se me ha prendido el delantal, pero creo que mis piernas están bien -dije, esforzándome al máximo para sonar tranquila-. Sólo he perdido un poco de pelo. No me ha ido tan mal. Bud, Truman, no recuerdo si conocéis a mi novio, Eric Northman, de Shreveport. -Había varios hechos dudosos en esa afirmación.

– ¿Cómo supo que había un problema aquí, señor Northman? -preguntó Truman.

– Sookie me llamó con su móvil -respondió Eric. Era mentira, pero no tenía ganas de explicar mi vínculo de sangre a un sheriff y a un jefe de bomberos, y Eric jamás revelaría esa información a unos humanos.

Una de las cosas más maravillosas y espantosas de que Eric me amase era que le importaba una mierda el resto del mundo. Le daban igual los desperfectos del bar, las quemaduras de Sam y la presencia de los bomberos y la policía (que no lo perdían de vista en ningún momento) que inspeccionaban el edificio.

Eric me rodeó para evaluar la situación. Al cabo de un largo instante, dijo:

– Voy a mirarte las piernas. Después encontraremos a un médico y a una esteticista. -Su voz era absolutamente fría y controlada, pero yo sabía que su ira era un volcán contenido. Lo noté gracias a nuestro vínculo, igual que él había sabido de mí peligro por mi miedo y malestar.

– Cielo, tenemos otras cosas en las que pensar -indiqué, forzándome a sonreír y a sonar tranquila. Un rincón de mi mente visualizó una ambulancia rosa frenando bruscamente en el exterior para descargar un contingente de esteticistas con sus maletines de tijeras, peines y laca para el pelo -. Arreglar un poco de pelo quemado puede esperar hasta mañana. Es mucho más importante descubrir quién ha hecho esto y por qué.

Eric lanzó una dura mirada a Sam, como si fuese responsable del ataque.

– Sí, su bar es mucho más importante que tu seguridad y bienestar -dijo. Sam se quedó pasmado ante tal increpación y un conato de enfado empezó a prender en su rostro.

– Si Sam no hubiese actuado tan rápidamente con el extintor, todos habríamos acabado bastante mal -expliqué sin perder la calma y la sonrisa-. De hecho, tanto el bar como sus ocupantes habrían acabado muy mal. -Me estaba quedando sin falsa serenidad y, por supuesto, Eric se percató.

– Te voy a llevar a casa -decretó.

– No hasta que yo termine de hablar con ella. – Bud demostró un valor considerable. Eric ya era lo bastante temible cuando se encontraba de «buen» humor, nada que ver cuando sacaba los colmillos, como en ese preciso momento. Es lo que tienen las emociones fuertes en un vampiro.

– Cielo -dije, conteniéndome con gran esfuerzo. Cogí a Eric por la cintura y volví a intentarlo-. Cielo, Bud y Truman son los que mandan aquí y tienen sus propias normas. Estoy bien. – A pesar de mis temblores, que, por supuesto, él podía sentir.

– Estabas asustada -afirmó Eric. Estaba furioso porque me hubiese pasado algo que no había podido impedir.

Contuve el suspiro que me causó tener que ejercer de niñera de las emociones de Eric cuando lo que deseaba era tener mi propia crisis nerviosa. Los vampiros son de los seres más posesivos cuando reclaman la propiedad de alguien, pero también se obsesionan con fundirse con la población humana y no causar problemas innecesarios. Aquélla era una reacción excesiva.

Eric estaba furioso, sin duda, pero también solía ser tranquilo y pragmático. Sabía que no había sufrido heridas serias. Alcé la mirada hacia sus ojos, desconcertada. Hacía un par de semanas que mi vikingo no era él mismo. Algo, aparte de la muerte de su creador, lo importunaba, pero no había reunido valor suficiente para preguntárselo. Había preferido dejarlo estar. Sólo quería disfrutar de la paz que habíamos compartido durante varias semanas.

Puede que hubiese sido un error. Algo importante lo acuciaba, y toda esa ira era un efecto.

– ¿Cómo has llegado tan rápido? -preguntó Bud a Eric.

– Vine volando -dijo Eric con naturalidad, y Bud y Truman intercambiaron miradas de desconcierto. Hacía mil años que Eric gozaba de esa habilidad, así que pasó por alto las reacciones de asombro. Estaba centrado en mí, los colmillos aún desplegados.

No había manera de que supieran que Eric había sentido mi pavor desde el momento que vi la figura en movimiento. No había tenido necesidad de llamarlo cuando terminó el incidente.

– Cuanto antes solucionemos esto – sugerí dejando al descubierto una lamentable sonrisa hacia él-, antes podremos irnos. -Intentaba, sin demasiada sutileza, enviarle un mensaje a Eric. Al fin se calmó un poco para coger mis indirectas.

– Por supuesto, querida -respondió-. Tienes toda la razón. -Pero su mano agarró la mía con excesiva fuerza y sus ojos adquirieron tal luminosidad que parecían dos linternas azules.

Bud y Truman quedaron sumamente aliviados. La tensión descendió varios grados. Vampiros igual a drama.

Mientras curaban la mano de Sam y Truman tomaba unas fotos de los restos de la botella incendiaria, Bud me preguntó lo que había visto.

– Vi fugazmente una figura en el aparcamiento que corría hacia el edificio y luego una botella atravesó la ventana -expliqué-. No sé quién la lanzó. Tras romperse la ventana, el fuego se extendió gracias a las servilletas que ardían. No me di cuenta de nada más que de la gente corriendo para salir y Sam intentando apagarlo.

Bud me preguntó lo mismo varias veces de varias maneras distintas, pero no pude ayudarlo más de lo que ya lo había hecho.

– ¿Por qué crees que alguien le haría esto al Merlotte’s y a Sam? -preguntó Bud.

– No lo comprendo -dije-. Bueno, hubo algunos manifestantes de la iglesia en el aparcamiento hace varias semanas. Sólo han vuelto una vez desde entonces. No puedo imaginarme a ninguno de ellos haciendo…, ¿era eso un cóctel molotov?

– ¿Cómo sabes de esas cosas, Sookie?

– Bueno, primero porque leo libros. Segundo, porque Terry no habla mucho sobre la guerra, pero de vez en cuando comenta algo sobre las armas. -Terry Bellefleur, el primo del detective Andy Bellefleur, era un veterano de Vietnam condecorado y traumatizado. Solía encargarse de la limpieza del bar cuando todo el mundo se había marchado y, de vez en cuando, sustituía a Sam. A veces se quedaba allí observando el ir y venir de las personas. Su vida social no era muy dilatada.

Tan pronto como Bud se declaró satisfecho, Eric y yo nos dirigimos hacia mi coche. Cogió las llaves de mi mano temblorosa. Ocupé el asiento del copiloto. Él tenía razón. No debía conducir hasta que me recuperase del shock.

Eric había estado hablando por el móvil mientras Bud me interrogaba, y lo cierto es que no me sorprendió demasiado ver un coche aparcado enfrente de mi casa. Era el de Pam, y venía con un acompañante.

Eric fue hasta la parte de atrás, donde suelo aparcar, y me deslicé fuera del coche para apresurarme a abrir la puerta delantera. Eric me siguió con paso tranquilo. No habíamos intercambiado una sola palabra en el corto viaje. Estaba preocupado y aún lidiaba con su propio temperamento. Yo estaba conmocionada a causa del incidente. Ya me sentía un poco yo misma de nuevo mientras me asomaba al porche y decía:

– ¡Adelante!

Pam y su acompañante salieron del vehículo. Iba con un joven que quizá tuviera los veintiuno, delgado hasta el borde de la demacración. Su pelo estaba teñido de azul y lucía un corte extremadamente geométrico, como si se hubiese puesto una caja en la cabeza, la hubiese ladeado y hubiese cortado el pelo que sobresalía. Todo lo que no entraba en el límite había quedado rapado.

Digamos que era llamativo.

Pam sonrió ante mi expresión, que rápidamente intenté convertir en acogedora. Pam era vampira desde que la reina Victoria ocupaba el trono de Inglaterra y era la mano derecha de Eric desde que la reclamara para sí en sus correrías en Estados Unidos. El era su creador.