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– Entonces ¿Felipe aún controla todo Nevada?

– Por ahora sí.

– Eso suena un poco ominoso.

– Cuando los líderes se extienden demasiado, atraen a los tiburones a ver si pueden llevarse un bocado.

Una imagen mental desagradable.

– ¿Qué tiburones? ¿Alguno que yo conozca?

Eric apartó la mirada.

– Otros dos monarcas de Zeus. La reina de Oklahoma y el rey de Arizona.

Los vampiros habían dividido Estados Unidos en cuatro territorios, todos ellos bautizados según antiguas deidades. Pretencioso, ¿eh? Yo vivía en el territorio de Amón, en el reino de Luisiana.

– A veces desearía que sólo fueses un vampiro del montón -dije sin pensar-. Ojalá no fueses sheriff ni nada.

– Quieres decir que ojalá fuese como Bill.

Ay.

– No, porque él tampoco es del montón -solté-. Tiene esa base de datos y ha aprendido mucho sobre informática. Se ha reinventado a sí mismo. Supongo que desearía que te parecieses más a… Maxwell.

Maxwell era un hombre de negocios. Llevaba trajes. Se presentaba a su trabajo en el club sin entusiasmo y extendía sus colmillos sin el drama que habían ido a buscar los turistas. Era aburrido, lo llevaba escrito en la cara, aunque, de vez en cuando, tenía la impresión de que su vida personal era más exótica. Pero tampoco me interesaba averiguar más de lo necesario al respecto. Eric puso los ojos en blanco.

– Por supuesto, puedo parecerme mucho a él. Para empezar, deja que lleve encima siempre una calculadora y duerma al personal con cosas como las «rentas vitalicias variables», o lo que demonios hable.

– Ya te he entendido, señor Sutileza -bromeé. El paquete de hielo había cumplido con su cometido. Lo quité de la zona felizmente afectada y lo dejé sobre la mesa.

Era la conversación más relajada que habíamos tenido en la vida.

– ¿No es divertido? -dije, intentando que Eric admitiese que había hecho lo correcto, aunque de la forma errónea.

– Sí, muy divertido. Hasta que Victor te pille y te deje seca, diciendo: «Pero, ¡Eric, no tenía ningún vínculo contigo, así que supuse que ya no la querrías!». A continuación te convertiría en contra de tu voluntad y yo debería contemplar cómo sufres vinculada a él durante el resto de tu vida. Y la mía.

– Tú sí que sabes hacer que una chica se sienta especial – dije.

– Te quiero -afirmó como si recordase un hecho doloroso-. Y esta situación con Pam tiene que terminar. Si Miriam muere, Pam podría decidir marcharse y yo no podría detenerla. De hecho, no debería. Aunque es muy útil.

– Sientes afecto por ella -dije-. Vamos, Eric, la quieres. Es tu vampira convertida.

– Sí, le tengo mucho afecto -admitió-. Elegí muy bien. Tú fuiste mi otra gran elección.

– Ésa es una de las cosas más bonitas que nadie me ha dicho -constaté con un nudo en la garganta.

– ¡No te pongas a llorar! -Hizo un gesto con la mano delante de su cara, como si quisiera desterrar las lágrimas.

Tragué con fuerza.

– Entonces ¿tienes algo planeado para Victor? -Usé el extremo de su camisa para secarme las lágrimas.

La expresión de Eric era sombría. Bueno, más de lo normal.

– Siempre que lo hago, doy con un obstáculo tan grande que tengo que olvidarlo. Victor es muy bueno cubriéndose las espaldas. Quizá deba atacarlo abiertamente. Si lo mato, si gano, tendré que someterme a un juicio.

Me estremecí.

– Eric, si luchases con Victor solo, a mano desnuda, en una sala vacía, ¿cuál crees que sería el desenlace?

– Es muy bueno -admitió Eric. No dijo más.

– ¿Podría ganar? -pregunté.

– Sí -contestó él. Me miró a los ojos-. Y lo que os pasaría a Pam y a ti después…

– No intento obviar el hecho de que estarías muerto, aunque sería lo más importante para mí en esas circunstancias -expliqué-, pero me pregunto por qué tendría tantas ganas de hacernos daño a Pam y a mí después. ¿Con qué fin?

– Con el fin de enseñar una lección a otros vampiros que albergasen tentaciones similares. -Sus ojos se centraron en la repisa de la chimenea, atestada de fotos de la familia Stackhouse. No quería mirarme a la cara cuando dijese lo que estaba a punto de decir-: Heidi me informó de que hace dos años, cuando Victor aún era el sheriff de Nevada, en Reno, un nuevo vampiro llamado Chico le contestó de mala manera. El padre de Chico estaba muerto, pero su madre aún vivía, y de hecho se había casado y había tenido más hijos. Victor hizo que la secuestraran. Para corregir los modales de Chico, cortó la lengua a su madre mientras él miraba. Le obligó a comérsela.

Era un relato tan perturbador que me llevó un tiempo asimilarlo.

– Los vampiros no pueden comer -caí-. ¿Qué?

– Chico se puso muy enfermo, y de hecho vomitó sangre -explicó Eric. Seguía sin mirarme a los ojos-. Se debilitó tanto que no podía moverse. Su madre se desangró hasta morir mientras él yacía en el suelo. Fue incapaz de arrastrarse hasta ella para darle su sangre y salvarla.

– ¿Heidi te contó esta historia por voluntad propia?

– Sí. Le pregunté por qué estaba tan contenta de haber sido asignada a la Zona Cinco.

Heidi, una vampira especializada en el rastreo, había pasado a formar parte del equipo de Eric por cortesía del propio Victor. Por supuesto, debía espiar a Eric, y como eso no era ningún secreto, a nadie parecía importarle. No la conocía muy bien, pero sabía que tenía un hijo drogadicto en Reno y no me extrañaba que se hubiese quedado, mejor que nadie, con la lección de Victor. Sin duda eso haría que cualquier vampiro con familiares o allegados humanos temiese a Victor. Pero también provocaría que lo odiasen y deseasen verlo muerto; y ése era el aspecto que no había tenido Victor en cuenta, pensé, cuando impartió la lección.

– Victor es muy corto de miras o muy pagado de sí mismo -concluí en voz alta. Eric asintió.

– Puede que las dos cosas -dijo.

– ¿Qué sentiste tú al escuchar esa historia? -pregunté.

– Yo… no quería que te pasase nada así -dijo. Me dedicó una expresión de desconcierto -. ¿Qué es lo que buscas, Sookie? ¿Qué puedo responder?

Aun sabiendo que era fútil, que estaba ladrándole al árbol equivocado, lo que buscaba era repugnancia moral, algo como «Yo jamás sería tan cruel hacia una mujer y su hijo».

Pero, por otra parte, pretendía que un vampiro de mil años se sintiese molesto por la muerte de una mujer que ni siquiera conocía, una muerte que no podría haber impedido. Sabía que era una locura, que estaba mal, que incluso era peor que yo misma conspirase para la muerte de Víctor. Su ausencia absoluta era todo lo que anhelaba. Estaba convencida de que si en ese momento Pam hubiese llamado para decir que a Víctor se le había caído una caja fuerte encima, me habría puesto a bailar llena de júbilo.

– Está bien -respondí-. No importa.

Eric me lanzó una mirada sombría. Era incapaz de sondear la profundidad de mi desdicha; ahora no, no desde que el vínculo había desaparecido. Pero me conocía lo suficiente como para saber que no estaba nada contenta. Me forcé a afrontar el problema que teníamos entre manos.

– Ya sabes con quién deberías hablar -dije-. ¿Recuerdas la noche que fuimos al Beso del Vampiro? ¿Del camarero que me dio la pista de la sangre de hada con tan sólo una mirada y un pensamiento?

Eric asintió.

– No quisiera recurrir a él más de lo necesario, pero no veo que tengamos otra alternativa. Tenemos que hacerlo con todo lo que nos venga a mano, o perderemos.

– En ocasiones -admitió Eric- me dejas perplejo.

En ocasiones, y no siempre para bien, me dejaba perpleja a mí misma.