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Me pregunté si muchas de las personas que me cruzaba al volante habrían hecho lo mismo. Eso explicaría muchas cosas.

– Está bien. Dermot, ten cuidado, por favor. Ah, ¿sabes cómo funciona el dinero?

– Sí, la secretaria de Claude me lo enseñó. Sé contarlo e identificar las monedas.

«Si es que eres todo un hombrecito», pensé, pero no habría sido nada educado verbalizarlo. La verdad es que se había adaptado muy bien para ser un hada enloquecida por la magia.

– Muy bien -asentí-. Pásalo bien, no te gastes todo mi dinero y vuelve antes de una hora porque tengo que ir al trabajo. Sam dijo que podía entrar más tarde hoy, pero no quiero pasarme.

– No te arrepentirás de esto, sobrina. – Abrió la puerta de la cocina, metió su bolsa de deportes, brincó los peldaños, se metió en mi coche y se quedó mirando el salpicadero con mucha atención.

– Eso espero -me dije mientras se abrochaba el cinturón y emprendía la marcha (lentamente, a Dios gracias) -. Sinceramente, eso espero.

Mis ex huéspedes no se habían sentido en la obligación de fregar los platos. No podía decir que me sorprendiera. Me encargué yo y despejé la encimera a continuación. La inmaculada cocina me hizo sentir que había hecho un buen progreso.

Mientras doblaba las sábanas, aún calientes de la secadora, me dije a mí misma que lo estaba llevando bien. Ojalá pudiera decir que no pensé en Amelia, que me arrepentí de todo, que me reafirmé en que había tomado la decisión correcta.

Dermot volvió antes de la hora. Estaba más feliz y animado de lo que nunca lo había visto. No me había dado cuenta de lo deprimido que había estado hasta que vi cómo se encendía, casi literalmente, con un propósito. Había alquilado una lijadora y había comprado pintura y plásticos, cinta adhesiva y rasquetas, brochas y rodillos, así como un dosificador para la pintura. Tuve que recordarle que tenía que comer algo antes de ponerse a trabajar. Y también tuve que recordarle que tenía que irme a trabajar en un plazo no demasiado largo.

Además, esa noche había reunión de la cumbre en mi casa.

– Dermot, ¿conoces a alguien con quien puedas pasar la noche hoy? -pregunté con cautela-. Eric, Pam y dos humanos vendrán a verme esta noche, después del trabajo. Somos como una especie de comité de planificación y tenemos trabajo. Ya sabes lo que pasa cuando los vampiros y tú coincidís en una casa.

– No tengo por qué ir a ninguna parte con nadie -respondió Dermot, sorprendido-. Puedo quedarme en el bosque. Es un sitio que me encanta. Por lo que a mí respecta, el cielo nocturno es tan bueno como el diurno.

Pensé en Bubba.

– Puede que Eric haya situado un vampiro en el bosque para que vigile la casa durante la noche -expliqué-. ¿Te importaría ir a un bosque más alejado? -Me sentía fatal por imponerle tantas restricciones, pero no me quedaba más remedio.

– Supongo que no -dijo con la voz de quien se esfuerza por ser tolerante y servicial-. Me encanta esta casa -añadió-. Hay en ella algo increíblemente hogareño.

Viéndolo sonreír mientras paseaba la mirada en derredor, estuve más segura que nunca de que la presencia oculta del cluviel dor era la razón por la que mi familia feérica había venido a quedarse conmigo, más que por mi fracción de sangre en común. Pero estaba dispuesta a admitir que Claude creía genuinamente que la razón de la atracción era mi sangre. Si bien sabía que tenía un lado más dulce, también estaba convencida de que si tenía noticia del valioso artefacto feérico, un artefacto que le permitiría cumplir su sueño más preciado (volver al otro mundo), no dudaría en derruir la casa para encontrarlo. Instintivamente pensé que no me gustaría interponerme entre Claude y el cluviel dor. Y a pesar de que sentía algo más cálido y genuino en Dermot, aún no estaba dispuesta a confiar plenamente en él.

– Me alegra que seas feliz aquí -dije a mi tío abuelo-. Y buena suerte con el proyecto del desván. -Lo cierto era que no necesitaba otro dormitorio arriba, ahora que Claude se había ido, pero opté por que Dermot tuviera algo que hacer-. Si me disculpas, iré a prepararme para ir a trabajar. Puedes ponerte a lijar el suelo. -Me había contado que empezaría por ahí. No sabía si ése era el orden adecuado o no, pero preferí dejárselo a él. A fin de cuentas, teniendo en cuenta el estado del desván cuando él y Claude me ayudaron a despejarlo, cualquier trabajo que emprendiese sería una mejora. Me aseguré, eso sí, de que utilizase una mascarilla mientras lijaba. Era una lección que había aprendido viendo programas de televisión sobre reformas hogareñas.

Jason se presentó durante su pausa del almuerzo mientras me estaba maquillando. Salí de la habitación y me lo encontré escrutando todo el material que había traído Dermot.

– ¿Qué vas a hacer? -le preguntó a su casi gemelo. Era evidente que Jason albergaba sentimientos encontrados hacia Dermot, pero me di cuenta de que se sentía mucho más relajado con nuestro tío abuelo cuando Claude no estaba. Interesante. Subieron juntos las escaleras para echar un vistazo al desván vacío. Dermot no dejaba de hablar.

A pesar de que se me estaba haciendo tarde, les preparé unos sándwiches, dejándolos en un plato sobre la mesa, junto con dos vasos con hielo y sendas Coca-Colas antes de ponerme el uniforme del Merlotte’s. Al volver, me los encontré en la mesa manteniendo una viva conversación. No había dormido lo suficiente, había tenido que espantar a los invitados de mi casa y no había llegado a ninguna conclusión con Mustafá o su acompañante. Pero ver a Dermot y Jason conversando sobre lechadas, pinturas en espray y ventanas a prueba de humedades, hizo que sintiera que el mundo volvía a enderezarse un poco.

CAPÍTULO 11

Como el Merlotte’s estaba casi vacío, nadie dijo nada porque llegase tarde. De hecho, Sam estaba tan preocupado que no creo que se diese cuenta siquiera. Su abstracción me hizo sentir un poco mejor. Me preguntaba si Jannalynn le habría contado algún cuento para disimular su malicia, por si me quejaba por haber metido a otro hombre en mi cama. Sam no parecía tener ni idea de que su novia se hubiera esforzado tanto para ponerme en ridículo, recomendando a su jefe que jugase al escondite entre mis sábanas.

Pero enfadarse con Jannalynn era demasiado fácil, ya que no me caía bien. Pensándolo mejor, Alcide debió sopesar mejor las cosas antes de aceptar un mal consejo. Si había sido tan estúpido como para dar cancha a su propuesta, Jannalynn se quedaba con toda la maldad por habérsele ocurrido en primer lugar. Me había quedado claro que éramos enemigas. Por lo visto, era mi día de los desengaños.

Sam estaba absorto en sus libros de contabilidad. Cuando discerní por sus pensamientos que intentaba imaginar cómo pagar los recibos de su proveedor de cerveza, decidí que ese día tenía más problemas de los que era capaz de manejar. No necesitaba que nadie le calentase la oreja sobre su novia.

Cuanto más lo pensaba, más convencida estaba de que era un problema entre Jannalynn y yo, por muy tentada que estuviese de alertar a Sam sobre el verdadero carácter de su novia. Me sentí más lista y mejor persona tras adoptar esa actitud, así que serví comida y bebidas con una sonrisa y palabras amables durante todo mi turno. En consecuencia, las propinas fueron muy generosas.

Trabajé hasta más tarde para recuperar el tiempo perdido, y nos vino muy bien porque Holly llegó tarde. Eran pasadas las seis cuando entré en el despacho para recoger mi bolso. Sam estaba hundido tras su escritorio. La preocupación lo carcomía.

– ¿Necesitas hablar de algo? -me ofrecí.

– ¿Contigo? Supongo que ya sabrás en qué estoy pensando -dijo, pero no como si lo estuviese importunando-. El bar cae en picado, Sook. Es el peor bache que he pasado nunca.

No se me ocurrió nada que no fuese una exageración o una verdad a medias. «Siempre surge algo. La noche parece más oscura justo antes del amanecer. Cuando Dios cierra una puerta, abre una ventana. Todas las cosas ocurren por una razón. En toda vida ha de llover un poco. Lo que no nos mata, nos hace más fuertes». Al final, me limité a acercarme y darle un beso en la mejilla.